Lunes, 20 de julio de 2015 | Hoy
A 60 AñOS DE UN HECHO HISTóRICO POCO DIFUNDIDO
En la edición de 1955, en México, cubrió el torneo para una agencia de noticias como periodista deportivo y reportero gráfico. Entrevistó a una tenista argentina que conocía de Córdoba y sacó decenas de fotos.
Por Gustavo Veiga
En marzo de 1955, hace sesenta años, una tenista cordobesa que competía en los II Juegos Panamericanos de México se asombró cuando le avisaron que querían hacerle un reportaje. “¿Quién puede ser?, me pregunté sorprendida cuando me dijeron que un periodista argentino deseaba entrevistarme. Yo no era tan famosa como para que vinieran de Argentina a verme. Cuando salí del vestuario vi que me estaba esperando”, recordó Viola Livetti, integrante de aquel equipo nacional en el que se destacaban Enrique Morea, Edda Budding y Mary Terán de Weiss.
“–¡Ernesto! ¿Qué hacés acá, Ernesto? Yo no podía creer verlo ahí. El me respondió con pasmosa naturalidad.
–Acá ando Viola, me las rebusco como periodista.
Lo recuerdo como si lo viera hoy; tenía un traje gris, una camisa blanca con el cuello asomado a la solapa, una cámara colgada y seguía con su pelo corto y su jopo. Estaba más corpulento, por supuesto, espaldas anchas y cintura chica.”
El diálogo entre la tenista y ese cronista y reportero gráfico que tiempo después se transformaría en el revolucionario más célebre, es un hallazgo del libro Ernestito Guevara antes de ser el Che, publicado en 2006, del periodista cordobés Horacio López Das Eiras.
Livetti y Guevara, devenido en periodista deportivo, se encontraron en el club de tenis de Chapultepec, del Distrito Federal. En la adolescencia habían jugado al ping-pong en el Lawn Tennis de Córdoba. La deportista que llegó a ser la número uno del ranking argentino de mujeres en 1961 –ese año derrotó a Norma Baylon en la final del Campeonato del Río de La Plata– le contó la anécdota al autor del libro. Pasaron seis décadas de aquella entrevista. La única confirmada por un testimonio entre todas las que pudo haber realizado el Che durante los Juegos Panamericanos del ’55. Se sabe mucho más de que sacó varias fotografías en ese torneo. Una de las que se le atribuye muestra en el podio a tres atletas. El ganador parece latinoamericano. Debajo lo secundan dos deportistas de Estados Unidos con un buzo oscuro que dice USA.
Los 14 días que se desempeñó como reportero lo dejaron extenuado. Se lo contó en una carta a su amiga Tita Infante: “Mi trabajo durante los Juegos Panamericanos fue algo agotador en todo el sentido de la palabra, pues debía hacer de compilador de noticias, redactor, fotógrafo y cicerone de los periodistas que llegaban de América del Sur”. Además le confió: “Mi promedio de horas de sueño no pasó de cuatro durante los Juegos, debido a que yo era también quien revelaba y copiaba las fotografías”.
El periodista deportivo en México antes de que fuera el Che en la Sierra Maestra cubana ya sabía algo del oficio. En 1951 había fundado la revista Tackle con uno de sus hermanos, Roberto, y un grupo de amigos, como Carlos “El Gordo” Figueroa. Todos amaban al rugby. La publicación sólo duró 11 números y en ella firmaba sus artículos como Chang-Cho. Una deformación chinesca de Chancho, el apodo que le había puesto Figueroa, porque vestía desaliñado. Sus crónicas publicadas fueron seis –entre mayo y julio de 1951– y la primera que escribió fue sobre el club Atalaya, donde había jugado. El periodista cubano William Galvez, en su libro Che deportista, cuenta más detalles de aquella apuesta editorial efímera.
Más breve aún resultó su labor periodística en los Juegos del ’55. Apenas duró lo que el torneo: dos semanas. Se había acreditado por la Agencia Latina de Noticias. “Un experimento del primer gobierno de Perón que naufragó poco antes de su derrocamiento en 1955. Su fundación pretendió, en 1952, quebrar la hostilidad de las grandes agencias de noticias de los Estados Unidos...”, escribió el periodista Rogelio García Lupo en un extenso artículo de Clarín en 2001.
Guevara consiguió acreditarse en los Panamericanos cuando conoció al médico argentino Alfonso Pérez Vizcaíno en México. Era el jefe de la Agencia Latina. Lo cuenta en sus diarios: “Simpatizó conmigo y me nombró corresponsal provisorio”. Su entusiasmo se quebró cuando el dinero que habían prometido pagarle nunca llegó. Volvió a confesarle a su amiga Infante: “...la Agencia Latina, al fundirse me fundió, dejándome una deuda estratosférica”. El Che había llegado a México desde Guatemala, donde se opuso al golpe apoyado por Estados Unidos contra el gobierno de Jacobo Arbenz. Ahí tuvo que refugiarse en la embajada argentina hasta que logró el salvoconducto para salir del país.
Una cámara fotográfica que se había comprado le abrió la posibilidad de subsistir. Hacía retratos en las plazas del Distrito Federal. Vivía casi con lo puesto, como lo documenta su correspondencia. Las cartas –le cuenta Juan Martín, su hermano 15 años menor, a Página/12– “las mandaba siempre de algún consulado argentino. A veces, llegaban cinco juntas. Yo en esa época estaba por entrar a la escuela secundaria en el Colegio Sarmiento, era muy pibe”. El Che tenía 27 años.
En los Panamericanos entrevistó a la cordobesa Livetti que quedaría eliminada en los cuartos de final. Pero además se cruzó con otros deportistas de la delegación argentina integrada por 186 atletas y dirigentes. En las competencias se destacó el fondista Osvaldo Suárez, ganador del oro en los diez mil y cinco mil metros; los campeones en fútbol como José Sanfilippo, Humberto Maschio y José Yudica, y los jugadores de básquetbol Oscar Furlong, Ricardo González y Roberto Viau que obtuvieron la medalla de plata y habían ganado el Mundial de Buenos Aires en 1950. Argentina pretendía revalidar su título de campeón logrado en los primeros Juegos de 1951. Pero en México quedó segundo detrás de Estados Unidos, que iniciaría su largo camino de hegemonía continental hasta hoy. La única excepción desde el ’55 fueron los Juegos de 1991 donde se impuso Cuba.
Los Panamericanos del ’55 serán recordados siempre por la presencia de Guevara como periodista y reportero gráfico. Cuatro meses más tarde, en julio, conocería a Fidel Castro en una casa de Emparán 49, de la colonia Tabacalera, ubicada en la capital mexicana. El Che aceptó sumarse ahí al grupo de expedicionarios del Granma. En Cuba los esperaba la revolución. En México, desde el año pasado, hay una placa en aquella dirección que recuerda ese encuentro cumbre.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.