Son él y diez más. Por supuesto que un equipo que está tan cerca de consagrarse campeón precisa de un buen número de atributos para justificar sus posibilidades, y está claro que Racing los tiene, empezando por su arquero Sebastián Saja, autor de atajadas decisivas a lo largo del certamen, sin desdeñar la actuación de Ezequiel Videla, convertido en el termómetro del equipo, o los goles que Gustavo Bou le regaló a la campaña para acallar los reproches que despertó su llegada al club.

Pero ni ellos mismos se atreverían a compararse con el peso que Diego Milito tuvo y tiene en este equipo de Diego Cocca. Un peso suficiente como para poder afirmar que su concurso fue, probablemente, la diferencia entre este presente lleno de esperanza y una campaña aceptable, pero no exitosa. Desde el arranque mismo del torneo, Milito resultó la brújula que el equipo siguió a ciegas en el campo de juego. Aquella lesión ante Independiente complicó no sólo el clásico, finalmente perdido, sino también ese período de armado. Pero el tamaño de su experiencia gravitó de manera perceptible en el transcurso de los partidos en los que Racing fue convirtiéndose de aspirante en candidato y de ahí en favorito. La producción de ayer (una asistencia impecable, dos goles decisivos) corona de alguna forma los argumentos. Si Racing es campeón es porque contó con Milito. Incuestionablemente.