OPINION
Primitivos y diferentes
Por Diego Bonadeo
Como si los resultados de los partidos de fútbol fuesen más importantes que los derechos a la alimentación, a la vivienda, a la salud, a la educación, al trabajo, en fin, a la sobrevida, quienes así lo entienden bastardean el “que se vayan todos”, pretendiendo que se vayan de la cancha los que están jugando un partido cuyo trámite no les satisface.
Entonces, como pasó ayer en La Plata, no hay “aguante, viejita”. Y se hace todo lo posible para que, rompiendo los alambrados y puteando a quien sea, quienes supuestamente esperaron toda la semana el clásico Gimnasia-Estudiantes, rompiendo y puteando, se olviden de las expectativas de siete días. A menos que las expectativas hayan sido ésas –romper y putear– y no que once contra once intenten jugar al fútbol.
La antesala de Newell’s-Boca también tuvo su “que se vayan todos”, aunque en este caso los “todos” eran solamente dos: los técnicos Julio Zamora y Oscar Tabárez. Está claro que las circunstancias son diferentes, porque si en La Plata se iban “todos”, no había fútbol; porque lo que se pretendía era que se suspendiera el partido; y en Rosario, si antes de empezar se iban Zamora o Tabárez, el partido se podía jugar igualmente. Es que una vez más no se tuvo en claro que en términos de “fútbol-juego” que se vayan o no los técnicos no será determinante para que se juegue bien, regular o mal. Y más, todavía: que se vayan o no los que no juegan, no impedirá que se juegue. Bien, regular o mal.
Y la lluvia sobre Rosario y la cancha pesada no pueden ser suficiente atenuante para lo mal que jugaron Newell’s y Boca el primer tiempo. Porque no solamente la proverbial prevención de optar por jugar con tapones largos es suficiente, cuando éstas son las condiciones en las que se debe jugar. Es que, en estos casos, a falta de aptitud porque el estado de la cancha limita talentos y destrezas, la actitud supone la necesidad de adaptarse a las circunstancias. Y durante todo el primer tiempo, en el que Newell’s fue más que Boca, los pelotazos, cuyo único destino parecía el de sacarse el compromiso de tenerla y jugarla, fueron el complemento elegido que se sumó a los forcejeos y los revolcones.
Se terminó la lluvia y llegó algo de fútbol en el segundo tiempo. El juego primitivo de Grabinski, Adinolfi, Schiavi, Bracamonte, le había ganado hasta entonces a quienes como Domínguez, Belluschi y Manso por el lado de Newell’s, y Delgado, Ibarra y Tevez por el de Boca pretendían, sin poder demasiado, algo diferente.
A los nueve llega de contra Newell’s, cuando Abbondanzieri da rebote después de un tiro de Manso que no parecía comprometer demasiado, y Sacripanti pone el 1-0. De a poco se recompone Boca, a partir, en especial, del Chelo Delgado, que a los veinte encara como él sabe, busca desde afuera y, del rebote en el travesaño, Tevez empata 1-1. Y de menos o más, con Manso y Delgado como los mejores, todo termina sin necesidad de que se vaya nadie. Aunque, de a ratos largos, los primitivos les hayan ganado a los diferentes.
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