FúTBOL › OPINIóN
› Por Juan José Panno
Como tomarse unas cuantas cucharadas de aceite de hígado de bacalao, ir al cine y sentarse al lado de un gordo que come pochoclos, apretarse los dedos contra una puerta, escuchar chistes de Corona, bailar con la hermana, chupar un clavo. O sea: feo, desagradable, ordinario y aburrido. Así fue el partido que perpetraron Central y Racing en Arroyito.
Uno –prejuicioso, hay que admitirlo– se tomó el trabajo de contar los toques sucesivos de jugadores de un mismo equipo. Las secuencias eran más o menos así: Racing uno, dos; Central, uno; Racing uno, dos; Central uno, dos, tres; Racing uno, dos; Central uno, dos; Racing uno, dos, tres...
Racing uno; Central uno; Racing uno; Central uno.
Sólo una vez en 90 minutos los jugadores de Racing tocaron siete veces seguidas la pelota. Fue su record. El registro máximo de los de Central fueron seis toques. Cualquiera que se tome el trabajo (insalubre, por cierto) de ver la grabación completa del partido podrá comprobar la veracidad de estos insólitos datos. ¿Por qué no armaban juego? ¿Por qué no podían realizar un juego más asociado? Por la urgencia para sacarse la pelota de encima; por las marcas asfixiantes del rival, por la superpoblación de volantes y por la utilización sistemática del pelotazo como recurso para mantener la pelota más cerca del arco rival que del propio.
Central y Racing jugaron con más preocupación por evitar los avances del rival que por generar llegadas propias, y eso se verificó en las escasas situaciones de gol que se dieron. Racing acertó con un tiro libre de Franco Sosa que no encontró una buena resistencia del arquero Broun. Fue un buen chanfle desde un costado, pero de ninguna manera inatajable.
Vale el atenuante de que ambos equipos están en una situación comprometida, que tienen la necesidad de salir de la Promoción y de cualquier situación de peligro, pero, ¿eso obliga a renunciar al juego asociado? ¿Eso impide que alguien se pare a pensar de vez en cuando?
Lo peor de los partidos de este tipo es que, después, todos los micrófonos ponen en el centro de la escena al técnico del equipo ganador y mucho peor en este caso, que el entrenador es Caruso Lombardi, un vendedor de humo que se lanza de cabeza cada vez que ve una cámara encendida, un versero, defensor de la idea de que lo único que importa es el resultado y que hay que ganar de cualquier manera.
Esta semana vamos a tener que aguantar a Caruso en todos los programas. Como tomarse unas cuantas cucharadas de aceite de hígado de bacalao.
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