FúTBOL
› Por Juan José Panno
¿Quién le puede discutir el título? Acaso San Lorenzo del ’46 que, según cuenta la historia, deslumbró a todos en una extraordinaria gira por España, o La Máquina de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, aunque esos cinco sólo jugaron 16 partidos juntos. Tal vez el Santos de la década del ’60, con Dorval, Mengalvio, Coutinho, Pelé y Pepe en la delantera, que eran una especie de Globetrotters dando exhibiciones por todo el mundo, o al multicampeón Real Madrid de Alfredo Di Stéfano y Frenc Puskas. Habrá que poner en la lista al Ajax que dio origen a la Naranja Mecánica, al Milan de los holandeses y alguna versión moderna del Manchester United, el Real Madrid o el San Pablo. Pero la sensación es que este Barcelona, el de los últimos tres años, el que deslumbra partido tras partido, final tras final, se instaló definitivamente en la cima. Angel Cappa pone los elogios en su lugar justo: “Es el mejor de todos los que yo vi, por lo menos”. Y el hombre hace como cincuenta años que ve fútbol.
Esta constelación de estrellas que no se la creen ganó casi todo lo que jugó, apabullando a sus rivales, extendiendo la diferencia de goles convertidos y recibidos de partido a partido, de torneo a torneo. Y lo que es más importante, su juego que encandila con el toque y filigrana. ¿Quién puede permanecer indiferente ante tamaña demostración de belleza en el juego? A cualquier mortal que ame de verdad al fútbol y tenga buena leche no le queda otra que saludar calurosamente la vigencia de un equipo capaz de dar tanto espectáculo.
Lo del Barcelona es conceptualmente intachable. En primer lugar, está convencido de su juego, sabe muy bien a qué sale a la cancha. Su respeto por la pelota es conmovedor. En el reciente partido de la Liga, iba menos de un minuto cuando Víctor Valdés quiso salir jugando, se equivocó y fue gol del Real Madrid. Después de eso, nueve de cada diez arqueros habrían reventado las pelotas que llegaran a sus pies para evitar riesgos, pero el arquero del Barcelona, no: jugó hacia un compañero todas las pelotas que recibió desde entonces. Eso es personalidad y en eso también se ve el trabajo del entrenador, incapaz de reprochar a un jugador que circunstancialmente comete una falla. El técnico les ha inculcado que tienen permitido equivocarse, y debe ser también por eso que se equivocan más bien poco.
Para sostener el toque constante y preciso se necesita una gran técnica que permita uno de los secretos básicos del fútbol: precisión en velocidad. Redondea Cappa: “A su manejo le agregan recuperación. Los rivales están cinco minutos corriendo detrás de la pelota y cuando la consiguen, les dura cinco segundos. Eso es demoledor anímicamente”.
A veces los primeros planos de la televisión permiten ver los rostros desencajados por la impotencia de los rivales del Barcelona. Cualquiera que haya jugado al fútbol, aunque sea en un potrero, sabe que lo peor que te puede pasar es que nunca tengas la pelota ni vos ni ninguno de tus compañeros. Terminás entregándote mansamente. Salvando las distancias, así ganaba sus peleas Carlos Monzón, minando de a poco la resistencia de sus adversarios, sin apuro para encontrar los golpes decisivos.
El Barcelona no tiene urgencias, toca hacia atrás todas las veces que hace falta. Al principio la gente no lo entendía, pero los resultados obtenidos terminaron por transformar la idea absurda de la verticalidad a ultranza que algunos pregonan.
César Luis Menotti resalta que Piqué, Busquets y Pedro recién adquirieron relieve con la llegada de Guardiola y agrega que “hasta el mismo Iniesta no era titular y lo discutían”. El equipo que armó el Pep es solidario, no regala espacios, reparte el esfuerzo, achica las líneas y no resigna nunca la pelea por la posesión de la pelota. El que tiene el balón en su poder sabe que tiene por lo menos dos o tres opciones. La constante movilidad de todo el equipo, el armónico movimiento de las líneas hace que todo parezca sencillo, natural. Claro que cuando son presionados y se quedan sin espacios ni variantes recurren a su fenomenal técnica para hacer pasar la pelota por los espacios ínfimos.
Un ejemplo del inmenso potencial técnico se resume en la jugada del primer gol contra el Santos. Xavi baja magistralmente con el taco una pelota alta, la toca de primera y Messi después de acomodar el balón con tres toquecitos cortos, lo pica por sobre la salida del arquero brasileño. Un gol sensacional.
La importancia de Messi en el equipo, por todos conocida, se resume en un dato que no es menor: marcó goles en 9 de las 11 finales que disputó el Barcelona con Pep Guardiola en el banco.
Queda claro que no era necesaria la goleada en la final del Mundial de Clubes, esta maravillosa lección (“Hoy aprendimos lo que es el fútbol”, dijo Neymar) para dimensionar a este gigantesco Barça.
Y dice el genial Andrés Iniesta: “Tanto en el fútbol, como en la vida, no vale todo. A mí, en mi casa y en el club me enseñaron que hay que ganar, pero no de cualquier manera”.
Barcelona gana de la mejor manera. Y también por eso es el mejor de todos.
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