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Más suerte que cabeza
Por Diego Bonadeo
Dos semanas atrás, en circunstancias parecidas –0-2 en el resultado– pero ante otro adversario –era River y no Arsenal–, Guillermo Barros Schelotto, utilizando el más exquisito de los aceites, frotó la lámpara del talento futbolístico para dar vuelta y llevar al empate, un partido que Boca ni parecía ni merecía poder empatar.
Ayer, en circunstancias parecidas –otra vez 0-2–, y contra Arsenal, utilizando los más ordinarios argumentos lúdicos, Boca volvió a un hasta minutos antes impensable 2-2.
Las excusas de “equipo de emergencia” por “superposición de compromisos” con “fixtures recargados” no valen para quien como Boca sabía de antemano de la posibilidad más que cierta de pelear títulos en más de un frente a la vez.
Y, en todo caso, suponiendo que las excusas fuesen valederas, ¿cuánto más es en precio –valor, como bien recordó alguna vez Antonio Machado, es otra cosa– lo mejor de Arsenal con lo disponible para el domingo de Boca?
La expectativa 2003 de Arsenal sigue siendo escaparle al descenso, zafar, aguantar, resistir. Por lo menos en lo que hace a lo establecido por los mensajes del folclore convencional del fútbol. Pero la consigna pareció ser otra, porque aun con el 2-0 a favor, Arsenal intentó ir por más. Con Silvio González y Andrizzi como recetas y Adrián Romero como aderezo y goleador, Boca no encontró la pelota, perdió la mayoría de los anticipos y recién de a ratos en el segundo tiempo pareció que sus jugadores profesionales podían jugar más de noventa o ciento veinte minutos por semana.
El recurso supuestamente salvador de Tevez por el “Equi” González después del descanso solamente les daba algún sentido a las intenciones de fútbol colectivo de Estévez, en medio del desorden generalizado originado en un permanente jugar a lo que viniera desde el fondo.
A los treinta y siete, después de enredos, revolcones y forcejeos, Tevez puso el 1-2. Tres minutos después entró Schiavi y la primera pelota que tocó con la cabeza, por supuesto, y después de un corner, hace sonreír sobradoramente a Bianchi, para el 2-2.
A riesgo de ser procaces, más culo que cabeza.