OTRA NOCHE BRILLANTE DE SERGIO "MARAVILLA" MARTINEZ
El argentino deslumbró al mítico templo del boxeo mundial sacando de combate al inglés Matthew Macklin en el undécimo round, después de cuatro asaltos memorables. Ahora, Julio César Chávez Junior no puede esquivarlo más.
› Por Daniel Guiñazú
De última, Sergio “Maravilla” Martínez no hizo más que cumplir con lo que había presagiado. “Me veo ganador antes del límite en la parte final”, dijo en una de las tantas entrevistas previas a la pelea. Y fue tal cual. Como si se hubiera tratado de un libreto escrito de antemano, el quilmeño dejó pasar siete rounds entre fintas y bailoteos. Después de una caída accidental en ese asalto, se puso en marcha. Y al cabo de cuatro rounds memorables dejó las cosas en claro: le dio tal paliza al rústico inglés Matthew Macklin que su rincón debió sacarlo del combate al final del 11º asalto, con toda la cara rota, para evitar males mayores.
En la madrugada del domingo y sobre el ring del Teatro del Madison Square Garden de Nueva York (el antiguo Felt Forum, un estadio más chico con capacidad para 5 mil espectadores), el quilmeño se dio todos los gustos. Ganó como y cuando quiso, volvió a dar otra cátedra de estrategia y mentalidad triunfadora, retuvo su título de diamante de los medianos del Consejo Mundial, ratificó su lugar dentro de los tres mejores del boxeo actual junto con Floyd Mayweather y Manny Pacquiao, y se posicionó como el próximo rival de Julio César Chávez Junior, el campeón regular de la categoría para el CMB, en una superpelea unificatoria que, según se comenta, podría suceder en septiembre. Siempre y cuando, claro, así lo deseen el propio Chávez, su padre, don José Sulaimán, el presidente del Consejo y su mentor en las sombras, y la poderosa empresa Top Rank, dueña del contrato del mexicano.
Quien esto escribe no tiene dudas: Maravilla Martínez es el mejor boxeador que la Argentina le ha entregado al mundo desde los tiempos irrepetibles de Carlos Monzón, allá por la década del ’70. Tiene todas las virtudes y acaso sólo le esté faltando una victoria ante un supercrack o en una superpelea para afirmar aun más la idea. De todos modos, de puro perfeccionismo, siempre alguna crítica puede hacérsele. Y en tal sentido podría señalarse que ante Macklin demoró más de la cuenta en calentar sus motores.
Hasta el 7º round, Martínez (71,440 kg) abrió el ring en base a su juego de piernas, visteó mucho, quebró permanentemente su cintura, pero atacó poco. O, por lo menos, no tanto como se lo esperaba. Estuvo discontinuo, algo displicente, no le puso presión a su boxeo y fueron esos ratos de quietud los que mantuvieron vivo al rudo inglés Macklin (71,670 kg), quien lo desacomodó no saliendo a pelearlo, como él descontaba.
Sólo un par de izquierdas secas y justas de Maravilla en el 2º y el 4º round sacaron de línea a Macklin y pusieron en claro quién de los dos pegaba más duro. Pero en el 7º sucedió el hecho que cambió la pelea: quedaron trabadas la pierna izquierda de Macklin y la derecha de Martínez y una derecha abierta del inglés que no llevaba poder desbalanceó al argentino y le hizo tocar la lona con su guante derecho. El árbitro Eddie Cotton le dio validez a la caída y le abrió a Martínez una cuenta de protección en medio de la algarabía de los tres mil irlandeses que metían ruido en el Madison, lubricando con litros y más litros de cerveza el festejo neoyorquino de la noche de San Patricio.
Esa contingencia le pellizcó el orgullo a Maravilla. Y lo convenció de que el momento de pasar a mandar definitivamente no podía demorarse un segundo más. Así lo hizo desde la 8ª vuelta. Y fue un regalo para los ojos y la emoción. Todo su inspirado repertorio (la velocidad de sus piernas para salir y entrar con un solo paso, la flexibilidad de su cintura para generar claros, la rapidez y la justeza de sus golpes, su talento para ofrecer una variante nueva a cada momento, su actitud ganadora) cayó sobre el atribulado Macklin con el peso de una mole. Y preparó el terreno para una definición categórica que ya en el 10º round se percibía inevitable.
Cuando Martínez dejó de bailotear y se plantó a pelear con energía y decisión, el inglés rápidamente quedó convertido en un guiñapo. En el 10º recibió una soberana tunda. Y en el 11º, dos soberbias izquierdas rectas lo mandaron a la lona con los pómulos inflamados y cortados, y su rostro transformado en un reguero de sangre. Al volver maltrecho a su rincón, su segundo principal, el ex campeón mundial James Buddy McGirt, lo miró a la cara y no vaciló en retirarlo de ese martirio. Era lo menos que debía hacer.
“Yo sabía que era como derribar a un árbol. Era cuestión de tiempo. Debía ir demoliéndolo de a poco. Tenía 12 rounds y lo saqué antes del último”, dijo Maravilla luego de otro de sus capolavoros boxísticos. Después le dedicó un último párrafo a Julio César Chávez Junior. “Soy joven, tengo todo el tiempo del mundo para esperarlo”, expresó preparando el clima para esa superpelea que tanto ambiciona. Y que podría darse en septiembre o quizás nunca. El hijo de la leyenda azteca mueve demasiados intereses y tiene demasiados protectores que lo cuidan para que siga siendo campeón. Además no es negocio que un argentino sea uno de los tres mejores boxeadores del mundo. Aunque se llame Sergio “Maravilla” Martínez. Y sea un crack sin vueltas. De esos que de tanto en tanto se dan.
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