LA OCTAVA EDICIóN DE LA CARRERA DE MIGUEL, ESCENARIO DE EMOTIVAS HISTORIAS DE REFLEXIóN Y CONCIENCIA
Entre los 15 mil participantes de la prueba atlética en homenaje a Miguel Sánchez, los vecinos del barrio Zavaleta de la Villa 21 aprovecharon para hacer del deporte una militancia y se mezclaron con dos grandes corredores en sillas de ruedas.
› Por Nacho Levy
Se trata de resistir, con el cuerpo, con el alma, con la memoria. Lo sabe Ronan, que tiene apenas 11 años y 30 kilos, pero ya participó por segunda vez de la Carrera de Miguel, en la versión de 10 kilómetros. También lo sabe Nelly, que todos los días atiende un comedor comunitario en su casa. Y lo sabe Matías, que ahora decidió volver a estudiar para marcar el rumbo de los más chiquitos, que lo tienen como entrenador de fútbol popular. Los tres son vecinos de Zavaleta, un barrio ubicado a las puertas de la Villa 21, donde hace años se viene corriendo colectivamente tras las huellas de Miguel. Reunidos en ronda en el mítico potrero de la avenida Iriarte, el domingo previo al maratón, cerca de cien vecinos tomaron la carrera como una buena oportunidad para entrenar la memoria.
“La dictadura los secuestraba por pensar distinto, y los fusilaba”, explicaba Ronan, como disparador para repasar la lucha del atleta tucumano Miguel Sánchez, secuestrado por soñar, desaparecido por resistir.
Y así los vecinos se encontraron, y se dijeron, y se escucharon, y decidieron, y participaron. Aerosoles blancos y negros, “como nosotros” dice el Coreano, de 11 años, pintaron una gran bandera: “Todo Zavaleta corre por Miguel”.
Concentrados los corredores desde la base, partieron del barrio finalmente a las 8 de la mañana, en una fiesta para la conciencia, que tuvo bombos, sonrisas y una ronda abierta a los demás participantes, en la que Ronan se hizo gigante otra vez: “Yo vine a correr, porque me gusta, pero también me interesa representar a los 30.001 desaparecidos. Ya vine el año pasado y es lindo, pero este año conozco mejor a Miguel. Era un atleta profesional y tenía otro trabajo que era ayudar a los barrios más pobres, pero como a los militares eso no les gustaba, cuando volvió de correr el maratón de San Silvestre, lo secuestraron. Y ya nunca más apareció”.
Emocionó la piel, contagió la fuerza, la sinergia de un barrio organizado para la memoria y la participación, que lee con mil ojos y ofrece su experiencia como un despertador, o miles sonando al unísono, para irrumpir en la siesta inactiva y salir a correr semana a semana hacia esa misma utopía.
Corre Miguel mientras exista en el mundo una Carrera de Miguel. Corre Sánchez, como en el maratón de San Silvestre, como en cada entrenamiento, aunque lloviera agua, aunque lloviera fuego. Y corre su hermana Elvira, como corren los periodistas Ariel Scher y Valerio Piccioni todos los años, para que la Carrera de Miguel se consagre definitivamente en Buenos Aires como una política de Estado ineludible, independiente de cualquier capricho de gobierno. Si la marcha del 24 de Marzo la convocan los 30.001 desaparecidos, la Carrera de Miguel debe ser de Miguel. Y si bien resulta curioso que el gobierno de la ciudad haya suprimido de los afiches el lema histórico de la jornada, “Por la verdad, la memoria y la justicia”, el trunco intento de vaciamiento de contenido, denunciado el año último desde el podio por el atleta Martín Sharples, encontró una respuesta del campo popular.
Cada uno de los 15 mil participantes se encontró ayer, al terminar el recorrido, con una medalla otorgada por militantes sociales y corredores adheridos a la causa, que le asignaba el “Primer Premio ‘Miguel Sánchez, corredor de utopías’, en la categoría Memoria para la Conciencia”. Otro primer premio fue para Rosa del Carmen Greco, en la rama femenina. Otro para Alberto Olivera, en la masculina. Y otro para Sharples, un estandarte imprescindible de la Carrera de Miguel, que volvió a dar cátedra de atletismo y compromiso: “Atahualpa Yupanqui decía que algunos hombres sólo mueren para volver a nacer, y el que tenga alguna duda que se lo pregunte al Che. Yo adhiero, y también digo que algunos hombres desaparecen para volver a aparecer, y el que tiene alguna duda que se lo pregunte a Miguel”.
Las intervenciones públicas de Sharples suelen ser un llamado a la conciencia. Acaso por su reclamo en el podio de 2008, cuando también manifestó su rechazo a la música electrónica y a las clases de aerobics implementadas en la carrera, este año sonó León Gieco por los parlantes, sin cesar. Acaso por su gesto en el podio de 2009, la enorme ovación: “Esta competencia se corre con la memoria, no con los pies. Y por eso le entrego mi premio a Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, porque ellas han sufrido la desaparición de sus seres más queridos y, aun así, jamás han exigido venganza, ni pena de muerte. Hoy cualquiera habla de paredones y mano dura, o traza parábolas entre los desaparecidos y los muertos por accidentes de tránsito. Y es una locura. Ojalá hubieran hablado durante la década del ’90, cuando se estaban enriqueciendo. Y ojalá dejen de hacer programas donde la necesidad es un sueño. Ahora hay que saber bailar para curarse de leucemia o para volver a caminar”.
Se trata de resistir, con los músculos, con la cabeza, con el corazón. Lo sabe Francisco Díaz Luzuriaga, que estudia periodismo deportivo y participó por primera vez de la Carrera de Miguel. Habituado a esperar el colectivo con rampa, tal vez una hora, tal vez algo más, se valió de sí mismo para llegar en transporte público a la primera meta, Libertador y Sarmiento, previo al inicio de la carrera.
Miguel marchaba hacia una meta colectiva. Y tal vez por eso haya corrido hasta desaparecer, aunque su hermana Elvira garantiza que, “aunque no haya vuelto, Miguel está, porque ha vencido a los que pretendieron desaparecerlo”. Y quizá por eso los compañeros de Francisco, en segundo año de la escuela Deportea, determinaron que la Carrera de Miguel era una gran oportunidad para ponerse en los zapatos del otro, o en la silla del otro, para comprender algo menos distante al deporte paralímpico, para ver más fácil la ausencia de las rampas, para sentir más profunda la indiferencia de los demás, para ofrecer un contundente mensaje de compañerismo, para correr por Miguel.
La intención de correr juntos en silla no se pudo concretar porque las sillas finalmente nunca llegaron por cuestiones burocráticas. Francisco, que padece atrofia muscular de tipo uno, estaba abatido, desencantado. Había sido el gran gestor de la iniciativa, que se había derrumbado por razones ajenas. Pero, aun con el ánimo en el piso, decidió que debía correr. Y cruzó la meta: “Fue muy fuerte, porque acá todos estamos en igualdad de condiciones y uno se emociona al ver tanta gente corriendo por la memoria”.
A su lado, entonces, cruzaron la línea de llegada otro adolescente, y otra silla de ruedas, y un anciano, y un chiquilín, y una Madre de Plaza de Mayo, y un cochecito con dos bebés, y un hermano de Miguel, y muchos más, para encontrarse a un costado, con él, con ella, con todos, a compartir la experiencia, a sentirse abrazados, a reconstruir la mirada. Así, Sharples, abajo del escenario, afuera del micrófono, charló con Francisco para hacerle saber que su esfuerzo, su sacrificio y su participación: “Son un símbolo de esta carrera”. Francisco sonrió. Miguel también.
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