Lun 13.11.2006
libero

FúTBOL › OPINION

Suspender la locura

› Por Pablo Vignone

Sin hacer escalas técnicas en los lloriqueos, es obvio que no alcanzan los adjetivos despectivos para calificar el Apertura 2006. Seamos justos: no ha habido, como en otros torneos no menos escandalosos, víctimas fatales de las que el fútbol argentino reúne por decenas con las que avergonzarse.

Pero todavía faltan cuatro fechas para acabar con este desastre. Y como a cada jornada se incrementan los episodios irregulares o violentos o delictivos, y los poderes del fútbol ya dieron muestras suficientes de su inoperancia (los que lo gobiernan, por inacción consciente; los que lo controlan, por ineficacia o desinterés), nadie puede asegurar que en este torneo que sigue adelante no vaya a suceder algo más grave.

Puede pasar con un hincha, atrapado en la línea de fuego entre los tenebrosos adalides del aguante y los enjaezados del gatillo fácil; o con un periodista molesto a los ojos del mismo poder enquistado, como sucedió ayer en la cancha de Gimnasia con los colegas Juan Manuel Allen y Osvaldo Fanjul, o como había ocurrido tres semanas atrás con el cronista de Página/12, Gustavo Veiga. O puede suceder con un futbolista, a los que ya amenazan con pegarles tiros en las piernas...

Para controlar el clásico de Avellaneda hubo que distraer efectivos policiales de la seguridad cotidiana. ¿Por qué tiene que pagar la gente común por los desmadres del fútbol?

No vale la pena pedir (o sugerir, o clamar por, o exigir) la suspensión del fútbol. No mientras no se planteen soluciones más drásticas. El fútbol salió de madre y la AFA no puede –porque no quiere– regresarlo a su curso.

Nota madre

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