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Lunes, 29 de octubre de 2007

EL DEPORTE EN ISLANDIA, MAS ALLA DEL PARALELO 60

Un arco en el Polo Norte

Un país pequeño, con una enorme renta y entusiasmo, aunque sólo le valieron tres medallas olímpicas y un campeón prestado.

 Por Pablo Vignone
desde Reykjavik

Islandia posee aproximadamente la superficie de la provincia de Catamarca y su población entera cabe en cinco estadios de River llenos. Pero a diferencia de la Argentina, esta pequeña nación, con el Parlamento más antiguo de Europa y una historia de independencia que no supera las seis décadas, está muy bien ubicada en el ranking de las naciones de mayor producto bruto interno per cápita del mundo: la república de Islandia, con presidente decorativo y primer ministro activo, alcanzó el quinto puesto en ese ranking –que determina el FMI–, con 40.112 dólares por habitante, dos veces y media la renta por cabeza de la Argentina, que según datos de 2005 se ubica 49º, con 16 mil dólares y chirolas.

¿Qué tiene esto que ver con el deporte? Es que cruzamos casi todo el planeta –Reykjavik está por encima del paralelo 60, que es como a la altura de la península antártica argentina, pero del otro lado del Ecuador– para hablar de deporte. Porque los islandeses tendrán un modesto pasaporte de éxito pero, que nadie lo dude, son entusiastas.

De acuerdo con el ranking elaborado por el Comité Olímpico Internacional, Islandia es la 105ª nación deportiva –más o menos por la mitad–, habiendo participado en 17 Juegos Olímpicos de Verano, pero logrando apenas tres medallas: una de plata, en Melbourne 1956, con el atleta Vihjalmur Einarsson en salto triple; una de bronce, en Los Angeles 1984, con el yudoca Bjarni Frioriksson, y otro bronce, en Sydney 2000, con la atleta Vala Flosadottir en salto en alto. (Un dato: si el apellido termina en “dottir” quiere decir “hija de” y, por lo tanto, es mujer; casi todos los apellidos de los varones acaban, como es lógico, en “son”, “hijo de”). En esa carrera también están detrás de la Argentina, que ocupa el puesto 40, con 60 medallas logradas en los Juegos.

Aunque el golf está cobrando gran popularidad en Islandia, porque sobran los espacios verdes y las situaciones desahogadas, en estas regiones casi polares, así como en las escandinavas, los deportes más populares son los que se practican bajo techo, y entonces no sorprende que la selección nacional islandesa con mayor grado de suceso sea la de handball, una disciplina creada en Dinamarca, país del que los islandeses fueron colonia hasta independizarse, después de la Segunda Guerra Mundial. Claro que eso de suceso hay que tomarlo con pinzas de hielo, como corresponde aquí: la actuación más destacada del conjunto resultó ser un quinto puesto en el Mundial de 1997. Aquí se lo considera como el deporte nacional, en cuanto al sentimiento que despierta.

El deporte autóctono en Islandia es la glima, una suerte de lucha originada en tiempos de los vikingos, los primeros conquistadores de esta isla, la 16ª en extensión en el mundo. Por supuesto, la natación es aquí una fanaticada, y no precisamente por el clima helado: en este terreno volcánico el agua surge a temperaturas cercanas a los 100º centígrados y las piletas, en pleno invierno y con temperaturas que no superan los 2 o 3 grados, como este domingo, son al aire libre... y están repletas. Como la de las Laugardal, el centro deportivo de Reykjavik, a cinco minutos del centro de la ciudad, que además alberga el estadio nacional de fútbol, el Laugardarvollur, una miniatura de coliseo con una platea mediana, otra de juguete (ambas techadas) y unas gradas de cemento detrás de los arcos, con capacidad para 15 mil espectadores. El fútbol es masivo en términos de interés –aunque no de práctica– en este país, pero da para otra nota...

Detrás del estadio está el Laugardalhall, un complejo de tres pisos que es caro a otra de las aficiones deportivas, como el ajedrez, un frenesí islandés bajo techo. En ese complejo, en 1972, hace por estos días 35 años, el soviético Boris Spasski perdió la corona mundial de ajedrez que su país, la por entonces Unión Soviética, consideraba como propia, su posesión un logro del socialismo. Se la arrebató un jugador brillante, nacido en Chicago, que después de aquel triunfo no volvió a jugar nunca más en forma competitiva. Los islandeses, orgullosos de haber hospedado aquel match que terminó siendo la frontera deportiva de la Guerra Fría, aseguran que de allí salió el único campeón mundial que tiene Islandia. Porque Robert “Bobby” Fischer, el vencedor de Spasski, posee desde hace dos años la ciudadanía islandesa que el Parlamento le otorgó en una votación unánime y vive desde entonces en esta ciudad, aunque en forma misteriosa. Fischer está convencido de que aún hoy el gobierno de los Estados Unidos lo persigue por haber violado en 1992 el embargo contra la entonces Yugoslavia, cuando fue a jugar contra Spasski la revancha del match de Reykjavik veinte años después. Curioso que haya sido esta isla, a mitad de camino entre Europa y los Estados Unidos y que mantiene obvios vínculos con la potencia mundial, la que le diera protección.

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El Laugardarvollur, el estadio donde Islandia juega de local.
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