BOXEO › LA GRAN CONSAGRACIóN DE SERGIO MARTíNEZ COMO MONARCA DE LOS MEDIANOS
A puro talento, con los puños llenos de emoción, quebrado y lesionado, el quilmeño puso al viejo y querido boxeo argentino otra vez en lo más alto del planeta. La revancha contra Chávez Jr. se haría en Texas el próximo año.
› Por Daniel Guiñazú
Se sentía tan ganador Sergio “Maravilla” Martínez, tan seguro de su boxeo, tan entero a pesar de sus tres cortes sangrantes (uno en el puente de la nariz, otro debajo de la ceja izquierda y el restante en el cuero cabelludo), que en el último round decidió hacer lo único que no debía hacer: prenderse a pelearlo a Julio César Chávez Jr. En lugar de bailotear y abrir el ring para asegurar una victoria perfecta e incuestionable, se sometió a un furioso palo por palo en el que terminó llevándose las peores consecuencias.
Una izquierda corta de Chávez le aflojó las piernas y lo lanzó contra las cuerdas. Y dos más lo mandaron a la lona. Maravilla estaba conmovido pero no obnubilado (sentado sobre el tapiz, le hizo señas a su rincón que estaba para seguir). Al filo de que su triunfo se transformase en agónica y frustrante derrota. Sin embargo, Chávez estaba más exhausto que él, tan lacerado como él, con el ojo izquierdo semicerrado y un corte en el pómulo derecho y sin energías para desatar la ofensiva. Por eso, no lo pudo noquear. Por eso, Martínez pudo terminar la pelea de pie, mientras los 16.000 mexicanos y los 3500 argentinos que atiborraron el estadio Thomas & Mack Center de Las Vegas, bramaban de emoción.
Y por eso también, más allá de todas las justificadas aprehensiones previas, las tarjetas de los tres jurados le reconocieron al boxeador quilmeño su clara victoria en diez de los once asaltos. Adelaide Byrd y Dave Moretti fallaron 118/109 a su favor, en tanto que el sudafricano Stanley Christodoulou (históricamente ligado a los grandes hitos históricos del boxeo argentino) marcó 117/110, al igual que Líbero, para consagrar a Maravilla una vez más como campeón de los medianos para el Consejo Mundial, y dejar sin invicto al Junior mexicano al cabo de 49 peleas.
Otro dato agiganta aún más el inolvidable triunfo: Martínez (72,100 kg) se fracturó la mano izquierda en el 4º asalto. O sea, peleó ocho rounds con único puño sin que nadie se diera cuenta y sin hacer un solo gesto de dolor. Y encima ese puño era su llave maestra, que igualmente funcionó para mantenerlo a distancia a Chávez (71,732 kg) y taladrarle el rostro, luego de que el latigazo de una derecha penetrante, lanzada en directo, le abriera el camino.
En los primeros ocho rounds que se impuso de corrido, Maravilla hizo un capolavoro estratégico. Con unas piernas tan veloces como su mente, circuló por todo el cuadrilátero acercándose lo suficiente para castigarlo a Chávez y, a su vez, alejándose lo necesario para que no le pegaran. No fue necesario el contragolpe. Martínez asumió con firmeza el timón de la pelea porque Chávez nunca pareció preparado para contenerlo. Jamás lo encontró. Jamás pudo meterle presión.
Lento en los pies para cerrarle el paso, lento en la cabeza para desarrollar su estrategia o reformularla luego, el mexicano fue inesperadamente pasivo: tardó ocho rounds para ponerse en marcha. Recién del 9º round en adelante, cuando las piernas de Maravilla habían perdido frescura y se plantó más sobre el ring, Chávez se transformó en una amenaza. Antes y después, Maravilla lo bailó. Primero lo controló mentalmente. Luego lo sometió boxísticamente. Un único error cometió: haberse confiado demasiado en el último round. Casi lo paga con la hecatombe.
El atrapante y dramático final, con los dos boxeadores ensangrentados y agotados, con Maravilla al borde de una derrota injusta y Chávez al filo de una victoria épica, fue el mejor resumen de lo que verdaderamente es el boxeo, su agonía y su éxtasis. Salió tan buena la pelea, respondió tanto a las expectativas, que, rápido de reflejos, Bob Arum, su promotor, ya piensa en repetirla. Sería en 2013 en el Cowboys Stadium de Arlington, Texas, con capacidad para 80 mil espectadores. Y Maravilla aceptaría gustoso la oferta.
“Peleo con cualquiera, no descarto ningún combate, a nadie. Todo se puede hacer, no hay problema. Le daría la revancha mañana mismo a Chávez si hace falta. Estaría bárbaro hacerlo, le pegaría once rounds más”, dijo Martínez en la conferencia de prensa posterior en la que no le cerró ninguna puerta a su futuro. “Ahora este nuevo campeón de peso medio va a medirse con los mejores. Quiero que los mejores tengan su oportunidad. No esperaré limosnas”, señaló mientras se barajan varios nombres para su próxima cátedra boxística.
El australiano Daniel Geale, flamante bicampeón mediano de la Asociación y la Federación en una gran pelea unificatoria, o el estadounidense André Ward, bicampeón supermediano del Asociación y el Consejo, podrían enfrentar a Maravilla en marzo. Luego, tal vez, el desquite con Chávez. El cierre sería a toda orquesta ante Floyd Mayweather, otro crack. Acaso esto sea lo más importante que haya que agradecerle a Maravilla. Puso al viejo y querido boxeo argentino otra vez en lo más alto del mundo. A puro talento. A pura emoción.
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