EL VOLEY VOLVIO A CONVOCAR LA PASION
Fin de semana con Luna lleno
Con Japón el viernes, con Bulgaria el sábado, anoche ante Italia... En tres jornadas saturadas de emociones, la historia volvió a hacer escala en el Luna Park gracias a la gente y al voley.
Por Juan José Panno
Dónde está el reloj que miró Monzón, groggy, casi sobre el final final del noveno round de la pelea con Benny Briscoe? No está, no hay ningún reloj. Sólo hay dos tableros electrónicos, uno en la cabecera de Lavalle y el otro en la de Corrientes, que informan el resultado final del primer partido: ITA 3, JPN 1. Dentro de poquito van a empezar a jugar Argentina y Bulgaria el partido clave para la clasificación a los cuartos de final y el público, las 10 mil almas –jóvenes en su inmensa mayoría– no sabe nada del reloj y en realidad no ve la hora de que por fin comience a volar la pelotita. Sólo el cronista y un veterano colega atacados de nostalgia convocan al reloj, a Monzón y otros fantasmas, en la noche del sábado en el Luna.
–Locche con un gallego que se llamaba Barrera Corpas o algo así..
–Sí, esa noche estuve, el gallego terminó mareado...
–Los Seis Días en bicicleta.
–Uh, claro... Y Los Globetrotters, Holiday on Ice, el Circo de Moscú...
–El Mundial de básquet del ‘90, que en la final de Yugoslavia y Rusia se armó quilombo entre los serbios y los croatas por un par de banderas que flameaban en la tribuna.
–Goyo Peralta-Bonavena, el día que se batió el record de público...
–Esa no la vi, pero sí estuve en el velorio de Ringo.
–Yo en el de Julio Sosa, que tuvieron que trasladar el cajón desde la Casa Suiza de tanta gente que había...
–Gatica-Prada, Selpa-Lausse...
–Eh, pará, que yo ni había nacido...
–¿Y Serrat, en el ‘82?
–Fueron como quince días seguidos, estaba en la popu, en la tribuna de Corrientes. Volvía la democracia, los buenos tiempos.
–Y en el ‘82, ¿no estuviste en el otro Mundial de vóleibol?
–La gente cantaba: “Se va a acabar... / Se va a acabar... / La dictadura militar”. Fue la primera vez que se cantó eso en un estadio. Fue lo mejor del Mundial.
La gente, ahora, en este Mundial, canta: “A esos putos les tenemos que ganar”, extrapolando modernos hits de las hinchadas futboleras. “A esos lungos les tenemos que ganar”, explica una madre, recatada, a su hijo que pregunta porque no oye bien qué es lo que dicen. El pibe no se queda muy conforme y el amigo del cronista, vuelto al presente, dice: “Hay que poner un poco más de Weber”, para estar a tono con la tribuna futbolera, cuando los jugadores comienzan el calentamiento.
Está lleno el Luna Park y tiene un clima fantástico. Hay más gente que el viernes, cuando el partido contra Japón; hay más bombos, más banderas y más conciencia de lo difícil que es la parada. Bulgaria había perdido 3-2 ante Italia el día anterior y se sabe que es imprescindible el aliento que agranda a los propios y presiona a los rivales y a los árbitros. Nunca, en toda la noche, dejará de abuchearse a cada sacador contrario, pero cierto rasgo de civilidad asoma con los himnos y se escucha el de los búlgaros en silencio. Por suerte, no se exacerba el fervor patriótico y de los himnos sólo pasan las introducciones.
Ya en la presentación de los equipos comienza el toqueteo. Todo lo que el vóleibol carece de contacto físico con el rival lo compensa con el pegoteo entre compañeros. Van hacia la cancha, en orden: Milinkovic, Elgueta, Conte, Weber, Spajic, Bidegain y Meana, el líbero que, como tal, se viste diferente. Cuéntense, si se puede, las tocaditas de Meana. Antes de ir hacia el centro de la escena, choca las manos con Ferraro, Giani, Porporatto, Darraidou y Patti y con cada uno de los ocho integrantes del cuerpo técnico; cuando llega, primero se saluda con la mascota, que según los muchachos de “CQC” es Baby Etchecopar, participa de un scrum con los que están en la cancha y, ya separados, los saluda uno por uno, mientras los demás se tocan entre sí. La tradición manda que tendrán que manosearse cada vez que se logra un tanto propio así sea porque el sacador rival la mandó al Correo Central o la dejó colgada en la red, y que hay que tocar al que comete un error para darle aliento y al que entra y al que sale y a cualquiera que pase cerca por las dudas. Es como una especie de psicodrama como parte de una terapia de grupo. El licenciado Getzelevich podría dar las indicaciones desde el costado: “Ahora cerramos los ojos, ponemos todos los sentidos en las yemas de los dedos y reconocemos al compañero y en ese contacto, con tacto, nos re-conocemos a nosotros mismos: mucho gusto”. Y así.
Si a uno se le ocurriera hacerle algún reportaje tipo ping pong a cualquiera de los jugadores del plantel, saldría una cosa más o menos así: ¿Un músico?: Toquinho. ¿Un jugador de fútbol?: Pentrelli. ¿Un técnico?: Tocalli. ¿Un escritor?: J.R.R. Tolkien. ¿Un elemento de limpieza?: Jabón de tocador. Y así. Tan efusivo está el saludaje del sábado que al armador Weber casi lo desarman de un piquete de ojos en el festejo de un tanto cuando el partido se pone 5 a 3 en el tercer set.
Lo verdaderamente tocante, sin embargo, es el tramo final del cuarto y último set, con las tribunas y los jugadores interpretando letra y música de un triunfo inolvidable.
“Bi-de-gain... Bi-de gain...”, cantan antes del saque. Y el jugador número 11, la gran figura de la noche, mete un palazo impresionante que los búlgaros devuelven con dificultad y se la dejan a Conte, que suma con un toque sutil por arriba del bloqueo.
“Ole/ Ole/ Ole/ Hugo/ Hugo”, baja desde la popu.
Los búlgaros resisten, pero Milinkovic está imparable y parte en pedazos el bloqueo mientras la barra quilombera festeja por adelantado, cuando el marcador crece inapelable: 22, 23, 24... “Uno más/y no jodemos más.”
Y Milinkovic, que está en el saque, se levanta, pega y cumple: hoyo en uno, pelota contra la raya opuesta, ace, golazo.
“Ohh... Argentina... / es un sentimiento/ no puedo parar...”, devuelve la gente. Y no pueden parar. Diez, quince minutos dura el canto mientras los jugadores celebran con vuelta olímpica y todo. Es que lograr la clasificación y estar entre los ocho primeros es como salir campeones. Ese sábado de Luna lleno se empezó a ganar el partido de ayer contra los italianos, en otra victoria de las que quedaran marcadas para siempre. Lo que les importa, en el fondo, a los jugadores es haberse sacado el mote de “pecho frío” con el que vienen cargando desde hace tiempo. El Luna, palacio real de la música tribuna, cajita vibrante y colorida, quedó a la medida de la selección en un fin de semana inolvidable.