BOXEO › PACQUIAO, EL MEJOR BOXEADOR DEL MUNDO
› Por Daniel Guiñazú
Si el boxeador más chico no puede ganarle al más grande, él va, les gana y encima les da una paliza. Si el más bajo no puede superar al más alto, él los supera y, además, lo hace en el terreno más propicio para su rival y menos ventajoso para él. El filipino Manny Pacquiao una vez más se rió en la cara de todas las lógicas del boxeo. Y volvió a demostrar que es el pugilista más excitante y comercial del momento. El mejor de todos, kilo por kilo, libra por libra. Un recordman que ya tiene asegurado su lugar en la historia.
En la madrugada del domingo y ante 41.732 espectadores que llenaron el imponente estadio de los Dallas Cowboys en Arlington, Texas, Pacquiao (65,648 kg) torturó al mexicano Antonio Margarito (68,100 kg) hasta ganarle por puntos y en fallo unánime el título vacante de los superwelters del Consejo, oportunamente dejado vacante por el argentino Sergio “Maravilla” Martínez, su sexta corona mundial en seis categorías diferentes. No es menor la incidencia del bajísimo peso que el Pac-Man registró en el pesaje del viernes. Contra lo que le indicaban su técnico Freddie Roach y su preparador físico, Alex Ariza, el multicampeón filipino prefirió sacrificar kilaje para ganar velocidad. De hecho, ni siquiera pudo encuadrarse en el piso mínimo de la división (66,678 kg) y estuvo 4,206 kg por debajo de su límite máximo (69,854 kg). El trámite de la pelea justificó lo acertado de la elección.
Porque fue la velocidad de piernas y brazos de Pacquiao lo que terminó volcando la pelea a su favor. Y no a la larga como podía suponerse. Casi desde el primer golpe de la noche texana, Pacquiao fue una luz que lanzaba y pegaba manos en proporción de 5 a 1. En comparación, Margarito, alguna vez un muy buen tricampeón del mundo entre los welters, pareció una pesada manada de elefantes. Lento para concebir y ejecutar, nunca pudo hacer valer su mayor alcance de brazos y sus 11 centímetros más de estatura. Cada vez que quiso imponerlos, Pacquiao se le movió para pegarle sus combinaciones y salir, todo en el mismo acto.
Y ése, acaso, haya sido el mérito más rotundo de un boxeador excepcional. Ganó peleando en el terreno donde su rival era más fuerte. Las chances de Margarito se ensanchaban en la larga distancia. Y fue desde allí donde Pacquiao construyó su soberbia victoria. Su extraordinaria rapidez, continuidad y eficacia le convirtieron la pelea en un tormento al mexicano. Con su pómulo derecho cortado e inflamado a partir del 4º round, con los dos ojos semicerrados en las tres últimas vueltas, Margarito recibió una soberana tunda que terminó mandándolo al hospital y que hicieron posible tanto su terquedad para no abandonar un combate que ya no tenía arreglo para él, como la insensibilidad del árbitro Laurence Cole, del médico y de su rincón, para apiadarse y detener la masacre.
Salvo los rounds 3º y 8º, Pacquiao se adjudicó todos los parciales. Y las tarjetas reconocieron las diferencias con ventajas de 8, 10 y 12 puntos en las tarjetas finales (Líbero alcanzó un 118-109 para el fenómeno filipino). “Si ahora no viene Mayweather, ya no hay más nada para él en el boxeo”, había dicho en la previa, su técnico Freddie Roach. Habrá que ver si es así. Si después de haber igualado la marca de Oscar de la Hoya, conquistando su sexto título mundial en seis divisiones diferentes, Pacquiao deja los rings para seguir dedicado a la política (es diputado nacional y ansía ser presidente de su país) o asume en 2011 el reto de enfrentar al veleidoso Mayweather, el único que quizá pueda llegar a ganarle.
Mientras tanto, ahí está el poderoso chiquitito. Gozando de su lugar bien ganado en la historia. No es un crack Pacquiao, mucho menos un talento. Es un monstruo del boxeo moderno. Nadie nunca viniendo desde tan abajo (hace doce años pesaba quince kilos menos y era campeón de los moscas) consiguió llegar tan alto como él.
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