EL AÑO DE MEOLANS
No tiene brazos, sino alas
En la tierra, en el agua o en el aire, los deportistas argentinos dieron que hablar durante 2002. José Meolans volvió a poner a la natación argentina en un lugar de privilegio al batir un record mundial.
Por Gustavo Veiga
Podría afirmarse –con una dosis de exageración– que es tan rápido como las luces que se venden en la casa Febri, de la calle Lima, en la capital de Córdoba. Ese negocio de iluminación que atienden sus padres, Isabel y Raúl, desde que la madre del actor Norman Briski se los cedió para que lo administraran. José Meolans voló sobre el agua hasta convertirse en lo que su admirado Alexander Popov definió como “el nadador más potente de la actualidad”. El ruso no hablaba en vano. La evolución ha sido notable y como muestra basta un botón: en los 100 metros libres, pasó de los 48s03 en 2000 a 47s02 en 2001 y 47s en 2002. Las marcas del atleta que la Federación Internacional de Natación definió como “héroe deportivo nacional” de la Argentina explican también sus títulos y medallas. Salió campeón mundial de pileta corta en Moscú y ganó tres doradas y dos plateadas. Todo entre abril y noviembre. Y todo conseguido en lugares tan distantes entre sí como Rusia, Estados Unidos, Brasil y China.
Meolans es un tipo tan íntegro que, pese a la gloria acumulada, no se permite gestos grandilocuentes. Da la sensación de que jamás sería la comidilla de quienes se regodean con las flaquezas de los famosos. Su perfil es tan bajo como las marcas que ha ido pulverizando a pura brazada. Una vida austera y sin tentaciones nocivas para un deportista de alto rendimiento como él, pero sobre todo disciplina en la preparación son los motores indispensables de una campaña que colocó al cordobés en un sitio que durante cuatro décadas había ocupado sin discusión Luis Alberto Nicolao: el de mejor nadador argentino de la historia. O, lo que parece lo mismo aunque no lo es: se trata del primer argentino que se consagra campeón mundial de natación.
Desde que Meolans es entrenado por Orlando Moccagatta, una especie de alter ego, ha superado en tres años ocho records sudamericanos y veintidós nacionales. Cientificista, hombre que dispone de la tecnología como soporte para medir el desarrollo del atleta que tiene en sus manos, filma cada una de las competencias con una cámara digital. De ese modo, trabaja con precisión casi quirúrgica cada una de las variantes que un nadador debe perfeccionar en sus entrenamientos. Partidas, llegadas, vueltas y nado subacuático. Además, han cooperado con él en la preparación un doctor en biomecánica y un bioingeniero.
Moccagatta se topó con la materia prima adecuada; un nadador que posee el biotipo para destacarse en una disciplina que en la Argentina ha generado más indiferencias que adhesiones, más sinsabores que satisfacciones. Meolans, que nació el 22 de junio de 1978, aprendió a nadar en Morteros, la ciudad de donde son oriundos sus padres y abuelos, aquellos que lo incentivaron a sumergirse en el agua para recorrer distancias cuando apenas tenía cinco años. Meticuloso, ordenado, el campeón mundial de los 50 metros libres no deja de entrenarse ni mañana ni tarde y a mediados de enero estará en París para seguir compitiendo con la convicción de que el juego limpio no debe convertirse en un mero enunciado. Meolans, en las pruebas internacionales en que interviene, se ofrece a menudo para que le realicen controles antidoping en sangre, cuando son optativos.
Con becas o sin becas de la Secretaría de Deporte, con o sin piletas en condiciones para trabajar, con un deporte que en la Argentina es como el fútbol en Surinam y pese a las relativas repercusiones que genera su desempeño fuera de Córdoba –donde este año recibió ovaciones semejantes a las que recogieron el tenista David Nalbandian y la jugadora de hockey Soledad García–, Meolans nada hacia la meta con la propulsión de una criatura marina de esas que sólo se ven en los documentales de Jacques Cousteau. Pero se trata de un hombre, de un deportista que, si hubiera ganado lo que ganó como jugador de fútbol, hoy estaría en todos los titulares de los diarios.
Aunque por su forma de ser, poco podría importarle.