EL AÑO DE LA SELECCION Y WEBER
Y una noche dijo adios
Con dos históricos como Javier Weber y Hugo Conte, la Selección de Vóleibol levantó al país durante el Mundial.
Por Adrián De Benedictis
“Me siento vacío, no tengo más nada para dar”
Lacónicamente, Javier Weber se retiraba del vóleibol para dedicarse a su nueva función de entrenador en la liga brasileña. Minutos antes, el seleccionado argentino había finalizado su participación en el Campeonato Mundial Argentina 2002, quedando en el sexto lugar luego de caer derrotado ante Italia. Pero Weber no se olvidará nunca esas dos semanas en donde el país pareció despertar de un presente lleno de pesadillas. El escenario no podía ser otro que el mítico Luna Park, en el corazón de Buenos Aires. El mismo corazón que puso el público ante cada presentación del conjunto local, tal vez para retribuirle a Weber todo aquello que él ya había entregado.
Como él sabía muy bien que serían sus últimas horas como verdadero protagonista, Weber comenzó a disfrutar cada minuto con la emoción de la primera vez. A los 36 años, el experimentado armador se sintió igual que la mayoría de los chicos que tuvo como compañeros en el plantel, y así la despedida se hizo más placentera. Todas esas sensaciones se fueron reflejando en el rostro del ahora ex jugador, que hasta se mostró sorprendido por la inédita experiencia de permanecer concentrado en el predio de la AFA, en Ezeiza. Justo él, que conoció los lugares más exóticos viajando por el mundo.
En el recorrido desde el complejo de la AFA hasta el Luna Park eran acompañados por un gran número de gente, que seguía al micro con la mayor de las devociones. Eran los mismos hinchas que no dejaron de apoyar a un grupo carismático, que pretendía dar un golpe fuerte en condición de local. En esos viajes, Weber fue repasando su carrera, que tuvo su pico máximo con la obtención de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988. Que se sumó al cuarto puesto alcanzado en los Juegos de Sydney 2000, y a una infinidad de situaciones en las que le tocó defender la camiseta nacional, algo que él quería como nadie. Y también recordó sus inicios como arquero de River, que en alguna oportunidad lo vieron sentado entre los suplentes de la reserva del equipo de Núñez.
Por ese motivo, las lágrimas de Weber fueron de verdadero dolor cuando Argentina no pudo superar a los franceses, en los cuartos de final, derrota que depositó al equipo en el partido por el quinto lugar. “Lo del público es increíble”, dijo aquel miércoles 9 de octubre. Weber pretendía encontrarle alguna explicación a semejante calidez, de esos hinchas que intentaban olvidar las penurias cotidianas. Ahí estaba él, en el centro de la cancha, buscando a su esposa y a sus hijos para que ellos también pudieran sentir más de cerca todo eso que él estaba sintiendo.
La decisión del alejamiento de la actividad que lo cobijó durante más de 20 años fue meditada con mucha anticipación. Inclusive, Weber fue más contundente: “Si el Mundial no se hacía en mi país ya habría dejado de jugar antes. Ni siquiera si se hacía en Uruguay, tampoco habría hecho el esfuerzo”. Es que la exigencia para no perderse su última competencia fue enorme.
El 13 de octubre de 2002 quedará marcado en la cabeza de ese pequeño que jugaba como un grande. Las manos de Weber, que habían heredado el magnetismo de otro talento como Waldo Kantor, ya le dejaron el lugar a un tercero. Aunque esa función ya no tendrá al hombre que le dio identidad propia. Fue tanta la trascendencia de esta despedida, que hasta opacó a otro que ya entró en la historia como Hugo Conte, que tampoco estará más en la Selección, aunque todavía sigue desempeñándose en la Liga Argentina.
Las imágenes del Luna Park repleto, con la gente cantando junto a los jugadores cuando los triunfos agrandaban la ilusión, quedarán guardadas para que Weber pueda revivirlas junto a los suyos en el futuro. Por eso no fue un Mundial más. No hay duda de que la marca de este hombre quedará impregnada en los anales del vóleibol.