EL PARTIDO QUE PLANTEó CARLOS ISCHIA
Boca fue fiel al estilo que le impuso su entrenador. En cambio, River tradujo en la cancha los vaivenes que el técnico Simeone le impone a un estilo de juego que todavía no cristalizó.
› Por Daniel Guiñazú
Aferrado sin renuncias a su esquema 4-3-1-2, Carlos Ischia condujo a Boca rumbo a su primera victoria en el superclásico al cabo de tres años. Y, convencido de que lo único que no cambia es el cambio, Diego Simeone arrastró a River a su segunda derrota en el campeonato. Aquellos que creen que los equipos deben ser iguales a sí mismos en todo momento, tuvieron en la decisión de Ischia la ratificación de que recorren el camino correcto. En cambio, los que piensan que los dibujos deben alterarse todas las veces que sea necesario dentro de un mismo partido, encontraron en el traspié de River una desmentida a semejante afirmación.
Ni siquiera en las modificaciones que introdujo en el último cuarto de hora del partido, Ischia se atrevió a mover las piezas. Fue conservador y el 1-0 lo terminó premiando. Por Riquelme entró otro mediocampista (Chávez), por Morel, otro marcador central (Roncaglia), y por Dátolo, otro volante (Alvaro González). Es cierto que nunca el partido le exigió al técnico decisiones arriesgadas para ganar o para no perder, porque nunca (o muy pocas veces) River lo comprometió a fondo. Pero, en todo momento, Boca tuvo la casa en orden.
Simeone, a su vez, volvió a transferirle a su equipo su genio turbulento y saltarín. Jugó los primeros 45 minutos con un 4-2-3-1 que se hacía 4-2-1-3 cuando River tenía la pelota y Alexis Sánchez –por la derecha– y Buonanotte –por la izquierda– acompañaban y abastecían a Falcao. Pero en el segundo tiempo, una vez que comprobó que su equipo no encontraba el partido, el Cholo puso los sillones en la cocina, la mesa en el baño y el inodoro en el pasillo. Y la casa quedó hecha un caos.
La primera variante dio la pauta de que la paciencia de Simeone había volado por el aire: puso a Augusto Fernández por Nico Sánchez. O sea: un volante derecho por un marcador central, lo cual, en realidad, terminó siendo un cambio a tres bandas. Porque con la entrada de Augusto, Gerlo pasó a jugar en la zaga y Ponzio pasó a marcar el lateral derecho. No conforme con su equipo y con su juego, diez minutos más tarde Simeone volvió a agitar las aguas. Lo sacó a Buonanotte, por entonces bien abierto por la izquierda, y lo colocó a Abreu, para que juegue de punta, tirándolo a Falcao a la derecha, a Alexis Sánchez a la izquierda, y a Ortega como enganche.
Pero, diez minutos más tarde, Simeone cambió el tablero por tercera vez en la tarde. Ingresó Rosales como puntero derecho, salió Ortega, y River disputó los últimos quince minutos con un 4-2-4 real. Es cierto que un técnico no puede quedarse de brazos cruzados cuando su equipo transita un clásico de la manera inexpresiva en que lo transitó River. Pero, a veces, da la sensación de que Simeone no termina de estar convencido de lo que realmente quiere. Y si lo está, cambia demasiado rápido de opinión.
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