MERCOSUR
Un verde Brasil
Acaba de aparecer Antonio Candido y los estudios latinoamericanos (Pittsburg, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana), un libro colectivo que, bajo la dirección de Raúl Antelo, examina la obra del gran crítico brasileño para reflexionar, en última instancia, sobre América latina como comunidad imaginada.
Por Daniel Link
Desde Viena
En una entrevista que Beatriz Sarlo le hizo para Punto de vista en 1980, Antonio Candido (el más grande crítico brasileño) decía que el desconocimiento mutuo de la literatura hispanoamericana y la brasileña es “resultante de una situación previa. El español es una lengua universal; el portugués, aunque lo hablen más de 100 millones de personas, no lo es: en América latina, sólo un país lo habla. Ningún europeo culto de las grandes metrópolis puede desconocer a Cervantes, al teatro español, a su mística, a su novela picaresca. Portugal nunca protagonizó un fenómeno de esta índole. Este es un dato de la mayor trascendencia, que se proyectó sobre el curso de la literatura latinoamericana: en América, quien habla español está atávicamente colocado en una posición superior respecto de quien habla portugués. Pasó a América la situación de país secundario que tiene Portugal en la Península Ibérica. Pero ésta, que es una de las raíces de nuestro desconocimiento, deberá ser superada históricamente”.
No es éste el lugar para reflexionar sobre las consecuencias de esa asimetría original (piénsese en la representación idiota que el argentino medio tiene de Brasil, como un carnaval más o menos perpetuo, un rival de temer en los campeonatos futbolísticos o un hidalgo enemigo en el reino del Mercosur, y poco más). Baste decir que Antonio Candido y los estudios latinoamericanos vienen a colocarse en relación con esa asimetría: nadie mejor que Raúl Antelo para examinar esa distancia entre dos culturas y para intentar tender entre ellas un puente sino de integración, por lo menos de mutua comprensión.
Argentino educado en las aulas del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Universidad de Buenos Aires, en las funciones del Teatro Colón y en las mejores bibliotecas del mundo, Antelo fue discípulo de Candido, bajo cuya tutela realizó su tesis doctoral en la Universidad de San Pablo. Es por eso que, como señala en la “Introducción” a Antonio Candido y los estudios latinoamericanos, los textos por él recopilados “miran, recuerdan, imaginan al maestro que una mañana de abril en 1973 supo acogerme en su pedagogía”. Residente en Florianópolis, prefiere llamar a esa ciudad, como quien dijera San Petersburgo en vez de Leningrado, por su nombre antiguo: Desterro (Nossa Senhora do Desterro), tal como se lee debajo de su firma.
Nadie como él, pues, para diseñar la arquitectura de un libro bilingüe (cómo podía ser de otra manera) que examina la obra de uno de los grandes intelectuales latinoamericanos, cuya producción en la Argentina es apenas conocida por algunos pocos fanáticos y otras tantas conciencias culpables.
Antonio Candido, además de haber escrito textos capitales como Literatura y sociedad, La formación de la literatura brasileña o “Literatura y subdesarrollo”, ejerció una larga carrera pedagógica en varias universidades de Brasil, fundó el Partido dos Trabalhadores, patrocinó incansablemente proyectos de integración continental (en Campinas, en 1983, los más grandes nombres de la crítica latinoamericana se reunieron bajo su tutela para darle forma a América latina como “proyecto intelectual vanguardista que espera su realización concreta”, para citar las palabras de Angel Rama, que participó del convite). Algunas de sus prosas más circunstanciales (pero no por eso menos agudas) fueron recopiladas en Crítica radical y Varios escritos (cuya tercera edición revisada es de 1995).
En la entrevista de Beatriz Sarlo antes citada (y rescatada con gran sentido de la oportunidad por Raúl Antelo), ella reconoce (en una nota retrospectiva) que “Candido me dio lo que, en esos años, andaba buscando por todas partes”. Justo es decir que todavía hoy podríamos decir lo mismo: Candido ofrece lo que uno anda buscando por todas partes. La asimetría cultural que el propio Candido comenta y deplora (y, seguramente, el snobismo de subalternos que nos caracteriza) es lo que hace precisamente que busquemos antes en París, Londres, Berlín o Nueva York que en San Pablo.
Lector cultísimo, Candido no sólo suministra modelos históricos para la comprensión de la literatura brasileña sino, por sobre todas las cosas, modelos teóricos para la comprensión de la literatura: “Lo más importante para mí no es saber cuándo la literatura brasileña se convierte en brasileña sino cuándo alcanza a ser una literatura”. Podemos debatir el modelo historiográfico y el modelo teórico propuesto con Candido, pero no podemos dejar de reconocer que definiciones como ésa son las que uno busca en otras partes. A partir de ahí, todas las discusiones son posibles.
Lector cultísimo, Raúl Antelo parece hacer eco de las preocupaciones de Candido: donde Borges o Sérgio Buarque de Holanda o su maestro habían hablado de desarraigo, Antelo firma Desterro, para subrayar aquello de la colocación de Candido que más le conviene: no la periferia (Candido no es un Virgilio de segunda línea) sino la excentricidad (Candido es un Ovidio).
Naturalmente, las consecuencias teóricas y políticas de una concepción semejante son precisamente las que permitirían (más allá de la cháchara neoliberal) una verdadera integración cultural entre la Argentina y Brasil, de la que Antonio Candido y los estudios latinoamericanos son un ejemplo vivo. Antelo escribe: “Merleau-Ponty decía que toda revolución es verdadera como movimiento, aunque sea falsa como régimen. La idea cae como un guante para describir el método de Antonio Candido. Ojalá se aplique también a este conjunto de textos que miran, para adelante, hacia una comunidad que generosamente colaboró en el proyecto y a la que soy particularmente grato”. Esa comunidad lleva, en el libro de Antelo, los nombres de los argentinos Gonzalo Aguilar, Adriana Amante y Florencia Garramuño (además de Beatriz Sarlo), del uruguayo Pablo Rocca (además de Angel Rama), de los brasileños Antonio Arnoni Prado, Italo Moriconi, Celia Pedrosa y Antonio Carlos Santos (además del italiano Ettore Finazzi-Agrò y los norteamericanos Jean Franco y K. David Jackson). Esperemos que tenga muchos más: Antonio Candido (que es como decir: una cierta idea de América latina) se lo merece.