TENIS
Quesos, relojes y, ahora, Federer
Suiza puede exhibir con orgullo al tenista entre sus mejores productos, porque el número 1 del mundo ganó Wimbledon
venciendo en la final nada menos que al número 2, el estadounidense Andy Roddick.
Por Miguel Luengo
Desde Wimbledon
El carismático John McEnroe dice que Roger Federer, flamante campeón de Wimbledon, es el jugador “con más talento” que nunca antes ha visto, y que si alguien quiere aprender a jugar a este deporte sólo tiene que observarlo en acción, una opinión compartida y elogiada por muchos ex campeones que ven en el suizo una obra de arte sobre una cancha. “Si alguien quiere ser un tenista, que amolde su juego al de Federer y triunfará”, ha añadido el neoyorquino, que no es el único en admirar el estilo y elegancia del genial tenista helvético.
Boris Becker es otro que cae rendido ante su juego. “Es un poeta en acción”, dice, mientras que Tracy Austin añade: “Nunca he disfrutado más viendo jugar al tenis que cuando miro a Federer. Pete Sampras fue maravilloso, pero su juego se basaba mucho en el saque. Federer lo tiene todo y además es elegante, virtuoso y fluido, una sinfonía de tenis en blanco. Roger puede realizar golpes que deberían ser declarados ilegales”.
Su amigo y capitán de Copa Davis, Marc Rosset, campeón olímpico en Barcelona ‘92, dijo de él que sería un digno sucesor suyo, y añadió: “Sus golpes te dejan en ridículo”.
Todos coinciden. Es el mejor, el de más clase. Es porcelana china vestida de blanco en una cancha de tenis. El número uno del mundo con razón y con madurez suficiente como para ampliar sus cotas aún más lejos.
Es de fácil lágrima, demostrada el año pasado cuando ganó su primer grande, aunque entonces tenía motivos suficientes, pues recordaba emocionado a su ex entrenador Peter Carter, fallecido en un accidente de automóvil el 1º de agosto de 2002, y también ayer, cuando doblegó a Andy Roddick.
En enero de este año, en la Rod Laver Arena de Melbourne, no hubo dedicatoria especial cuando se embolsó su segundo Grand Slam. Saludó profesionalmente y cumplió el trámite como si ganar un grande fuera ya tarea sencilla para él.
Con Martina Hingis retirada, Federer es el orgullo de Suiza. No extraña pues que el año pasado recibiera los premios al “Mejor Deportista Suizo”, y al “Suizo del Año”, como tampoco que la Asociación Internacional de Escritores de Tenis lo eligiera como “Jugador del Año”.
Viaja solo y sin entrenador, tras romper con el sueco Peter Lundgren antes de partir de vacaciones al final del año pasado a Isla Mauricio. No le hace falta. Dice que recibe multitud de correos dándole consejos, pero a la vista está que no los necesita.
Además de su entrenador físico, el suizo Pierre Paganini, con quien trabaja en casa, utiliza al fisioterapeuta checo Pavel Kovak, y sigue manteniendo cerca a su novia, la ex tenista suiza de origen eslovaco Miroslava Vavrinec, que se encarga de las relaciones con la prensa.
Ultimo jugador capaz de ganar en Wimbledon y en Australia al año siguiente después de Pete Sampras en 1994, la sombra de “Pistol Pete” siempre lo perseguirá no sólo por el enorme parecido en el juego entre ambos, alabado en extremo por John McEnroe, sino porque él mismo se empeña en acercarse al máximo a la frialdad que exhibía el californiano, a quien derrotó en el court central en los octavos de final, cortando su racha de 31 victorias allí.
El año pasado tomó una decisión importante: separarse de la poderosa IMG, a la que dejó, evidentemente, sin una de las joyas más preciadas del circuito, para crear su propia compañía, formada íntegramente por sus familiares y entorno, para que todo quedase en casa.
Sus padres, Robert y Lynette (que es sudafricana), forman la parte directiva. Pierre Paganini, la técnica, y su novia supervisa la oficina. Como siempre, lleva colgado a su cuello un collar de madera, que compró durante unas vacaciones en Sudáfrica para visitar el país de su madre, y que tiene un significado especial para él, pues asegura que lo protege de los ataques de los tiburones. Federer creció con la imagen de tres grandes campeones en el All England Tennis Club –Sampras, Boris Becker y Stefan Edberg– en su memoria. Tomó su primera raqueta a los tres años, pero el fútbol y el hockey sobre hielo (donde fue un destacado jugador junior en el equipo nacional) lo mantuvieron indeciso hasta prácticamente los 14, cuando se decantó definitivamente por el tenis.
Sus primeros pasos los dio en la Federación de Tenis de Suiza, donde lo pasó realmente mal, pero inmediatamente comenzó a ganar torneos junior, debido en parte a su gran potencia con el servicio y su habilidosa volea. Cerró su carrera junior al ganar la Orange Bowl, derrotando a Guillermo Coria en la final y lógicamente fue el mejor junior del mundo ese año.
Tras ganar el pasado año en Wimbledon por primera vez, le regalaron, en el torneo de Gstaad, una vaca a la que llama Juliette (ahora con dos terneros), a pesar de que el público le sugirió entonces el nombre de Martina (por Hingis). El ganadero, allí presente, definió mejor que nadie al único tenista suizo, en categoría masculina, capaz de ganar el Abierto de Australia: “La vaca pesa 800 kilos, pero no posee ni la mitad de potencia que el tenis de Federer”.
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