Con Ramón a punto de cumplir cuatro años, en 1950, la familia Cabrero partió desde Santander huyendo de la miseria y buscando hacer la América. Se asentaron en el sur del Gran Buenos Aires, en una Lanús que poco se parece a la actual pero que comenzó a ser el contexto de una nueva generación. “Estoy casado con Noemí hace 36 años. Tenemos dos hijos: Ramiro es abogado y tiene 28 años, y María Belén, que tiene 29, es contadora. Es una familia tipo, muy feliz. Salvo los siete años que estuvimos en España, siempre vivimos en Lanús y tratamos en lo posible de hacer una vida tranquila. Por eso es que ahora quiero encarar estos últimos años disfrutando de otro tipo de cosas. Voy a dirigir dos o tres años más, no quiero dirigir hasta los 70. Quiero disfrutar más de mi familia”, comenta Ramón y da detalles de la relación tensa que hay entre el fútbol y su familia.

“Mis grandes problemas en el fútbol siempre fueron en mi casa. Mi señora no quiere que yo dirija más. Si me decías hace un año, quizá no dirigía más, tenía muchas más ganas de irme que ahora. Uno no tiene que ser tan egoísta, muchas veces mi señora me dice ‘¿Hasta cuándo querés seguir?’ Una vez me acuerdo que me dijo ‘te quedan 10 o 15 vacaciones, ¿hasta cuándo vas a estar?’.”

–¿Por qué su esposa no quiere que dirija más?

–Ella se hace mala sangre porque sabe la mala sangre que me hago yo. Esta profesión no te deja vivir tranquilo. Es mentira que podés vivir tranquilo. La tranquilidad nuestra son estos dos meses que vienen ahora en los que no jugamos. Después cada domingo es una batalla, es un sufrimiento. Mi señora se encierra en una habitación, sin escuchar el partido, mucho menos verlo. Todo eso es difícil. La previa del partido, concentrar el sábado y ver un montón de familias que se van a cenar y vos estás adentro. Esta profesión te quita un montón de cosas que quizás a los 20, 30 años no son tan importantes como a los 60.