MUCHO CALOR Y FRICCION EN EL AIRE Y LAS TRIBUNAS
Un duelo que empezó temprano
Por Facundo Martínez
Tremendo calor en la tarde, en la previa al clásico. La Bombonera estaba bien concurrida, como en los buenos tiempos pasados, pero algo apagada, ansiando quizás el inicio del partido y la victoria, porque River ya había goleado en La Plata. Los hinchas de San Lorenzo lo advirtieron y comenzaron el duelo: “La Boca es un velorio / La Boca es un velorio”, gritaron; luego, una gran bandera azul y roja comenzó a moverse, simulando un latido, en el centro de la tribuna visitante. Enfrente, La Doce respondió el llamado y gritó hasta recuperar el protagonismo sobre los invitados; y para ponerle el sello de la localía y despejar cualquier duda acerca de quiénes eran los que debían animar la jornada, desde la tercera bandeja popular bajó rápida y sopresivamente la bandera gigante de la hinchada, ésa amarilla con franjas azules, que dice: “Podrán imitarnos pero igualarnos jamás”. Después, los de Boca redoblaron la apuesta: revolearon las remeras –hacía mucho calor–, una marca registrada para festejar los triunfos, aunque el partido no había comenzado.
Angel Sánchez pitó. Pasaron uno, dos, tres..., veintidós segundos y San Lorenzo ganaba 1-0, tras una buena jugada de Alberto Acosta y un remate certero de José Chatruc, que había encontrado el rebote que Abbondanzieri dio tras el remate del Beto.
Boca perdía y el calor agobiaba los ánimos. Efectivamente, La Boca era un velorio, pero un velorio que trató de disimularse con el aliento incondicional de los locales, cuyo ritmo e intensidad duró hasta el final de la primera etapa. Ni siquiera el segundo gol de San Lorenzo, el de Leandro Romagnoli, opacó esa manifestación de obstinada voluntad que terminó dando frutos: enseguida descontó Carlos Tevez, para tranquilidad de los suyos, y algunos minutos más tarde llegaría, también en los pies de Tevez, el empate. Con el envión, Boca tuvo chances para ponerse en ventaja, pero el marcador no se modificó. A esta altura, los hinchas visitantes que habían anunciado el sepelio se mostraban perplejos, como si alguien, y ese alguien podría ser únicamente Tevez, les quisiera aguar la calurosa fiesta.
En el segundo tiempo se debía aclarar todo; iba a haber un ganador y un perdedor y Boca parecía ser el candidato para el triunfo. Pero no, nada de eso sucedió. La impotencia de ambos conjuntos para dominar el trámite terminó por hastiar a los tribuneros. Los de San Lorenzo puteaban a Insua y los de Boca al Pampa Sosa, el peor de los de Oscar Tabárez; también Sánchez, el árbitro, se llevó insultos, de unos y otros.
El ingreso de Bracamonte por Sosa fue como una ráfaga de aire fresco para los boquenses, que volvieron a entusiasmarse con la posibilidad de un gol salvador; hubo dos gritos, aunque los goles de Braca no eran lícitos y fueron anulados. Pasaron los minutos, algunos sobresaltos, sobre todo cuando Acosta estuvo cerca del tercero, pero nada demasiado importante, nada festivo. Lo llamativo fue el festejo final de los visitantes, muy alegres, después de haber estado dos goles arriba. En Boca había clima de velorio; de puro exitismo, claro está.