Lunes, 19 de noviembre de 2007 | Hoy
Por Pablo Vignone
Tres veces estuvo Bobby Fischer en la Argentina: en 1959, en 1960 –cuando compartió el primer puesto del certamen de Mar del Plata con Boris Spasski, que lo venció en la partida entre ambos– y en 1971, cuando vino a jugar la semifinal del Candidatura con el ex campeón mundial Tigran Petrosian. El armenio quería jugar en Atenas; Fischer eligió Buenos Aires, porque recordaba los bifes de chorizo y porque le pagarían 7500 dólares si ganaba. El match se realizó en el Teatro General San Martín, en la avenida Corrientes, entre septiembre y octubre. ¿El resultado? Fischer, 6,5; Petrosian, 2,5. Buenos Aires pudo haber sido la sede del match por el título entre el victorioso retador y el campeón Spasski, el mismo al que Fischer había conocido en Mar del Plata, pero la oferta de 100 mil dólares fue ensombrecida por la del gobierno de Islandia, que arrancó de sus arcas 125 mil dólares para que el match se celebrara en la pequeña Reykjavik. Allí, en un tumultuoso match que duró dos meses y, para muchos, fue la frontera deportiva de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en el que Fischer se sintió más cómodo con el rol de villano que con el del héroe, venció a Spasski tras 21 partidas por un marcador de 12,5 a 8,5. Después de calzarse la corona, Fischer no volvió a jugar jamás de manera competitiva: acaso tan grande como su megalomanía era su miedo a perder. El título le fue arrebatado en 1975 por negarse a defenderlo ante Anatoli Karpov, pero en 1992 accedió a jugar la revancha contra Spasski, 20 años después de haberlo derrotado. El match se realizó en Montenegro y en Serbia Fischer volvió a ganar (17,5 a 5,5) y embolsó tres millones de dólares, pero entonces el gobierno de los Estados Unidos lo declaró culpable de haber violado el embargo contra Yugoslavia, una sentencia que transformó al ex campeón mundial de ajedrez en un prófugo. En 2004, Fischer fue apresado en Japón; a punto de ser extraditado a los Estados Unidos, sus amigos islandeses consiguieron llevarlo a Reykjavik, donde se le concedió la ciudadanía. Pero el ajedrecista vivía recluido allí por temor a ser deportado.
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