RESEñA
Letras uruguayas
Onetti/ La fundación
imaginada
La parodia del autor en la sagade Santa María
Roberto Ferro
Alción
Córdoba, 2003
414 págs.
por Marcelo Damiani
Onetti/ La fundación imaginada de Roberto Ferro es un libro fundamental para la comprensión de los alcances de la escritura del gran escritor uruguayo. La propuesta es leer a Onetti como si todos sus libros fueran un solo texto, y luego pensar este único texto como “una máquina de multiplicar narraciones”. A partir de ahí Ferro despliega un impresionante corpus teórico-filosófico que le ayudará a dar cuenta de los múltiples vericuetos del autor de La vida breve. Precisamente este texto es esencial para su lectura debido a la problemática del doble origen de la escritura de Onetti, la cronológica y la fundacional. Esta última lo lleva a releer todos sus textos en una suerte de operación tentacular que ya no sólo avanzará analizándolos uno por uno, sino que establecerá lazos retrospectivos e intertextuales con el propio corpus onettiano y con los principales referentes que conforman el canon del autor uruguayo.
Así, algunos aspectos de la obra de Céline y de Faulkner, de Arlt y de Borges (sin dejar de lado a Joyce y a Proust, a Pound y a Oscar Wilde, entre muchos otros) serán puestos en relación con el tono, la problemática y la fundación de la mítica Santa María. Para ello, Ferro se valdrá de la famosa metáfora deleuzeana de rizoma.
En este sentido, son muy insoslayables las implicaciones que se desprenden del cuasi escándalo lingüístico que implica la frase “fundar una ciudad”, ya que (como huelga aclarar) toda fundación es un proyecto o gesto imaginario, virtual, siempre más literario que real. Y es acá donde la “fundación” de Santa María por parte de Brausen (mientras escribe un guión de cine por encargo) cobra una significación universal. De esta manera Ferro no sólo puntualiza los lazos que la literatura onettiana tiene con el mundo, sino también con la gran tradición de la literatura occidental.
A propósito de esto, tal vez se podría decir de Onetti (como certeramente ha dicho Alan Pauls de Saer) que escribía con un pie apoyado en el sarcasmo y el otro en la tradición. Un buen ejemplo de lo antedicho se da en Dejemos hablar al viento: “Desde muchos años atrás yo había sabido que era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. Quiero decir: a cualquiera que tuviese fe, no importa en qué cosa; a cualquiera que opine, sepa o actúe repitiendo pensamientos aprendidos o heredados. Un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. La fe los obliga a la acción, a la injusticia, al mal; es bueno escucharlos asintiendo, medir en silencio cauteloso y cortés la intensidad de sus lepras y darles siempre la razón”. Esto, sin embargo, no impide que Ferro lea acertadamente el texto onettiano desde posturas psicológicas o marxistas, aunque nunca buscando un último mensaje definitivo sino tratando de expandir y diseminar los sentidos posibles, ya que la literatura de Onetti, entramada en la ambigüedad y la multiplicidad de sentidos, ha resistido tenazmente la tentación de aparecer como portadora de mensajes.
Desde esta perspectiva, Ferro sostiene que los libros del autor uruguayo, en especial Para una tumba sin nombre, cuestionan la noción de primera lectura, una idea que está fuertemente vinculada a una concepción consumista de la literatura, ligada a la clausura del sentido y solidaria con la certeza de que el núcleo esencial de todo texto es la fábula que secuenta. Por último, además de dejarnos la bella imagen de la escritura asimétrica y escarpada de Onetti como una espiral recursiva o una cinta de Möbius donde los personajes se deslizan conscientes de su especificidad literaria, el libro de Ferro tiene el gran mérito de estimular el deseo de volver a leer a Onetti como si (no) fuera la primera vez.