FúTBOL › NEUER
El alemán revolucionó el puesto de arquero desde la llegada de Pep Guardiola al Bayern Munich y lo certificó en el Mundial de Brasil.
› Por Daniel Guiñazú
Sería una proeza histórica que el arquero alemán Manuel Neuer lograra meter su cuña hoy en Zurich entre Lionel Messi y Cristiano Ronaldo y ganara el Balón de Oro de la FIFA. Sólo una vez desde que la revista France Football instaurara el premio en 1956, un arquero trepó al peldaño más alto del podio: fue en 1963, cuando la leyenda soviética de los tres palos, Lev Yashin, dejó atrás en la votación de 96 periodistas especializados de Europa al Bambino italiano Gianni Rivera y al potente delantero inglés Jimmy Greaves.
Neuer ha hecho méritos de sobra para consagrarse como el mejor jugador del 2014. Sobre todo uno: fue campeón con Alemania del Mundial de Brasil. Casi siempre que un equipo europeo ganó la Copa del Mundo, su jugador insignia se alzó con el trofeo. Pasó en 1966 con el inglés Bobby Charlton, en 1990 con el alemán Lothar Matthaeus, en 1998 con el francés Zinedine Zidane y en 2006 con el italiano Fabio Cannavaro. Las excepciones fueron en 1974 (el holandés Johan Cruyff se impuso sobre el alemán Franz Beckenbauer) y en 2010, cuando Lionel Messi sacó más votos que Andrés Iniesta. Habrá que ver si hoy sucede lo mismo. O si vuelve a repetirse aquella vieja historia.
Pero más allá de su consagración en 2014 como campeón del mundo en Brasil y del bicampeonato (Bundesliga y Copa de Alemania) que obtuvo con el Bayern Munich, a sus 28 años (nació en Gelsenkirchen el 27 de marzo de 1986), Neuer ha revolucionado el puesto más ingrato de todos. Porque no sólo es, con sus atajadas, el mejor guardavallas del mundo. En el Bayern, Pep Guardiola le pulió el juego con los pies fuera del área y lo convirtió, acaso, en el mejor líbero del planeta. Y todas esas enseñanzas las aplicó en el Mundial, donde deslumbró por su concentración sin fisuras, su certera lectura del juego, su poder de anticipación y la rapidez de sus piernas para abarcar un territorio mayor del que cubren sus colegas. A partir de defensas que presionan alto y que cierran la espalda de sus volantes, la cancha en la que juega Neuer va mucho más allá del área grande. Pero no por ello es menos vulnerable.
De su determinación, agilidad y potencia física a la hora de evitar que le hagan goles puede dar fe Gonzalo Higuaín, a quien se lo llevó puesto en aquella jugada del segundo tiempo de la final del mundo en el Maracaná, que aún hoy sigue afirmándose que debió haber sido penal para la Argentina y expulsión para el arquero alemán. Pero Neuer ha ido bastante lejos de la normal eficacia de un gran arquero: sin dejar de serlo, se ha convertido en el último hombre de su equipo, en un líbero que barre por detrás a su defensa, que sabe pasar la pelota con claridad a sus compañeros y que, llegado el caso, puede usar las manos en el área. “Está impulsando un cambio en el fútbol mundial. Es el futuro. El primero para jugar, el undécimo jugador de campo”, dijo de él hace poco Joachim Löw, su técnico en el seleccionado alemán. Es esta revolución en un puesto de dogmáticos y conservadores la que aguarda ser premiada hoy por la FIFA en Zurich. Será, de darse, una jugada a dos bandas: un reconocimiento al presente. Pero sobre todas las cosas, un guiño al futuro.
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