BOXEO › QUILMEñO, MEDIANO, CAMPEóN INTERINO DEL CONSEJO MUNDIAL
Hace seis años se radicó en España y allí construyó una carrera admirable, con 28 victorias consecutivas. Ayer derrotó por nocaut técnico al congoleño Alex Bunema y peleará por el título con el estadounidense Vernon Forrest.
› Por Daniel Guiñazú
Mereció otro marco. La leyenda del Madison Square Garden de Nueva York, o la opulencia de los hoteles de Las Vegas, en lugar del Pechanga Resort Casino de Temécula, en el estado de California. Televisión abierta a todo el mundo, en vez de la pantalla para pocos de HBO. Sergio Maravilla Martínez, argentino, quilmeño, y de 33 años, dio una cátedra de boxeo veloz, talentoso, profundo y efectivo. Y como consecuencia de todo ello, derrotó por nocaut técnico al final del 8º round al congoleño Alex Bunema, ganó el título interino de los mediano juniors del Consejo Mundial de Boxeo (pomposa manera de denominar lo que, en verdad, fue una eliminatoria) y, lo que es más importante, obtuvo el derecho de pelear dentro de 120 días ante el estadounidense Vernon Forrest por la corona del mundo.
El mundillo pugilístico argentino conoce de sobra a Martínez. Siempre apreció su calidad y virtuosismo. Pero fuera del ambiente nadie sabe nada de él. Es que hace seis años, cansado de pelear por un puñado de monedas, y convencido de que si se quedaba en la Argentina sólo lo aguardaba un destino mediocre y sin ambiciones, Martínez juntó sus cosas en una valija y se fue a España. Los hechos le dieron la razón. De allí en más enhebró, en completo silencio, una serie de 28 victorias consecutivas, la mejor racha del momento en el boxeo argentino. Además se mantiene invicto desde el 19 de febrero de 2000, cuando el mexicano Antonio Margarito, actual campeón de los welters de la Asociación Mundial, le dio una soberana paliza y lo venció por nocaut técnico en siete asaltos en Las Vegas.
Aquel traspié ante Margarito en su 17ª salida profesional marcó un quiebre en la vida de Martínez. Y lo puso en una disyuntiva. O se tomaba el boxeo en serio o volvía con su padre a trabajar, de la mañana a la noche, como obrero metalúrgico. Maravilla, entonces, adoptó dos decisiones cruciales: abandonó a su manager de entonces, Osvaldo Rivero, y se operó de los nudillos de su mano izquierda. Luego de un año de inactividad, volvió a los rings y en 2001 logró el título argentino de los welters. Pero en 2002, tras vencer a Francisco Mora en el estadio de la FAB, resolvió que su ciclo en el país ya estaba cumplido y que seguiría su carrera en España. “Antes de pelear con Mora, no tenía guita y me pasé toda la semana comiendo fideos hervidos”, declaró tiempo después.
En Barajas lo aguardaba Pablo Sarmiento, un boxeador argentino que, unos años antes, había hecho el mismo trayecto por idénticas razones. Sarmiento lo vinculó con Ricardo Sánchez Atocha, el manager español más importante. Y con Sánchez Atocha su carrera tuvo un renacimiento, dentro y fuera de los cuadriláteros. Luego de cuatro peleas ante rivales de ocasión, el 21 de junio de 2003 en Manchester, Inglaterra, Maravilla derrotó por puntos en 12 rounds al inglés Richard Williams y consiguió la corona de los medianos juniors de la Organización Internacional de Boxeo, una entidad de segundo nivel. Europa ya hablaba de su boxeo zurdo, fino, rápido y poderoso.
Pero no se detuvo allí la marcha triunfal del quilmeño. Entre 2005 y 2006 ganó siete peleas más en España, seis de ellas antes de límite. Y en 2007, ya bien ubicado en las clasificaciones del Consejo Mundial, subió la apuesta y se fue a los EE.UU. Ganó cuatro combates, tres por nocaut. Ya estaban dadas las condiciones para dar el gran salto hacia el título del mundo. Hasta que pasó lo de tantas veces: nadie quería pelearlo. Y nadie deseaba programarlo. No era negocio que un argentino venido de España y sin la protección de los grandes promotores llegara a ser campeón.
El tiempo fue pasando sin novedades. Y el Consejo Mundial tampoco lo defendió, pese a que era el retador obligatorio. José Sulaiman, el eterno presidente de la entidad con sede en México, le dijo que pelearía este año con el ganador del combate entre el campeón, Vernon Forrest, y el californiano Sergio Mora. Pero como Mora ganó en fallo polémico y el CMB ordenó una revancha directa que Forrest ganó hace dos semanas, Sulaiman ideó un interinato entre el congoleño Bunema y Martínez. El ganador iría con Forrest por el título regular.
Bunema de ninguna manera era un bulto. De sus 30 triunfos, 16 habían sido por fuera de combate, y el 11 de julio pasado había noqueado en seis vueltas a otro argentino, Walter Matthysse. Era un boxeador fuerte, áspero y peligroso. Pero Martínez lo redujo a la ínfima medida de un principiante. Plantado como zurdo, lo martirizó desde afuera con su derecha en jab y directo y la izquierda cruzada a la cabeza. Tanto le sobró el talento, tal fue la superioridad, tan abrumadora resultó la diferencia de velocidad y recursos técnicos a su favor, que Maravilla hasta se dio el lujo de pelear con los brazos bajos y hacer fintas con los hombros. Sobró a su rival, ésa es la verdad. Sólo le faltó repartir algo más el castigo a los planos bajos para que su tarea pudiera ser calificada como perfecta.
En el tercer asalto, una izquierda recta sentó a Bunema sobre la lona. Y antes de que comenzara el noveno, el médico subió al rincón del congoleño, le miró el rostro y se apiadó de él. Le estaban dando una paliza. Hasta allí, Martínez había ganado todos los rounds en las tarjetas y las estadísticas posteriores ratificaron la impresión: Maravilla había pegado en proporción de 7 a 1 (212 a 31). Max Kellerman, el comentarista de HBO, no vaciló. Dijo de él: “Ha nacido una estrella”. Este cronista apagó el televisor de madrugada, exclamó: “¡Qué boxeador!”, y se fue a dormir. Había disfrutado de una clase magistral.
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