FúTBOL › RADIOGRAFíA DEL EQUIPO QUE CLAUDIO BORGHI LLEVó AL TíTULO DEL CLAUSURA 2010
Armado sobre la base de futbolistas de descarte, no siempre dio el mejor espectáculo. Pero exhibió una enorme determinación ganadora: de esa manera quebró en partidos clave tanto a San Lorenzo como a Independiente en las últimas pelotas.
› Por Daniel Guiñazú
Por la costumbre de buen juego que emana desde el fondo de su historia y porque su técnico, Claudio Borghi, fue un crack como jugador, es sencillo asociar a este equipo campeón de Argentinos Juniors con las mejores tradiciones del fútbol argentino. Pero aunque haya ganado tanto como el subcampeón Estudiantes (12 partidos), haya hecho más goles que nadie (35) y haya perdido menos que ninguno (apenas dos encuentros), no siempre Argentinos dio espectáculo a lo largo de las 19 fechas del torneo Clausura. En más de una ocasión, como sucedió durante casi una hora del partido de ayer ante Huracán, postergó lo bello en beneficio de lo útil. Nada que sea ilícito o ilegítimo. Pero sí muy alejado de lo que últimamente se ha venido leyendo o escuchando.
De todos modos, sería necio no reconocerle algún mérito a este Argentinos. El más importante es que Borghi hizo mucho con poco. Y que armó un equipo campeón sobre la base de jugadores de descarte, marginados por los equipos a priori más poderosos. A partir de un presupuesto estrecho y con lo que otros desecharon, Argentinos convirtió su debilidad en fortaleza. Por eso su consagración deja una moraleja: en el fútbol argentino actual no es necesario invertir millones para dar una vuelta olímpica. Un equipo ordenado, mentalmente fuerte, con conceptos claros y un par de buenos jugadores, está en condiciones de salir campeón. Aunque se llame Argentinos Juniors. Y su meta primaria haya sido acumular puntos para salvarse del descenso.
La mano firme, la palabra serena y el gesto calmo de un técnico para quien el fútbol no es más que un juego, transformaron en esenciales a hombres que otros entrenadores dejaron de tener en cuenta. Santiago Gentiletti, un ex zaguero de Gimnasia de paso poco relevante por el Huachipato de Chile, terminó rindiendo a satisfacción como marcador izquierdo de la línea de tres con la que Argentinos defendió en todo el campeonato. Federico Domínguez llegó con el pase en su poder desde Nacional de Montevideo y, después de una rotura de ligamentos cruzados que lo sacó de carrera en el torneo Apertura, retornó a tiempo y se acomodó de maravillas como volante por la izquierda. Facundo Coria, libre de Vélez tras una temporada intrascendente en Arsenal, creció hasta convertirse en un media punta con habilidad y gol.
A Gustavo Oberman, de regreso del fútbol español, Borghi lo convirtió en volante por las dos bandas. Y en el ataque, Ismael Sosa –cedido a préstamo por Independiente, donde ya no le daban lugar– y José Luis Calderón –rescatado del retiro por una gestión personal del propio entrenador– compusieron una fórmula rápida y poderosa que pronto hizo olvidar la venta de Gabriel Hauche a Racing. Si los técnicos tienen una influencia clara a la hora de armar o desarmar sus equipos, la de Borghi en este campeonato está fuera de toda discusión. Se arregló con lo que le dieron, con lo que le pudieron conseguir. Y ahí están los resultados.
En la cancha, además, Borghi tuvo tres lugartenientes clave. Matías Caruzzo fue el pilar de la defensa y el autor del gol agónico a Independiente que le terminó dando el campeonato. Y Néstor Ortigoza y Juan Mercier formaron una de las mejores parejas de volantes centrales del fútbol argentino, acaso sólo superada por la de Rodrigo Braña y Juan Sebastián Verón en Estudiantes. Los dos marcaron, jugaron y le impusieron su sello distinguido al equipo, sacando la pelota redonda y prolija desde el medio. Si al aporte de los tres se les suma la regularidad por el costado derecho de Juan Sabia, Ignacio Canuto y Gonzalo Prósperi, el oficio de Federico Domínguez, la habilidad algo empecinada de Coria, la velocidad y los goles de Sosa (el goleador del equipo con nueve goles) y Nicolás Pavlovich y la raza de ganador y campeón de Calderón, se estará muy cerca de saber por qué nadie durmió anoche en La Paternal.
La suerte de Argentinos cambió en la 7ª fecha cuando, esperando, corriendo y contraatacando, le ganó a Estudiantes 1-0 de visitante con un gol de José Luis Calderón. Hasta allí, la campaña había sido mala, con una victoria (6 a 3 ante Lanús), dos empates (2-2 con Boca en la primera fecha y 1-1 con Atlético Tucumán) y dos derrotas (0-3 con Banfield y 1-2 con Godoy Cruz). Aquella noche, en la cancha de Quilmes, Argentinos despreció cualquier pretensión de lirismo: mordió y marcó por todos lados, y terminó atacando con sólo uno con tal de llevarse los tres puntos.
Esa fue la piedra fundamental de la racha de 14 partidos sin perder, con once triunfos y tres empates, que lo llevó al título. Desde esa noche del 3 de marzo, la trepada fue silenciosa y efectiva. Tanto que de visitante ganó más partidos que de local (7 contra 5), acumulando triunfos ante Racing en Avellaneda, River en el Monumental, Central en Rosario y San Lorenzo en el Bajo Flores. Tuvo algo a favor: nunca lo señalaron como candidato al título, y eso lo mantuvo alejado de las presiones. Mientras los ojos de la cátedra le apuntaban a Independiente, Estudiantes y Godoy Cruz, Argentinos fue sumando en puntas de pie hasta que en las tres últimas fechas se metió en la pelea definitiva.
Allí mostró otra gran virtud: su carácter para no entregarse nunca. A San Lorenzo y a Independiente los quebró casi en la última pelota del partido. Sin jugar todo lo bien que Argentinos sabe que puede, pero con una asombrosa determinación ganadora. Esa fe que nadie tuvo en cuenta, sus buenos jugadores y las decisiones acertadas que Borghi fue adoptando, han llevado a Argentinos a producir un auténtico milagro futbolero: que uno de los más chicos gane un título que todos creyeron reservado para los más grandes.
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