RESEñA
El síndrome de la vaca loca
Cosecha robada
El secuestro del suministro mundial de alimentos
Vandana Shiva
Trad. Albino Santos Mosquera
Paidós
Buenos Aires, 2003
156 págs.
Por Verónica Gago
La militante y física hindú Vandana Shiva propone en este libro una discusión para nada lejana a la Argentina: ¿es verdad que la agricultura industrial –léase: monocultivo de soja transgénica– es la forma más barata y eficaz para paliar el hambre de las mayorías, aunque sea de mala calidad? Este fue el argumento con que, tras la crisis del 2001, se regalaba soja a los comedores populares y a los pequeños productores mientras se dictaban masivamente y de forma gratuita cursos para aprender a cocinarla. Las primeras voces que salieron a impugnar el mito de que unos gramos de soja tenían más proteínas que un kilo de carne cuando, en verdad, la soja modificada genéticamente que se siembra en el país –tercer productor mundial detrás de Estados Unidos y Brasil– es utilizada en Europa para forraje animal, fueron tildadas de no entender las urgencias tercermundistas. Sin embargo, esa falacia ideológica disfrazada de argumento político que consiste en suponer que los alimentos orgánicos son un lujo ecologista de países ricos coincide llamativamente con los planes de las grandes multinacionales del agro.
Shiva explica este mecanismo que se ha desplegado en forma casi idéntica en la India y en Argentina: “Se le recomienda al Tercer Mundo que deje de cultivar alimentos y que compre la comida en los mercados internacionales exportando cultivos comerciales; el proceso de globalización conduce a una situación en la que las sociedades agrícolas del Sur se vuelven cada vez más dependientes de las importaciones de alimentos, pero carecen de las divisas necesarias para costear los alimentos importados”. La dependencia de las importaciones y la devaluación de la moneda que viene de la mano marcan el pasaje, para Shiva, de la “autosuficiencia alimentaria” (basada en una producción y consumo local) a una falsa “independencia alimentaria” que debe “realizarse” en los mercados internacionales.
Con la modificación transgénica de semillas lo que se prohíbe, enfatiza la autora, es el intercambio directo entre productores. Se “patenta” el ciclo vital y se pasa a considerar “piratería” a todo modo de invención. De este modo, se roba a los agricultores los últimos recursos que posibilitan una economía por fuera del mercado global. “Economía del genocidio”, le llama Shiva: se sacrifica la diversidad cultural y alimentaria territorial para hacer depender las economía del sur de las modas culinarias del norte. Es el caso, por ejemplo, de la cría compulsiva de langostinos que fue impuesta a las poblaciones costeras hindúes y que dio lugar al llamado “efecto Frankestein”: el desplazamiento de las especies nativas por la introducción de especies exóticas, además de la contaminación de las aguas de consumo. Un impacto igualmente grave en las economías descentralizadas de la India tuvo la imposición del aceite de soja en detrimento de los ancestrales y variados prensados artesanales del aceite de mostaza.
Los análisis que realiza Shiva sobre el episodio de la “vaca loca” como metáfora de la sociedad industrial y verdadero “cruce transgénico de fronteras” apuntan a discutir con quienes sostienen que la crítica a tales experimentos esconde la defensa de una pureza racial: Shiva opone la “vaca loca” como figura cyborg (en alusión polémica a las teorizaciones de la feminista norteamericana Donna Haraway) a la figura de las “vacas sagradas” de su país, símbolos de una economía ecológica del cuidadoganadero predominantemente femenina. Tal debate le permite, a su vez, deslizarse por los postulados del feminismo ecológico del que participa: la capacidad autoorganizativa de todos los seres vivos y la falsedad de las prescripciones epistemológicas –aunque, claro, evidentemente políticas– para sostener las jerarquías entre conocimiento y práctica, teoría y vida cotidiana.