EL SEGUNDO ARGENTINO DE LA NBA NO SE CALLA NADA Y PIENSA EN EL FUTURO
Sánchez habla a camiseta limpia
El conductor de la Selección Argentina de básquetbol asegura que el éxito del deporte argentino tiene que ver “con talentos individuales, no con políticas deportivas” porque “en el deporte no se planifica absolutamente nada”. Pero se esperanza con las posibilidades del equipo nacional en el Preolímpico de Puerto Rico.
Por Ariel Greco
Juan Ignacio Sánchez se muestra tal cual se lo nota en la cancha. Lejos de las luces, el conductor de la Selección Argentina de básquetbol, que ayer viajó rumbo a México para cumplir con la parte final de la preparación de cara al Preolímpico de Puerto Rico, consigue transmitir con las palabras la misma claridad que exhibe en el parquet para habilitar a Emanuel Ginóbili o a Fabricio Oberto. Por eso, en una extensa charla que mantuvo con Líbero, el base argentino asegura con naturalidad que se siente tan esperanzado con las posibilidades de su equipo como con el futuro del gobierno de Néstor Kirchner. Y explica lo difícil que fue convivir en Estados Unidos durante la invasión a Irak.
–¿El techo de la Selección es lo que mostró en Indianápolis?
–El techo no tendría que ser ése. Que hayamos hecho un gran torneo siendo tan jóvenes parece irrepetible, pero el futuro tendría que ser mucho mejor. De acá a tres años te vas a encontrar con varios jugadores NBA, con Manu como figura y con varios jóvenes empujando, por lo que el techo todavía está muy arriba.
–¿Cambió algo desde que a la Selección se la mira como un equipo poderoso?
–Por un lado, la motivación de los rivales, que van a tener muchas ganas de vencernos. Pero también está el respeto que nos ganamos, que en los momentos importantes de los partidos, a los rivales les va a costar animarse a derrotarnos.
–¿Cómo te imaginás el vestuario estadounidense antes del partido ante ustedes?
–Van a salir a jugarnos con mucho respeto, sin dudas. Todos lo conocen a Manu. Incluso yo, pese a no jugar, también tengo mi respeto en la Liga. Y además está el antecedente del año pasado. Pero tampoco hay que mentirse. Se habla de los mejores atletas del mundo. Ojo, con esto no me echo atrás, ni mucho menos. Vamos a ir a jugar y a ver cómo podemos competir. Pero a no engañarse. Acá enseguida le damos para adelante. Somos terribles, saltamos etapas a lo loco. Estamos bien, pero tranquilos.
–¿Pero el acercamiento entre la NBA y la FIBA no es real?
–Es real e irreal a la vez. Un equipo como Yugoslavia tiene doce jugadores NBA y el acercamiento se da porque esos doce tipos están allá. Si se quedaran en Europa, no sería tan así. Es real gracias a la NBA. Nosotros ya tenemos tres y en un par de años van a ser seis o siete. Y en ese tiempo, la distancia se va a acortar por tener seis o siete NBA. Igual, la brecha sigue siendo muy grande, más allá de que se haya achicado. Es lógico que vamos a querer ganarles, pero ahora en el Preolímpico, con las verdaderas estrellas de la NBA, va a haber una diferencia importante con los demás equipos.
–¿Considerás que ya demostraste que sos el base titular?
–Creo que hace rato es así, desde el Premundial de Neuquén. Y por lo que sucedió el año pasado, está a la vista que los tres bases llevamos muy bien el puesto. En mi caso, siempre voy a tener que estar demostrando de que estoy a la altura de las circunstancias, a pesar de haber jugado y ganado por todo el mundo. Hay personalidades que marcaron el puesto en el que juego, por más que a nivel Selección no fueron exitosos, ya que ningún ciclo anterior al nuestro lo fue, salvo un Panamericano jugado de local y ante rivales menos fuertes. Pero aunque parezca mentira, los periodistas se siguen asombrando de que sigo rindiendo... Siempre está esa duda, así que habrá que seguir demostrándolo hasta que me canse y deje de jugar. Después, cuando te retirás es cuando dicen: “Uh, que bueno que era”. Evidentemente, mi carrera se dio así y seguirá de esta manera.
–¿Qué lugar sentís que tenés ganado en la NBA?
–Me siento muy respetado como un jugador de la Liga. Se me ve como alguien que todavía no tuvo la posibilidad, pero que cuando la tenga va a poder hacer un buen papel. Ya llevo tres años, y dentro de la NBA es un montón de tiempo.
–Que a Detroit haya llegado Larry Brown, que ya te conoce de Philadelphia, ¿es una ventaja?
–Espero y supongo que sí, pero ya se verá. No quiero hacer futurología porque en la NBA es todo tan cambiante que por ahí, cuando llegue, me dicen que ya me transfirieron. Pero tengo la esperanza de que sea distinto.
–Se dicen muchas cosas del sistema universitario de Estados Unidos. ¿Cómo lo valorás desde tu experiencia?
–Uno puede analizar si el sistema es en parte mentiroso, pero son muy pocas universidades y de mucho nivel basquetbolístico en las que pasa eso. En Temple tuve al menos diez compañeros que se fueron porque no alcanzaban las notas. Es verdad que te ayudan, pero estás en un nivel universitario. No podés avanzar sin siquiera haber agarrado un libro, y eso sólo ya es mejor que nada. Salía de una clase de Historia, me iba a entrenar, después hablaba con un tipo que era capo en Filosofía y a las dos horas ya tenía turno para ir a hacer pesas. Tenía la cabeza todo el tiempo en otro lado, vivía fascinado. Si lo aprovechás, es fabuloso, pero tenés que tener inquietudes, ganas de aprender. Si lo querés hacer mentiroso, también lo podés hacer; pero si te gusta, tenés todo. Y aunque sepas que te van a aprobar, si te interesa agarrar un libro lo vas a agarrar igual.
–¿Cómo viviste en Estados Unidos el tema de la invasión a Irak?
–Fue bastante especial. Yo vivo alejado de la ciudad y casi no tengo convivencia con la gente, así que en ese sentido no lo sentí. Pero a nivel personal fue muy choto estar en Estados Unidos en ese momento. A mí me dio una bronca bárbara tener que estar trabajando en ese país justo cuando pasó eso. Yo rescataba a la poca gente que estaba del lado de uno, que escuchaba la otra campana, que a nivel medios eran muy pocos. Por momentos fue bastante pesado tener que bancarte al americano típico, cerrado, que piensa que hay que matar a todos, con esas demostraciones de imperialismo que los caracteriza. Por ejemplo, cuando cantaban el himno en los estadios, me quedaba en el vestuario, recién después iba a la cancha. Si había alguna conversación y planteaban esa postura, yo me iba. Todas esas cosas me jodían mucho. Es una situación complicada. Estás de visitante y no podés salir a decir nada porque la gente está muy excitada.
–Con los jugadores de Dallas se armó una discusión por el tema.
–Claro, porque el canadiense Steve Nash es de nuestro palo y salió a decir que estaba en contra de la guerra. Y justo en Dallas, Texas, que son de re-derecha, así que le salieron con los tapones de punta. Ahí es cuando la famosa democracia americana se va al diablo. Se convierte en la mentira más grande que hay. Si ni siquiera podés expresar tu opinión, ¿qué clase de democracia tenés?
–¿Qué te pareció la visita de Kirchner a Bush?
–Leí muy poco porque justo estábamos concentrados. Seguí más el tema cuando estuvo por Europa. Tiene varias lecturas. De por sí es interesante que lo empiecen a llamar, que se preocupen un poco. Es obvio que en Estados Unidos no están muertos de preocupación por lo que pasa en la Argentina, y que Bush no dejó nada de lado y lo recibió porque tenía un lugar en la agenda. Pero es importante que aunque sea se reavive el diálogo y el respeto con las potencias mundiales, para empezar a reactivar el país.
–¿Qué opinión tenés en estos primeros meses de Gobierno?
–Me sorprendió mucho. El otro día lo hablaba con mi viejo y me contaba una cosa que dijo José Pablo Feinmann sobre que Kirchner estaba tomando algunas medidas que uno siempre había querido que se tomaran. Y es así. Ahora me dicen que soy oficialista, pero lo que pasa es que está haciendo cosas buenísimas, que uno esperaba hace muchísimo tiempo. Estamos tan mal como país que nos parece loco que un presidente haga las cosas bien. Es ridículo. Lo mal que estamos para que nos parezca increíble que tome decisiones que las podría haber tomado cualquiera. En ese sentido, me siento muy esperanzado. Pero, evidentemente, Kirchner va a ser de miestilo (risas). Siempre va a generar la duda sobre si va estar a la altura de las circunstancias. Nunca va a terminar de convencer. No sé si será porque no tiene pinta o porque es del sur, o qué otra razón habrá. Pero, bueno, que nos siga convenciendo. Hasta ahora, la mayoría de las cosas que hizo me parecen excelentes.
–¿Qué sensación a la distancia te dejó haberte negado a visitar a Duhalde después del subcampeonato?
–En su momento se hizo un bola muy grande de nada. Honestamente, jamás pensé que lo que yo dijera iba a tener tanta repercusión nacional. Soy un jugador de básquetbol, nada más. Pero sin duda que lo haría de vuelta. A mí se me hubiese caído la cara de la vergüenza si lo iba a ver. Así de simple. Si todo el tiempo me estoy quejando de que las cosas no deben ser así, que tiene que cambiar, que el tema de la corrupción... Si después lo voy a saludar, se me cae la cara. En ese sentido tengo un compromiso social, me interesa la política, y por el hecho de jugar al básquet no voy a cambiar. No puedo separar una cosa de la otra. Para mí, el deporte y la política no se tienen que juntar, más allá de que a veces sea inevitable. Pero yo lo trato de evitar lo máximo posible.
–¿Por qué pensás que en uno de los peores años de la historia argentina reciente el deporte dio ese salto de calidad?
–Casualidad. Puede haber pequeñas cosas que hayan influido, pero la verdad es que a nivel deporte no se ha planificado absolutamente nada. En el básquet se dio porque nos fuimos a jugar a afuera y porque surgió una camada excelente. Y lo mismo en los demás deportes. Me parece que todo tiene que ver con talentos individuales, no con políticas deportivas. Sí podría ser si en vez de un millón de chicos, diez millones practicaran deporte. Pero, si no, los talentos son talentos. Riquelme salió de un potrero, no lo formó nadie. Por eso no le quiero dar méritos a nadie.
–¿Cómo entendés la reacción que tuvo la gente hacia ustedes?
–Fue evidente una necesidad de desahogo en un momento desastroso de vernos exitosos como país en alguna actividad. A nivel grupo nos manejamos muy bien y dentro de la cancha se nota el compañerismo y la amistad que hay, que es absolutamente real. Eso tiene credibilidad, no hay secretos. Se combinó el éxito con la credibilidad del grupo y la necesidad de un país en desahogarse un poco.
–¿Eso genera mayor responsabilidad para lo que viene?
–A mí me genera una responsabilidad ahora, en estos partidos que jugamos de locales, con canchas repletas. Ir y jugar cada partido como si fuera el último, aunque sea un amistoso. Hay gente que hace mucho esfuerzo para pagar la entrada y traer a sus hijos, que son fanáticos y que están cumpliendo el sueño de ver a sus ídolos. Eso a mí me genera una responsabilidad, e incluso lo hablé con los chicos. Pero después, en los torneos, es lo mismo. Ahí no siento responsabilidad. Cuando no éramos nadie, nadie se jugó la cabeza por nosotros. El éxito lo ganamos nosotros, y si lo perdemos, de última, lo perdemos nosotros.
–¿Se te viene a la cabeza la última jugada del Mundial?
–No volví a ver el partido, salvo esa última jugada. No me quedó un recuerdo malo, me quedaron todas cosas buenas del Mundial. Será porque no me interesa rescatar ese instante. Yo soy de la filosofía de que la vida sigue y que, con el tiempo, un logro deportivo pasa a ser un montón de vivencias que quedan dentro de uno. No hay que engañarse, es deporte, un torneo, situaciones que se ganan y se pierden, queda en eso. Por ahí, cuando tenga 70 años y me vuelva nostálgico, diga: “Uh, qué cerca estuvimos”. Pero, bueno, va a quedar para ese momento. Hoy sigo con otro objetivo.
–Pero la historia cambió con esa jugada...
–Lo que pasa es que la brecha es tan fina, y es tan injusto el hecho de un ganador y un perdedor, que no creo en eso. Quizás por eso a mí siempre me faltó ese extra, eso que llaman el instinto asesino. Ese ganar como sea, lo mato... A mí no me sale de adentro. Me encanta la competencia yquiero ganar a full, pero si pierdo, por ahí disfruté tanto como si hubiese ganado. Lo que pasa es que la esencia del deporte es ésa: el cielo o el infierno. Pero a veces la diferencia es tan escasa que es injusto. Por eso no creo en ganadores y perdedores. Lo mismo pasa en la vida. ¿Quién determina quién es un ganador y un perdedor?
–¿Te molesta?
–Me choca un poco. Haciendo deporte a tan alto nivel me siento en el medio de la situación. No digo tampoco que juego para divertirme y nada más. Quiero salir campeón. Festejar es una sensación hermosa, pero a la vez no me siento tan frustrado cuando alguien me gana bien. Son mejores, punto. La clave para mí está en mejorar lo tuyo. Tu potencial, mejorarlo. Me pone mucho peor cuando noto que no evoluciono.