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Domingo, 24 de octubre de 2004

UNA HISTORIA CON FECHA CLAVE: 1806.

La revolución es un sueño eterno

El país que estalló
Antecedentes para una historia
argentina (1806-1820)
Alejandro Horowicz
Editorial Sudamericana
263 páginas

POR GABRIEL D. LERMAN

El título del último libro de Alejandro Horowicz, El país que estalló, puede prestarse a un equívoco. El subtítulo, sin embargo, pronto aclara el malentendido: Antecedentes para una historia argentina (1806-1820). En efecto, no se trata de otro volumen sobre la crisis del 2001 ni tampoco de una evocación mitológica de 1810. En este libro, por el contrario, se encontrará un enfoque poco condescendiente con las lecturas patrióticas (tanto liberales como del revisionismo histórico), que ubican al 25 de Mayo como el punto de partida de la nación independiente.
Horowicz construye un relato por cuya consistencia y convicción merece ser tenido en cuenta. Para decirlo rápido: tiene mucho para decir sobre el proceso que va de la reconquista de Buenos Aires en 1806 –cuando la primera invasión inglesa– al desenlace de la anarquía de 1820, tras la impotencia criolla de imponer una formación política y económica perdurable en el ámbito de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En vez de 1810, la fecha clave se traslada aquí a 1806 por la creación de las milicias para reconquistar la aldea, lo que constituye el primer acto de fuerza del bloque comercial porteño, no contra el opresor español sino, paradójicamente, el inglés. Pero ésta no es la novedad que trae Horowicz. Desde Revolución y Guerra y otros trabajos sobre el ocaso del orden colonial, Halperín Donghi había relativizado las lecturas sobre 1810 desplazando el argumento de las ideas jacobinas o liberales-burguesas a una complejización materialista sobre los reales intereses económicos en juego, en el marco del triple enfrentamiento imperial entre Gran Bretaña, la Francia napoleónica y la decadente corona española. De modo que, si bien Horowicz tiene la osadía de pararse en el centro del ring y hacer desfilar a Puiggrós, Ingenieros, Mitre, Milcíades Peña, Alberdi, este libro no sería posible, con toda su potencia, de no existir como condición de producción esa otra lectura, hoy canónica, de Halperín Donghi.
Sin embargo, al discutir ciertos enunciados polémicos, Horowicz redobla el carácter polémico de esta obra. Por ejemplo, señala que el proceso de autonomización no es la renuncia a la protección del orden colonial (como plantea Halperín) sino una autodefensa del bloque comercial porteño precisamente ante la ausencia de protección. “En rigor –dice Horowicz–, en 1810 el virreinato conducido desde 1807 por Buenos Aires trataba de sobrevivir mientras el imperio español se disgregaba.” Desde 1806, Buenos Aires había dejado de ser colonia y disponía de dicha renta. El mantenimiento de tal orden (heredar los dominios españoles) y no otro fue el objetivo que persiguieron las sucesivas fracciones criollas, hasta el estallido total del sistema en 1820. No revolución, entonces, sino relevo. Hace rato que los estudios sobre historia argentina habían derivado en dos submundos irreconciliables entre sí. Por un lado, una masa crítica finamente demarcada, con certificado de buena conducta y vacunación, dirigida a un público nulo o de club. Por otro, un conjunto amorfo, vociferante, de pseudo teorías conspirativas compiladas para la venta rápida. Ambos submundos desarmaron una vasta tradición de autores que supieron ser el centro de los estudios históricos en la Argentina, y archivaron sus obras en nombre de la profesionalización o del chimento. Creemos que las dos vías han tenido como efectos la despolitización y elolvido de las legítimas preguntas generales. Horowicz parece haber vuelto a ese ruedo, y es difícil que puedan obviarlo.

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