Lunes, 10 de noviembre de 2014 | Hoy
CONTRATAPA › LA HISTORIA DEL CRACK QUE DESLUMBRó EN BOCA ALLá POR LOS AñOS ’60
Considerado uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol argentino, su vida fue reflejada en el libro Desde el alma, en el que Marina Zucchi cuenta la historia de veinte ídolos xeneizes “unidos por la pasión a una camiseta”.
Las apiladas de Rojas en Boca comenzaron casi veinte años antes que las de Diego Maradona. La lejanía temporal y la cercanía futbolística todavía invitan al debate. “Rojitas fue mucho más para el club que Maradona”, despotrican los más acérrimos vitalicios. “Yo no sé qué decir. Prefiero no hablar yo, que hable el periodismo o la gente. Si hablo yo, va a quedar mal. Lo que pasa es que yo nací en Boca. Tuve la suerte de jugar diez años en la Primera. Diego jugó un año. Con esto no quiero decir que yo fui mejor. El fue el más grande, pero jugó poco. En Boca creo que le gané.”
Después de cada partido, Rojitas perdía dos o tres kilos. Entonces sobrevino el método para hacer, de ese cuerpo endeble, uno más fornido. “A los quince partidos, lo primero que había hecho fue comprarle un departamento a mi vieja Francisca en Flores, en Caracas y Bacacay. Un día ahí, mientras almorzaba, me tocan el portero. Era Pedernera. Y viene con la fórmula. ‘¿Sabe lo que tiene que hacer usted para recuperar el peso?’, me dice. ‘Desde hoy se toma medio litro de vino en las comidas. Pero cómprese un vino bueno, eh.’ Y empecé a tomar vino por Adolfo. Después, en un momento, fue al revés. Ya no podía bajar de peso.”
Descubierto el vino, tuvo por qué brindar. Su inventiva en la cancha crecía a la par de las victorias. Ganó los campeonatos de 1964 y 1965, el Nacional de 1969 y 1970, y la Copa Argentina 1969. Y también, a la par de las victorias, se sublevaba. Si hasta lo escupió al propio Pelé en la final de la Libertadores de 1963 que ganó Santos. “Era muy mocoso, no pensaba. También le hice daño una vez a uno de los mejores arqueros del mundo, Amadeo Carrizo”, hace su mea culpa. “Le pedí disculpas a Pelé. Y Amadeo fue de los mejores amigos que hice en el fútbol.”
La anécdota del robo de la gorra a Carrizo antes de un Superclásico de 1968 terminó por convertirse en una de las preguntas periodísticas históricas que más lo agobia. “Llegó un momento en que dije: ‘Pero yo hice cosas mejores que sacarle la gorra a Carrizo’. La cosa fue así: en la concentración, mis compañeros me dicen: ‘Tenés que sacarle la gorra’. La gorra era su cábala, mañana, tarde y noche. Ese día esperamos que salgan ellos y cuando se sacan la foto en mitad de la cancha, fui por la pista de atletismo y se la robé. El era grandote y yo entré a correr. El corría, pero, ¿qué me va a ganar si yo pesaba menos de 60 kilos? ‘Dame la gorra, hijo de puta’, me decía. Se la rompimos toda. Se la pasé a Pianetti y chau. Fue el mejor partido que atajó en su vida. Me quería matar. Después lo fui a buscar para pedirle disculpas. Un señor. Un amigo. Otros códigos. Antes éramos más hombres, me parece.”
La gorra fue la paradoja, el detalle gracioso de un día de desgracia. Murieron 71 personas. Era el 23 de junio de 1968. El partido que habían visto 90 mil personas terminó 0 a 0. Una avalancha en la puerta 12, el tsunami humano que no se pudo detener y cientos de personas golpeadas y asfixiadas. Hasta el día de hoy, no hay certezas. “Yo estaba en el vestuario. No sé mucho y tampoco creo que sepa nadie de eso. Me acuerdo de que los ponían en la pista de atletismo. Uno por uno. Yo lo único que pensaba era en si estaba mi viejo, mi hermano, mis amigos”, cuenta Rojitas. La charla se oscurece. Rojitas necesita cambiar de tema.
Rey de las peñas, contabiliza unas veinte con su nombre, esparcidas Argentina adentro. Desde hace años viaja al interior a saciarles la sed a esos hinchas que ven a sus ídolos apenas en figuritas o en televisión. “¿Sabés por qué quiero mucho a la gente del interior? Porque los domingos trabajaban con los tractores en el campo, y no podían venir. Y te escuchaban por la Spika. Hoy no. Hoy agarran la 4x4 y vienen. Esa gente te ofrece quedarte en su casa. Es maravillosa. Y yo voy a todos lados. Tengo un ahijado en Necochea, otro en San Nicolás. Me escribieron y me pidieron, y me tuve que ir hasta allá sin conocerlos. Una gente bárbara. Llega un momento en que te cansás. Van mil personas, mil quinientas. Y vos llegás y tenés que atenderlos a todos. Tenés que ser como fuiste toda la vida. Abrazás a los mil y agradecés.”
En Concepción del Uruguay, Entre Ríos, funciona la peña Angel Clemente Rojas. Se fundó en su honor hace más de veinticinco años. La integran casi doscientas personas, la mayoría de las cuales no vio jugar a Rojitas. De vez en cuando reciben la visita del señor del poster. La última vez que él aterrizó en los pagos, más de doscientos vecinos se juntaron en una cena en el Club Atlético Rivadavia de esa ciudad. Lo miraban como a un extraterrestre. Le contaban cómo se organizan para ir en caravana a la Bombonera y cómo canalizan tanta pasión con útiles benéficos. Los miembros pintan salas de hospital, recolectan calzado para los vecinos sin zapatos y, principalmente, promueven la donación de sangre azul y oro. “La Ruta Nacional 14 nos deja siempre accidentados. Todos van a parar al Hospital Justo José de Urquiza. Organizamos campañas junto con otras entidades para que el banco siempre esté bien preparado para emergencias. Así rendimos honores al apellido Rojitas”, infla el pecho Guillermo, su presidente.
Pero antes de Boca, Rojitas ni siquiera había salido de Avellaneda. “¿Adónde iba a viajar? ¿Y en avión? Ni pensarlo, en un carro iba yo”, se ríe. Con la camiseta puesta voló hasta Casablanca, en el Oeste de Marruecos. De Sarandí a Africa. Fue en 1964, cuando el equipo disputó la Copa Mohamed V frente a Real Madrid y la ganó por 2 a 1. Los diarios de la época lo decretan “Rey de Marruecos”, “destronando” al rey Hassan, que vio estupefacto las fintas insolentes de aquel muchachito. Se habla de una de las mejores actuaciones de su carrera deportiva. Chaqué. Gomina. Odaliscas danzantes que en la fiesta de despedida no conseguían direccionar el vientre tan bien como Rojitas. “Fue una revolución el evento: el Real, con el mejor equipo de todos los tiempos, con Alfredo Di Stéfano y el húngaro Ferenc Puskas. ¿Vos sabés cómo se movía el avión? Yo miraba para abajo y decía: ‘¿Y si le pasa algo a este bicho?’”
Los dos goles en Casablanca llevaron la firma de su cintura. Alberto J. Armando, el presidente de Boca, decretó la noche libre. “Salimos, pim, pam, yo con Rattin. Nos acostamos tardísimo. A la mañana me tocan la puerta temprano. Viene uno que le hacía las cosas a don Alberto y me dice: ‘Don Alberto dice que lo vayas a ver’. Uh, me dije. ¿Este se habrá enterado de que salimos de joda? Golpeo y, cuando entro, estaba con su mujer. Me dice: ‘Te felicito por lo de ayer’. Yo, a esa altura, ya había aprendido a hablar un poco. Y me dice: ‘¿Te querés ir a jugar al Real?’. Ya habían hablado con él.” Dije que no. ¡Qué inconsciente! Yo no sabía cómo eran las cosas. Hubiera ganado más plata en España, pero no estaba preparado. A esa edad vos querés jugar en Boca. ¿Sabés lo que es eso? Yo me di cuenta de grande. Boca se portó bien conmigo, pero estamos empatados. Porque yo le di cosas a Boca. También lloré. Algunas lágrimas hubo. Lloré en Casablanca, porque al otro año hicimos la revancha y perdimos. No teníamos que perder, pero los penales son una lotería.”
De su primera tapa en El Gráfico se cumplieron cuarenta años. “Rojas, el nene de oro”, se titulaba. En el barrio agotaron ejemplares. Con la fama, revoloteaban chicas en cuadrillas, enfundadas en botas a lo Brigitte Bardot. “Escúcheme bien –dice–. Bo-ti-ne-ras existieron to-da-la-vi-da. Lo que pasa es que antes había dos cámaras, ahora hay dos mil.”
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