Lunes, 26 de mayo de 2014 | Hoy
FúTBOL › OPINIóN
Por Juan José Panno
La última imagen de Lionel Messi en la cancha, en el partido que definió la Liga española ante el Atlético Madrid, abrió las puertas del escepticismo sobre lo que pueda pasar con él en la Selección Argentina.
En ese partido, en el que su equipo se jugaba la única chance de un título en la temporada, se lo vio entregado, resignado, sin la rebeldía que todos (en Barcelona y aquí) esperábamos. Y lo que se teme es que esa imagen se repita cuando en Brasil el equipo de Alejandro Sabella empiece a jugar por los porotos grandes.
Es cierto que en ese último partido en España los compañeros no ayudaron; que ese Barcelona de final de temporada estaba muy lejos de aquel que deslumbraba a cada partido; que no hubo un equipo que lo rodeara; que la falta de ideas para agregar pimienta a la posesión de la pelota no fue un problema exclusivo de él; pero tan cierto como eso es que se lo vio incapaz de ponerse el equipo al hombro, de insinuar al menos que era capaz de resolver aquello que los demás no podían.
Mucho ruido se ha hecho con las notas en las que se aseguraba desde el comienzo de este año que Messi se estaba “guardando” en el Barcelona para explotar en el Mundial.
Si la teoría fuera cierta, si efectivamente Messi jugó con el freno de mano puesto, no parece lógico que lo mantuviera accionado en el encuentro ante el Atlético Madrid, porque sólo se trataba de 90 minutos, con un título en juego que hubiera ayudado a maquillar la temporada floja de su club. Messi no reguló: simplemente hizo menos de lo se esperaba de él. Como tampoco reguló pensando en Barcelona cuando aquí se lo cuestionaba porque en la Selección no mostraba el mismo nivel.
De todos modos, con la camiseta albiceleste, Messi ha tenido más partidos buenos que malos. Nadie debería olvidarse, por ejemplo, de lo vital que fue su presencia en el Mundial Juvenil que Argentina ganó en Holanda en 2005, ni de su importancia en el título olímpico conseguido en Beijing en 2008, ni de sus aportes en las Eliminatorias. La deuda pendiente con los Mundiales (jugó poco en Alemania 2006, fue víctima de la confusión generalizada en Sudáfrica 2010) podría quedar saldada en Brasil. Tiene 26 años (cumplirá 27 en junio), la misma edad de Maradona en el ’86. Ojalá ésa no sea una simple curiosidad. Ojalá que el pibe explote, efectivamente, y que le dé a la Selección lo mismo –o algo parecido al menos– que Diego ofreció en México. A la hora de la verdad, sólo hay un modo de disipar los fantasmas y las oleadas de escepticismo: con juego.
Y Messi lo sabe.
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