MáS ALLá DE LAS FRASES CONTROVERTIDAS
Eligió el perfil alto y bancarse las presiones en los momentos más críticos, pero bajo su dirección la Selección se clasificó para el Mundial.
› Por Juan José Panno
Diego Maradona es, una vez más, uno de los personajes del año. Desde hace mucho tiempo, desde su debut en Primera podría decirse, aparece en los primeros planos a la hora de los balances. El año que se está acabando lo tuvo bien en el centro de la escena futbolera. Y no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta la importancia que en estas tierras se le da al puesto que ocupa y la elección del propio Diego de un perfil alto, polémico, controvertido, jugadísimo, capaz de encender tantos amores como odios.
“Hay que alentar a Maradó”, suelen cantar desde la popular en la cancha de Boca sus seguidores más incondicionales, a quienes no les importa si el equipo que dirige juega bien, regular o mal, ni los pudores que pueden afectar cualquiera de sus declaraciones, como las que hizo post–clasificación al Mundial de Sudáfrica.
Todo lo que es capaz de generar Maradona cuando abre la boca se puede sintetizar con lo que ocurrió este año: Argentina consiguió una casi milagrosa clasificación para el Mundial en el mismísimo Centenario, y de lo único que se habló fue de las declaraciones que formuló después del partido, sobre chupadas y otras procacidades.
Maradona sabe que hubiera sido mejor que se valorara el planteo que hizo el equipo (el más adecuado dado el marco, las circunstancias, los antecedentes y las reales posibilidades), pero no: es incapaz de especular, y hace y dice lo primero que le sale.
Las presiones que recibió en el último tramo de las Eliminatorias son usuales en un país en el que quedar eliminado de un Mundial es poco menos que una tragedia. Pero Diego las absorbió con una actitud de autosuficiencia que algunos interpretaron como capricho.
Si hubiera salido mal, habría rifado gran parte del reconocimiento que le tiene el mundo del fútbol. Sabía que cargaba con una responsabilidad enorme y encima habían empezado a pegarle a cuenta de futuros fracasos. Pero salió bien, Argentina se clasificó y tuvo una carga emocional a tono con el peso de lo que había evitado.
“Hay que alentar a Maradó”, cantan desde la popu y nadie se pregunta si la Selección podría tener un técnico mejor, si hay que jugar con línea de tres o de cuatro; si hay que respetar o no la identidad del fútbol argentino; si es mejor que Carlos Bilardo esté cerca o lejísimo; si está bien o mal que se haya citado a 80 jugadores en el año.
En el fondo tienen razón: a seis meses del Mundial, ya en el medio del río, sin posibilidad de cambiar de caballo, lo mejor es alentar a Maradona. Dejarlo trabajar tranquilo, no llenarle la cabeza con los nombres que cada uno tiene en mente, ocupar (atención Bilardo, atención Mancuso) el lugar de cada uno sin abrir grietas internas que sumen confusión y confiar en que finalmente encuentre los nombres que permitan cumplir un papel digno en Sudáfrica. No está mal imaginar que, como Maradona está predestinado para los grandes logros, Argentina tiene chances de obtener el título. Los datos objetivos –la realidad del fútbol argentino, la comparación con el presente de las verdaderas potencias– no dejan demasiado margen para el optimismo; pero, por las dudas, no queda más que alentar a Maradó.
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