RESEÑAS
Un hombre serio
Rimbaud en Africa
Charles Nicholl
Trad. Javier Calzada
Anagrama
Barcelona, 2001
460 págs. $ 65.50
Por Sergio Di Nucci
Para muchos, la vida de Arthur Rimbaud vuelve inentendible su obra. Pocos, a su edad, y en su tiempo, se atrevieron a tanto: a sacudir el conformismo, a trastrocar la deferencia debida a las instituciones, a impugnar la idolatría arcádica del matrimonio matriarcal. Las especulaciones acerca de su excitante vida y de su penosísima muerte amenazan con no concluir nunca. Ofrecer una versión acabada y final de ellas es el primer objetivo del volumen de Charles Nicholl, Rimbaud en Africa, que no se acota sin embargo a los once años que el poeta vivió allí interrumpidamente.
Nicholl recorrió en la década de 1990 las mismas regiones que Rimbaud había frecuentado más de un siglo atrás. La intención era recuperar su etapa más oscura, “esa suerte de aventura existencial condenada al fracaso”. Abundan detalles acerca de Rimbaud-traficante de armas y de esclavos, Rimbaud-mercenario, Rimbaud-empleado de circo, Rimbaudfotógrafo, Rimbaud-hombre orquesta, trabajando, paseando y sobreviviendo en los puertos africanos, en el desierto somalí, en las poblaciones abisinias. Rimbaud en Africa termina por ser una eficaz combinación de ensayo, de biografía y de libro de viaje, con referencias oportunas a su obra poética y al clima de época anterior al viaje que culminó en 1891.
Rimbaud había nacido en 1854 en Charleville, ciudad del norte de Francia, en una familia pobre de provincia. Pronto dio muestras de conocer las formas clásicas y la prosodia francesa, a las que combinó con un estilo alarmantemente original. Nadie podía saber qué estaba haciendo este adolescente porque lo que hacía era completamente inimaginable: un estudiante secundario que a esa edad estaba escribiendo algunas de las obras maestras de la poesía francesa, burlándose de Baudelaire y homenajeando el ano. A los 15 años de edad abandona Charleville y se despide de su familia y amigos, de “las comodidades del hogar, de su propio y brillante futuro como poeta”. Llegó a París para seducir e increpar a Paul Verlaine. Los episodios de ambos son famosos: los viajes a Bruselas y Londres, el alcohol, el ajenjo, el sexo y la sangre, las injurias.
Si la visión de Rimbaud como ángel satánico ayudó a perpetuar su leyenda entre surrealistas y católicos, otras no menos colosales lo acercaron luego a las idolatrías del rock y del Mayo francés. Una de las últimas y más completas biografías, la de Graham Robb, no deja de lado este tipo de comparaciones: “El hecho de que Rimbaud abandonara la poesía en sus tempranos veinte causó más consternación que la separación de Los Beatles”. Y el biógrafo pasa a enumerar los avatares del poeta (y sus encarnaciones póstumas, y sus devotos, y sus groupies).
De Rimbaud se ofrecen también por aquí y por allá sus parentescos con la cultura gay (en especial, a partir de la tormentosa y feliz relación con Verlaine, descrita admirablemente por Luis Cernuda) o las apropiaciones de los movimientos anarquistas y la generación beatnik. Se reproducen, incluso, los informes de la policía de Bruselas acerca de su pene (“pequeño y no muy voluminoso”) y de su ano (“muy marcadamente dilatado”). Taciturno hasta el fin, Rimbaud es pleno en ambigüedades y, por eso mismo, el sueño de todo biógrafo. Nicholl quiere mantener el equilibrio, procurar un respiro “entre el joven malogrado y el héroe existencialista”. No lologra, pero es fiel (de un modo que es ajeno al desapasionamiento y a la prolijidad) a los principios de este homme sérieux que a los 21 años dejó de escribir para siempre, y murió a los 36, víctima de una infección en la rodilla.