CRONICA FALSA, ESPECULACIONES TRAMPOSAS Y COMENTARIOS MASOQUISTAS SOBRE
Lo que hubo de haber habido
Dicen que a Perón, cuando le hacían referencia a circunstancias, decisiones o coyunturas en que –de haber sido otras– se hubiese modificado el curso de la historia ulterior, desechaba la especulación con una frase en la que ostentaba su alevoso pragmatismo: “Yo hablo de lo que es; usted me habla de lo que hubo de haber habido”. Ayer se jugó un Superclásico y eso –jugadores, cancha, jueces, público– es “lo que hay”. Sin embargo, de no mediar ciertas circunstancias del país, de no ser la Argentina como es, pudo haber sido formalmente diferente. Tal vez, algo así como lo que sigue.
› Por Juan Sasturain
De haber sido ayer un domingo normal de fin de verano porteño con sol y buen tiempo, en una Argentina de principios de milenio unida y no dominada, estable, con empleo y razonable crecimiento, con equipos grandes y saludablemente poderosos, capaces de conservar sus mejores jugadores durante unos o muchos años y con hinchadas quilomberas, polémicas, incisivas y vociferantes pero sólo hasta ahí, las cosas hubieran sido diferentes. El árbitro seguramente habría sido el severo y reglamentoso Javier Castrilli, adecuadamente respaldado por una AFA con un Grondona inevitable (de manos si no limpias al menos que no necesitase lavárselas a cada rato), y una policía tan ineficiente como siempre, pero con menos oportunidades de demostrarlo.
En Boca, la formación alineada por el experimentado Carlos Bianchi –que vendría de renovar por otros tres años su contrato– habría echado mano a lo mejor, combinando experiencia de los hombres con largos años en Primera y la juventud talentosa de otros. Así, llamaría la atención la aparición de Coloccini como primer marcador central en lugar de Jorge Bermúdez, que volvía de una lesión, y la posición de Verón como volante central, buscando darle más velocidad al medio campo, más vuelo al ataque. Arriba, ya repuestos de sus lesiones, el técnico habría optado –tal vez equivocándose– por la experiencia de Bati y Caniggia, acaso pensando en el peso de la historia en estos enfrentamientos, pese a que se trataría en ambos casos de uno de los últimos Superclásicos de sus respectivas carreras.
Por el lado de River, Passarella optaría por una línea de tres jugándose con Roberto Ayala de líbero y Placente –por Berizzo, algo fuera de forma- y Yepes de stoppers. Buscando más fútbol también, como en el caso de Bianchi, habría tirado a Almeyda por derecha y a Sorín por izquierda mientras le dejaba a la joven sabiduría del Cuchu Cambiasso el centro del campo, con Aimar y Ortega como enganches, y Saviola y Crespo de punta. En el banco de uno y otro equipo, habrían esperado Martín Herrera, Vivas, Bermúdez, Serna, Palermo y Guillermo Barros Schelotto en Boca; Bonano, Berizzo, D’Alessandro, Salas y Cruz en River.
Con la cancha repleta, el inicio se habría demorado unos cinco minutos debido a que el estricto cumplimiento de las disposiciones de seguridad -derecho de admisión, secuestro de elementos prohibidos a los hinchas más exaltados, etcétera– se habría prolongado lógicamente más de lo habitual a causa de la multitud asistente. El partido, probablemente –y como casi siempre pasa–, no habría sido todo lo bueno que harían suponer las formaciones llenas de internacionales. Sin embargo, tres goles de buena factura, un penal atajado –de Córdoba a Ortega– muchas ocasiones de gol repartidas, aunque Boca carecería de claridad a la hora de definir, e incluso dos expulsiones sobre el final –más cuatro amarillas por bando diseminadas por Castrilli con riguroso criterio– habrían hecho que fuera un Superclásico absolutamente entretenido y de resultado justo. River habría sido más donde debía: en las dos áreas.
Habría arrancado como para los de Passarella y –al no poder aprovechar Boca el bajón psicológico consecuente al yerro de Ortega ante Córdoba tras el penal de Arruabarrena a Crespo– concretaría enseguida: Crespo le habría ganado a Coloccini en el salto para ponerla de cabeza junto al palo izquierdo de Córdoba tras el centro preciso de Ortega. Se habrían ido arriba los de Bianchi, pero el buen manejo de Verón-Riquelme no encontraría cómo prolongarse en la dupla Bati-Cani, que sumarían imprecisiones y desacoples. La lesión temprana del goleador de Reconquista le habría dado la oportunidad a Palermo, que tampoco funcionaría, muy estático, absorbido por Ayala. Así, no habría de extrañar que River, bien conducido por Aimar, con un Almeyda muy firme y Sorín ganando en toda su franja, llegase otra vez al gol: jugada colectiva por derecha, desborde de Saviola, centro atrás y llegada de Sorín que se anticiparía al cierre tardío de Ibarra.
En el segundo, Boca habría intentado recuperarse, pero el afán le habría durado poco: un cuarto de hora vertiginoso. Un disparo de Verón en el travesaño con Burgos vencido, una cortada de Riquelme al Mellizo que habría terminado en un mano a mano bien resuelto por Burgos y un cabezazo de Samuel que habría sido gol, pero anularía (bien) Castrilli por infracción anterior del defensor. Y eso habría sido todo para los de Bianchi. Salas se convertiría paulatinamente en figura, complicando a todo el fondo de Boca hasta lograr, de contra, el mejor tanto de la tarde soleada: pelotazo de Ayala que encuentra a la defensa de Boca adelantada, Salas que habría picado en diagonal hacia adentro a espaldas de Ibarra, toque para Crespo y devolución precisa para el chileno ante la salida de Córdoba. Eso habría sido todo. Las expulsiones de Yepes y del Mellizo, una concesión al folklore.
En River se habrían destacado Sorín, Crespo, y el gran segundo tiempo de Salas, además de Roberto Ayala, que se habría deglutido primero a Bati y después a Palermo. En Boca sólo cabría destacar lo de Verón y Riquelme, ya que no habría encontrado nunca la fórmula arriba y habría mostrado desequilibrios en el fondo, pese a las buenas actuaciones de Samuel y Córdoba pese a los tres goles.
Los técnicos habrían declarado lo esperable. Passarella estimaría justa la victoria, mientras Bianchi –desmintiendo una vez más la venta de alguno de los jugadores al exterior: “¿Dónde estarían mejor que acá?”– habría considerado excesiva la diferencia de tres goles.
En cuanto al público, la hinchada de River se habría quedado celebrando largamente la victoria tantas veces postergada, mientras los de Boca habrían hecho profesión de orgullo gritando más y mejor hasta el final pese a la derrota.
Después, cada uno se habría ido para su casa porque todos o casi todos mañana –por hoy– habrían tenido que ir a trabajar. Y seguro que no faltaría un desubicado que se quejase...