Cuando Alemania sacó a la Argentina del Mundial de Sudáfrica, se multiplicaron los intentos por explicar (y también por entender) qué había sucedido en Ciudad del Cabo. En el ramillete de argumentos expuestos figuró el pulcro ordenamiento de la Bundesliga, con sus cuentas prolijas y su previsibilidad. Como sucede en esos momentos de desesperación, cuando se apunta la necesidad de copiar al exitoso hasta en los detalles, seguir ese rumbo fue sugerido, entre otros miles de recetas.

No transcurrió demasiado tiempo, ni siquiera un mes, desde entonces. Habría sido imposible curar los males del fútbol argentino en ese ratito, mucho menos instaurar una nivelación igualitaria del reparto económico, como rige en el fútbol alemán, pero la discusión ni siquiera se abrió; peor aún, la emoción por el retorno del fútbol de Primera envolvió la razón y salvo algunas voces aisladas, como la de Cappa o la del técnico interino de la Selección, Sergio Batista, no se escucharon actores de peso en el ambiente reclamando cambios en la práctica. Quizá la oportunidad se ha desperdiciado, arrollada por la polémica que le prendió fuego a la Selección.

No debieran pasar inadvertidas algunas de las frases que Batista vertió en Paraguay esta semana que pasó. “Tenemos que dejar de celebrar cuando alguien va a trabar con la cabeza –ironizó–. Hay que recuperar la estirpe del jugador argentino, el talento.” Para recuperar sustancia en el banquete del Mundial es preciso rescatar la auténtica calidad en la cocina de ese fútbol, que es la competencia local. Quizá la oportunidad aparezca por otro lado. Para este Apertura, algunos clubes han hecho la apuesta por un juego sin tanto arrebato, básicamente más atractivo, en el que no se traicione la consigna de que el resultado deba ser siempre tan importante como la manera de conseguirlo. No sólo son River con Cappa y Boca con Borghi; Gimnasia insiste con Cocca, San Lorenzo vuelve a disfrutar a Díaz. Todavía son pocos. Pero el contagio será bienvenido.