FúTBOL › DECISIVO PARA GANAR SU SéPTIMO TíTULO CON LA BANDA ROJA
› Por Daniel Guiñazú
La importancia de Ariel Ortega en este título de River supera largamente el reflejo parcial de las estadísticas. Los números del jujeño en el Clausura no convocan al entusiasmo: jugó 13 partidos y marcó apenas un gol. Pocas veces gozó del voto a favor de Diego Simeone. Pero a la hora del último embalaje, cuando había jugarse el pellejo para ser o no ser campeón, Ortega estuvo. Con lo que tiene y con lo que puede en este momento de su vida y su carrera. Como ídolo y como emblema que fue, es y será.
En esa tarde ardiente del domingo 11 de mayo, cuando el Monumental hervía de bronca tras la eliminación de la Copa ante San Lorenzo y River perdía 2-1 en el primer tiempo ante Gimnasia, Ortega entró en la segunda etapa en lugar de Augusto Fernández para aliviar presiones y ponerse el equipo al hombro. Y cumplió la misión encomendada. Le dio al equipo el fútbol y la seguridad en sí mismo que no había tenido. Lo condujo a la victoria. River marcó tres goles en esa media hora. Ortega hizo el último, el único en esta campaña y convirtió el maíz insultante del principio, en los aplausos esperanzados del final.
Contra Independiente y contra Huracán volvió a ingresar en el segundo tiempo. En Avellaneda lo hizo por Augusto Fernández y no alcanzó a aportar nada, mas allá de un tiro libre que Assmann se esforzó para mandar al corner. En el Monumental, entró por Ponzio y le devolvió la confianza al técnico. La jugada que armó para que Buonanotte anotara a nueve minutos del cierre el 1-0 convenció a Simeone de que Ortega debía volver a ser titular en ese momento decisivo en el que se necesitan jugadores, pero sobre todo hombres.
Lo último está tan fresco que apenas si necesita mencionarse. El pase en cortada que le puso a Villagra en el primer gol de River ante Colón la semana pasada en Santa Fe y la pelota que le colocó a Buonanotte para que el gurrumín señale el gol que valió el campeonato, fueron pantallazos de un talento futbolero que supo de épocas mas plenas, seguramente mejores. No es casual que Ortega haya dicho presente en tres de los cinco goles que hizo River en estas tres fechas. Por más que el físico no siempre le respondió, aunque la gambeta no hizo el mismo daño de antes, al Burrito lo sostuvo más la fuerza del cariño, de la gente hacía él, de él hacia River, que la fuerza de su fútbol. Causó alegrías, agrandó a los suyos, preocupó a los contrarios, apareció en los partidos que tenía que aparecer. Por eso, Ariel Ortega es campeón por séptima vez con una banda roja cruzándole el alma.
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