Lunes, 26 de julio de 2010 | Hoy
FúTBOL
Por Gustavo Veiga
Ciertos dirigentes del fútbol argentino esgrimen la teoría del cerco que rodea a Maradona, como los Montoneros lo hacían con el entorno de Perón. Ahora bien, si la primera ligustrina del cerco la pusieron ellos (Carlos Bilardo), ¿de qué se quejan cuando el técnico designa a sus propios colaboradores, un derecho que antes no le negaron a nadie?
El problema, tal parece, no es el cerco, sino el propio Maradona. Le temen, no quieren quedar a expensas de su verborragia escatológica, en un país donde al ídolo se le permite todo o casi todo. Ahí está Grondona confundido. Ese es el adjetivo con que definen su estado de ánimo los más cercanos. Su confesión de que Maradona “hace lo que quiere” es una autolimitación difícil de remontar.
¿De qué forma puede el presidente de la AFA ponerle límites ahora cuando él mismo juzga que nadie es capaz de ponérselos?
En esta disputa plagada de recelos, Diego pasa de ser el redentor de la Selección en Sudáfrica al técnico menos idóneo de todos. El juega al límite, tanto en el amor como en el espanto. Por eso le toleran sus errores y no se le reconocen sus méritos. Ahí radica su desgracia como entrenador.
Su personalidad bifronte genera dos sentimientos distintos. Se lo quiere o se lo desprecia. Divide como dividía a los argentinos el general. Pero es apenas un ex futbolista que hizo un curso acelerado de técnico en la Selección durante las Eliminatorias y el último Mundial. No hay que perder de vista semejante detalle. Maradona no es Dios. Apenas se le parece en su célebre mano.
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