AUTOMOVILISMO Y MOTORES › A 30 AñOS DE LA MUERTE DE SOJIT
› Por Guillermo Blanco
Le prendió la vacuna del periodismo a través de la gráfica. Con indisimulables pelos en las piernas producto de los ridículos pantalones cortos que sus 14 años le obligaban a usar, cubrió un partido que Argentina le ganó al olímpico Uruguay en 1924 y por esos tiempos fue que acentuó lo que sería el oficio de su vida. Se podrá subir el dedo pulgar o bajarlo según el cristal con que se mire, pero sería inútil que alguien tratara de que el nombre de Luis Elías Sojit –quien en el diario La Argentina firmaba con su apellido al revés, Tijos– fuera ninguneado en el firmamento de la historia del periodismo deportivo argentino.
Peronista hasta la médula, abrazó la actividad con apenas once años, y acaso como forma figurada por la profesión de sastre de su padre, él mismo fue hilvanando su propio destino, ése que lo llevó a convertirse en un referente natural al que no se puede dejar de remitirse cuando uno indague en las décadas del ’30, del ’40, del ’50, y por qué no del ’60 y saldos y retazos del ’70.
Fue el automovilismo el deporte que lo abrazó con más potencia, y el micrófono, el elemento con el que mejor se sintió. Se entreveró desde joven con lo mejor de la oferta periodística de entonces, y los nombres de Alfredo Aróstegui y del legendario uruguayo apodado Fioravanti se transformaron en sus mayores referentes. Ya en 1934 fue enviado especial de Radio Rivadavia al mundial de fútbol y estando en Belgrano en el segundo lustro de los ’40 lo tocó esa varita invisible que suele llegar sin que uno se dé cuenta. Cada día debía esperar que terminara el programa anterior para iniciar el suyo, hasta que se hizo amigo de la conductora. Rubia. Enérgica. Candorosa y singular. Había nacido en Los Toldos y desde Junín emprendido el viaje hacia la gran ciudad en la que pendulaba entre el espectáculo y el éter. Fue ella la que un día le dijo:
–Ruso, vos sos un pedante –ya que nunca quería favor alguno del presidente de la Nación a quien ella había flechado en un acto benéfico por las víctimas del terremoto del ’43 en Caucete, San Juan.
Esa relación con Eva Duarte derivó en otra que lo catapultó a ser un referente mayor de la época peronista. Así fue como mediante el automovilismo acentuó su relación profesional con Fangio y Froilán González en Europa y con los Gálvez acá, y viajó con más intensidad, y en el fútbol le puso el apodo de Divino el gran arquero español Ricardo Zamora, y León de Wembley al velezano Miguel Rugilo después de un notable partido en Inglaterra en el que pese a perder, el desde entonces León se atajó casi todo. Pero no se quedó ahí. Con unos pesos que le prestó Aníbal Troilo fundó la mítica revista Coche a la Vista, e hizo proselitismo político hasta cuando dormía.
No lo perdonó la Libertadora, y Sojit tuvo que exiliarse tres años en Brasil, hasta que volvió y junto a sus hermanos Manuel (Corner) y Boris (Mister), después de un tiempo preso en la Argentina, volvió al ruedo, ayudado por un referente del medio con relaciones en altos niveles, Augusto Bonardo.
Fue un adelantado con lo del avión transmisor. En las épocas de vacas gordas con un aparato de verdad, y cuando no lo eran, imitando los ruidos de un aeroplano con cacerolas y paletas de ventilador imitando su ruido. Y aunque no se crea, llegó a tener tres aviones en una sola carrera. ¿Que no? Todo al precio de uno. “Alternativamente el piloto, el periodista y el técnico salían al aire de un solo aeroplano”, según se cuenta en el maravilloso libro Días de radio, que escribió Carlos Ulanovsky con el apuntalamiento de su recordada compañera Marta Merkin, Gabriela Tijman y Juan Panno.
Cuando los revisionistas se frenen en las consecuencias de lo que el antiperonismo más despiadado produjo en el deporte argentino, habrá que incluir lo que ocurrió con el periodista Luis Elías Sojit. Y como a veces el humor mitiga dolores, bienvenida esta anécdota que también se cuenta en Días de radio. “Cuando no podía aparecer con nombre y apellido, inventó el recurso de informar desde ‘la torre mágica’. Un día, durante un Gran Premio de TC, al hablarle al enigmático responsable de ‘la torre mágica’ Oscar Alfredo Gálvez le dijo con toda naturalidad: ‘Hola, don Luis Elías, cómo le va’.”
Después del terremoto de la revanchista Libertadora, cuando parecía que la política sesentista traería un poco de calma también al deporte, volvió a las pistas Coche a la Vista con un plantel que el colega Sprinter recuerda en uno de los últimos números de Campeones, con nombres como el de Sojit, pero también Víctor Hugo Navas Prieto, Pedro Heredia, Luis Miguel Sánchez, Alberto Hugo Cando, Ladislao Garay y José López Pájaro, quien había sido fundador de la referencial revista La Cancha y padre del periodista Julio Ricardo, quien como tal vivió desde muy cerca el accidente fatal del legendario Juan Gálvez.
Tantos dolores de estómago del pasado lo condenaron a apagar el micrófono por última vez el 20 de julio de 1982, y ahí quedó, en la inexorable banquina. Lo acompañaban las lágrimas de su esposa y de su hijo Isidoro, quien anda por ahí, haciendo lo que puede, solo, tratando de que el olvido no encierre contra un guard-rail la memoria de su padre.
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