El básquetbol es el principal deporte en el Líbano, luego sigue el fútbol y el vóleibol. Pero desde mediados de julio, cuando se inició la acción de Israel contra Hezbolá, toda la actividad deportiva se suspendió. Los campos de refugiados y los centros de evacuación son los únicos lugares en donde se hacen deportes, y donde los más jóvenes todavía se animan a jugar algún uno contra uno o prenderse en un picado, que generalmente son interrumpidos por el sonido de las sirenas que anuncia que todos deben correr a protegerse de un nuevo ataque. “Toda nuestra gente está sufriendo. Hay mucha muerte y necesitan una alegría, por pequeña que sea. Es por ellos, en parte, que decidimos jugar el Mundial y demostrarle a toda la comunidad internacional que, a pesar de tanta destrucción, el Líbano puede seguir adelante”, afirma Fadi el Khatib, la estrella de un equipo en el cual están depositadas las esperanzas de toda una nación que ansía volver a vivir en paz. Durante la preparación, El Khatib dejó el país junto con el plantel, pero viajó junto con su esposa e hijo para ponerlos a salvo de la guerra. Horas después de llegar a Jordania, alquiló un auto y, tras abandonar la concentración por unas horas, viajó hacia Qatar, en la península arábiga, donde instaló a su familia, para luego retornar junto con sus compañeros de equipo. La esperanza del conjunto árabe es conseguir una nueva victoria para avanzar a los octavos de final.