BOXEO › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
Nada hizo Jonathan Barros de lo que debía hacer para volver a consagrarse campeón del mundo. No puso vigor, rigor, presión ni convicción de victoria. Por eso resultó lógica su derrota por puntos en fallo unánime ante el mexicano Juan Carlos Salgado, quien retuvo por tercera vez su título de campeón mundial superpluma en la versión de la Federación Internacional.
Sólo en los rounds 6º y 7º de la pelea, celebrada el domingo a la madrugada sobre el ring del Gimnasio Miguel Hidalgo de la ciudad de Puebla (México), el boxeador mendocino pareció ponerse en marcha y desplegar una actividad mayor, alejada de la actitud contemplativa que tuvo antes y después de ese momento. Por otra parte, fueron ésos, y los dos últimos, los únicos asaltos que ganó. Los restantes los perdió hasta totalizar un puntaje de 116-111 en su contra tanto en las tarjetas de los tres jurados como en la de Líbero.
La crítica a Barros (58,970 kg) se hace más honda porque de ninguna manera Salgado (58,970 kg) se parece a un supercrack del boxeo. El mexicano es un peleador fuerte, de ritmo sostenido y estilo simple y eficaz, pero demasiado lento. Otro boxeador, con algo más de rapidez y decisión, le hubiera complicado la noche. Barros, en cambio, optó por la intrascendencia. Le dio soltura a su rival para que haga y deshaga con libertad, casi nunca dio el paso al frente para asumir el dominio de las acciones y, la mayoría de las veces, eligió replegarse contra las cuerdas, donde Salgado clavó buenos ganchos al cuerpo y recios ascendentes a la cabeza.
Cuando en la 8ª vuelta el árbitro estadounidense Tony Weeks le descontó un punto a Barros por pegarle al mexicano en la nuca, el destino de la pelea quedó sellado. El mendocino es un buen boxeador. Pero a él le pasó lo mismo que a tantos otros retadores argentinos. Buscan afanosamente una chance por un título del mundo. Y cuando esa chance les llega, se quedan quietos, indiferentes. Como si el objetivo fuera la pelea en sí misma (y los dólares de la bolsa) y no la victoria. Como si ganar o perder les diera exactamente lo mismo.
Aun en la derrota, hubiera sido mejor verlo caer a Barros sin tanta tibieza, con una mayor rebeldía. Se entregó sin luchar. O luchando mucho menos de lo debido por un título del mundo que pareció no importarle demasiado.
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