Aunque San Lorenzo le haya ganado a Banfield y la diferencia en la pelea por el título de este olvidable Apertura 2003 se haya achicado de 7 a 5 puntos, el hincha de Boca, o quizás, por mejor decir o escribir, quien siendo o no hincha de Boca quiere, o le conviene, que Boca sea el campeón, podrá decir “seguimos zafando”. Quizás el hincha, desde el conformismo, y el que no lo es pero le conviene, justamente desde esa misma conveniencia. Y no se trata de merecimientos, ya que en un vistazo las líneas gruesas de este torneo, más ordinario que vulgar, dan a Boca como el que menos lejos estuvo y está de merecer ser el ganador.
Quilmes, desde su modestia financiera, fue una de las sorpresas, para quienes siguen apostando a los números puestos para pelear títulos, y desde esa modestia, trasladada al fútbol, fue, durante gran parte del partido, modesto pero no menesteroso. Combinó bien presión cuando no tenía la pelota con prolijidad cuando la tenía. Mientras Boca se limitaba a buscar al Mellizo Guillermo con pelotazo tras pelotazo, Benítez tuvo quizás la mejor oportunidad del partido –además del zapatazo de Schiavi en el palo durante el segundo tiempo– cuando, intentando desde fuera del área, hizo que la pelota pegara en el travesaño. Pero esa prolijidad no iba más allá de tres cuartos de cancha, tanto que prácticamente nunca Camps y el Chupa López pudieron usufructuarla.
A Boca se le notó demasiado la ausencia de Clemente Rodríguez para desahogar por la izquierda y solamente se pareció a un equipo con “hambre” en algún esporádico encuentro entre Donnet y Guillermo Barros Schelotto, al no bajar Iarley a buscarse juego.
Después del descanso, Quilmes presionaba ya más lejos de Abbondanzieri y más cerca de Pontiroli, y sobre los minutos finales, más el descuento, un poco más Boca que Quilmes parecieron descubrir que el partido perfecto es cualquiera menos el que termina cero a cero. De todos modos, suponer que este cero a cero fue el resultado de un encuentro imperfecto sería de una extremada generosidad.