ENTREVISTA A MATÍAS SERRA BRADFORD
Jardín japonés
Manos verdes, la novela de Matías Serra Bradford que Norma distribuirá en los próximos días, hace de la jardinería una de las bellas artes: toda una estética de proliferaciones, frondas y crecimientos arbóreos del relato.
POR MARTÍN DE AMBROSIO
Manos verdes cuenta en su primera mitad la historia de un jardinero llamado Nieves y su desempeño en jardines que no le pertenecen, el trato que le dispensan las señoras que lo emplean y su más hospitalaria relación con uno de los chicos de la casa (a veces sucede que los pequeños ignoran las obligaciones de clase); en la segunda parte, ese chico se convierte en un adulto que hace un viaje a Europa con su pareja. Pero en realidad lo que importa de Manos verdes es menos la sucesión que aquello que permanece, la forma de un jardín, los sentidos abiertos, preparados para que se inunden de clorofila, tierra y ligustrinas a cortar. Nieves es un extraño ser puro ojos, vista, tacto, olfato, oídos, pero poco de intelecto, poco de abstracciones –a cada planta su particularidad. Naturalmente, y debido a todo esto, si hay que calificar con rapidez esta obra de Serra Bradford (34 años, colaborador de diferentes medios –entre ellos Radarlibros–, autor de Fagans. El viaje y los viajes y Diarios y miniaturas y, desde el año pasado, editor de Sudamericana) la primera palabra que aparece es “minimalismo”. Pero el autor no está seguro de que sea precisa: “Esa palabra sirvió para calificar a Carver en su momento y Manos verdes poco tiene que ver con Carver. Yo siento que esta novela, si bien es minimalista en la observación, a la vez es explosiva y la narración es más bien frondosa, arbórea, una cosa que no se acaba nunca”.
Más allá de aquella tenue trama, aparece el tratamiento que se hace del lenguaje, la impronta poética de la novela, sus transgresiones gramaticales y cierto menosprecio por la ilación que obliga a esfuerzos de atención por parte del lector. Pero Serra Bradford asegura que su idea era narrar: “No quiero que Manos verdes se lea como poesía, o como poesía contrabandeada dentro de un libro de prosa. Yo quiero que se lea como una novela, yo la veo como una novela, pese a su carga lírica. Justamente, traté de trabajar contra ese impulso lírico en las correcciones. Trataba de limar todo lo que fuera demasiado poético y de agregar más descripciones físicas, de personajes, más diálogos, más situaciones. Traté de hacerla lo más narrativo posible”.
La segunda parte deja un poco ese clima miniaturista y en cambio se cuenta un viaje iniciático de un modo heterodoxo, como a través de polaroids. ¿Qué une a la primera y la segunda parte (además del jardinero Nieves)? Serra Bradford dice que le interesaba el salto temporal y la relación con los espacios, “el jardinero está trabajando en un lugar ajeno, un espacio que no le pertenece. Eso me interesaba. La pareja que viaja por Europa, en la segunda parte, también está en un lugar ajeno, lo que pasa es que no está haciendo nada, ya que lo único que se puede producir en un hotel es escritura o, eventualmente, hijos. Yo quería que el tiempo fuera la forma, y que a la vez fuera suspenso. Porque si bien es verdad que la novela no tiene ninguna pretensión de suspenso, tal vez las voces del jardinero y del narrador de la segunda parte provoquen algo de esa sensación de suspenso”.
El porqué de las referencias al Japón quizá aporte una clave para entender el tono general de la novela y de ese diluirse de prosas en poesías y viceversa. “Japón aparece en tres o cuatro momentos; y eso trata de ser un modestísimo homenaje a la literatura japonesa. Es realmente admirable cómo pasan las cosas en esa literatura. Uno lee y no podría decir que es poética, pero sí lo es de un modo muy sutil. Uno quiere ser parte de eso como sea, aunque sea nombrando al país. Es una especie de invocación a ciertas cualidades que tiene: la obsesión por el detalle, la inmovilidad, la precisión, la serenidad; una violencia muy bien digerida. Claro que si yo pudiera escribir como los japoneses a los que admiro, no necesitaría hablar del Japón, ciertamente. Hablaría de las provincias argentinas”.