El detective que vino del frío
Por Sergio S. Olguín
Escania es el nombre de una región en el sur de Suecia famosa por ser la cuna de los camiones Scania. Desde comienzos de los ‘90, la región tiene otro motivo para enorgullecerse: es el territorio por el que suele moverse el inspector Kurt Wallander, de la comisaría de Ystad. Este policía duro, casi siempre deprimido, exitoso en su trabajo pero fracasado en gran parte de su vida, protagoniza la serie de novelas escritas por Henning Mankell. Como les ocurriera a otros autores de relatos policiales, el protagonista termina comiéndose al autor, a tal punto que la publicación en español de la séptima novela de Mankell, Pisando los talones, sea para sus seguidores, en verdad, “una de Wallander”.
Es muy probable que Mankell no se queje del éxito inusitado de su hijo literario. Las novelas de la serie Wallander han sido traducidas a 30 lenguas y llevan vendidas ya 20 millones de ejemplares en el mundo. Aunque el propio Mankell intentó tomar distancia de su célebre personaje: “Sólo tenemos tres puntos en común: la edad, el gusto por la ópera italiana y que trabajamos muchísimo, pero dudo mucho de que hubiéramos podido ser amigos. Pero, precisamente, es mucho más fácil escribir sobre alguien a quien no amas”.
Hay algunos puntos más en común entre autor y personaje: altura mediana, pelo rubio, una obesidad incipiente, la parquedad y una casi exacerbada falta de sentido del humor. Mankell y Wallander son tipos serios. Otra coincidencia es el clima en el que Mankell creció y Wallander vive: frío, muy frío. “Mis primeros recuerdos son el frío –contó Mankell en un encuentro de escritores–; cada mañana tenía que soportar los 25 grados bajo cero para ir a la escuela. Vivía cerca de un río y cuando llegaba la primavera y el hielo se deshacía yo veía cocodrilos, aunque la gente decía que eran troncos de árboles. Hace dos años regresé y sigo viendo cocodrilos.”
Henning Mankell nació en Estocolmo en 1948 pero se crió en las ciudades de Sveg y Boras. Su madre abandonó la familia cuando él tenía tres años y no la volvió a ver hasta los quince. Su padre, que era juez, y su abuela paterna fueron los responsables de su educación. El padre le inculcó un ateísmo militante y la abuela lo alentó desde los seis años para que se convirtiera en escritor. A los 16 abandonó la escuela para dedicarse a su dos pasiones: la literatura y los viajes. Sus primeros libros, aparecidos tempranamente en los ‘70 tuvieron una apreciable repercusión local, lo que le permitió publicar a buen ritmo novelas, teatro y obras para chicos.
El descubrimiento de Africa fue fundamental para Mankell: por fin el calor. Se mudó a ese continente y terminó recalando en Maputo, la capital de Mozambique, en compañía de su primera mujer, una enfermera noruega. El hombre de las tierras frías encontró en las arenas del sur africano un lugar donde desarrollar su teatro, tanto como autor, director y actor. A su vez, no dejó de escribir ficciones en las que se repetía como una letanía la crítica a la sociedad sueca (en particular) y a Europa en general: “Escriba lo que escriba –declaró–, quiero dejar patente mi opinión sobre lo que ocurre en nuestro mundo, porque hay muchas cosas que me horrorizan”.
El éxito mundial le llegó con la publicación de Asesinos sin rostro en 1991, la primera de las novelas policiales protagonizadas por Kurt Wallander. A ritmo de un libro por año, Mankell vio multiplicar su éxito en todo el mundo. Aprovechó su creciente fama para denunciar la situación africana o para criticar la optimista visión europea de los ‘90. Su vida también se ha movido entre Maputo e Ystad, la pequeña población de Escania en la que transcurren sus novelas.
Hace unos años, Mankell compró acciones del diario progresista noruego Klassekampen para salvarlo de la quiebra y también ha donado a la Asociación de Autores Dramáticos de Suecia unos 150.000 dólares. No olvidaque su carrera como dramaturgo comenzó en parte gracias a una beca de esa entidad. Por lo demás, Mankell no habla mucho de su vida privada. Padre de familia, se casó cuatro veces y su actual esposa es una de las hijas de Ingmar Bergman.
Ha llegado un inspector
Las 3000 páginas que ocupan las siete primeras novelas de la Serie Wallander son suficientes para pintar a este inspector de la comisaría de Ystad. En Asesinos sin rostro, que da comienzo a la saga, tiene 42 años, su mujer lo ha abandonado, su padre sufre de demencia senil y su hija vaga por el mundo con el precedente de un intento de suicidio a los quince años.
Wallander no es un héroe ni todo lo contrario. Es un policía que no suele andar armado y que sabe seguir la pista de un crimen con la insistencia de un sabueso. No investiga solo sino que cuenta con sus compañeros de la comisaría. El jefe, Björk, es un tipo bueno que tiende a dar la razón a Wallander. Los demás actúan como sus discípulos, salvo Rydberg, el único que es más viejo que él y que muere de cáncer antes de que termine la primera investigación. “Eran sus compañeros. Ninguno era un amigo del alma. Pero estaban unidos” (Asesinos sin rostro).
Su vida como policía ocupa todos los momentos del día (una razón fundamental para que lo haya abandonado su mujer). Puede pasarse todo el día en la comisaría o investigando. A pesar de estar varios años con los mismos compañeros es poco lo que sabe de ellos. Al punto que recién se entera de que uno de sus policías es homosexual cuando es asesinado (Pisando los talones). La única particularidad de Wallander que suena extraña es su amor por la ópera. Aunque tal vez los policías suecos sean así. Por lo demás, no se aleja mucho del investigador típico de las novelas del policial negro: toma mucho, duerme poco, come mal y cada investigación se vuelve un peligro para su vida. Sufre horrores los abandonos de su esposa y de su hija y no tiene mucha suerte con las mujeres. Sus aventuras amorosas suelen perderse en la nada, aunque en Los perros de Riga conoce a la viuda de un policía letón que lo hará sentirse enamorado durante las cinco novelas siguientes.
Una de las características de la Serie Wallander, a diferencia de otras sagas policiales, es que tanto el protagonista como los personajes secundarios van transformándose con el paso del tiempo. El padre senil de las dos primeras novelas recupera su cordura y se casa en La leona blanca, se amiga con su hijo en La falsa pista y fallece en La quinta mujer. Lo mismo ocurre con la hija, con sus compañeros, incluso familiares de víctimas de un crimen reaparecen en otras novelas (como ocurre con un martillero de La leona blanca, que aparece ejerciendo su oficio en Pisando los talones).
Los policías de Mankell son seres grises. Uno de ellos, Martinson, milita en el Partido Liberal. Otros se excusan con una gripe para no investigar un crimen. Todos detestan a los periodistas entrometidos y se sorprenden ante cada crimen. No pueden creer que eso les suceda a ellos, en su pueblito de Ystad.
Wallander envejece de novela a novela. El alcohol, la soledad y una incipiente diabetes hacen lo suyo. En La leona blanca pide la baja como policía pero vuelve al ruedo en El hombre sonriente. Su pensamiento es conservador. El también mira con asombro cómo la violencia de las grandes ciudades llega multiplicada a su pequeño pueblo. Si bien es un policía que triunfa en sus casos, es muy común que siga líneas de investigación equivocadas. Es torpe y malhumorado. Odia el fútbol y apuesta en contra de Suecia durante el Mundial `94 (La falsa pista); no sonríe nunca, no grita. Si en vez de haber elegido el oficio de policía hubiera sido un desocupado, podría ser un personaje de Raymond Carver. O un empleado público de Kafka. O un escritor de Peter Handke.Pero resolver crímenes es su trabajo. “Hay un tiempo para vivir y un tiempo para estar muerto.”
Ésa es su máxima.
Europa, Europa
“Soy un escritor político. Utilizo el acto criminal como un espejo para examinar la sociedad”, declaró Mankell en una oportunidad. La visión crítica de la sociedad, el develamiento de la corrupción social, es una parte intrínseca del policial negro. De Hammet a Vázquez Montalbán, los autores de policiales al estilo norteamericano han sabido poner en relieve todo lo que se esconde en la sociedad capitalista. La gran virtud de Mankell es la de ser el autor en el momento justo y en el lugar indicado para sacar a la luz una Europa en transformación. Suecia siempre fue vista como un referente de las virtudes del espíritu democrático europeo y Europa ha vivido en la última década el mito de la unión y la paz social. Pero Mankell no está de acuerdo. Asesinos sin rostro comienza con un crimen contra una pareja de ancianos. A medida que avanza la investigación se descubre una trama que viaja hacia el pasado (la alianza de algunos suecos con el nazismo alemán) y hacia un presente donde la xenofobia crece día a día. Una xenofobia que se repite en otros libros con referencia a refugiados y emigrados como ocurre en La falsa pista.
Alguna vez Mankell comparó sus novelas con un barco que se va adentrando lentamente en los bajos fondos de la sociedad sueca. La imagen pinta perfectamente el método utilizado en sus historias. Cada libro se abre con el descubrimiento de un crimen (a veces, precedido por un capítulo de contexto histórico). De a poco, ese crimen deja al descubierto una realidad más perturbadora.
Tal vez haya que buscar el origen de la descomposición del mundo escandinavo en 1986, con el asesinato del premier sueco Olof Palme. Mankell acompaña con sus novelas los grandes cambios sociales de los años siguientes, la triunfalista década del 90. El fin de la tolerancia burguesa sueca y el crecimiento de la ultraderecha (Asesinos sin rostro), la caída de la Unión Soviética (Los perros de Riga), la aparición en libertad de Nelson Mandela (La leona blanca), la corrupción de los empresarios exitosos (El hombre sonriente), la marginación de los extranjeros y la alienación juvenil (La falsa pista), la social-democracia y el sistema de justicia (La quinta mujer), el fracaso del modelo sueco (Pisando los talones), la utilización de la informática para cometer delitos (Cortafuegos).
El resultado no es sólo la serie de un inspector de policía sino una “comedia humana” al mejor estilo Balzac: un fresco de época donde conviven los acontecimientos sociales con la vida privada de cada uno. De la misma manera que un forense descubre en un cadáver datos sobre los últimos momentos de una víctima, Mankell hace que cada uno de sus muertos permita descubrir los datos de su tiempo. La Unión Soviética se cae, dos cadáveres anónimos flotan en el Báltico. Y un hecho está relacionado con el otro. Mankell nos muestra el grado de responsabilidad de la sociedad en cada crimen y, por añadidura, en la investigación exitosa, fracasada o trabada de ese crimen.
Si algo se le puede reprochar a Mankell es que en varias de sus novelas (La leona blanca, La falsa pista, Pisando los talones) no sabe parar. Mankell es un excelente narrador pero carece de ese sentido que le indica al escritor cortar, achicar, disminuir. Esas novelas se tornan extendidas y si el interés no decae se debe a lo cómodo que nos hace sentir el universo de Wallander y a la perplejidad que despiertan los crímenes investigados. Pero sobran páginas, a veces demasiadas.
Aunque los fanáticos de la saga deben agradecer la extensión de estas historias porque apenas son solamente nueve los libros. El último, Pirámide (1999), es un conjunto de cuentos que transcurren antes deAsesinos sin rostro. Con el fin de los ‘90, Wallander parecía haber llegado a su fin. O al menos a su jubilación. Pero es una verdad a medias. En Cortafuegos, su hija Linda le anunciaba su intención de convertirse en policía. En 2002 apareció Innan frosten (Antes de la helada), una nueva novela policial de Mankell pero protagonizada por Linda, que recibe la ayuda de su experimentado padre. La serie cuenta ahora con una policía joven con una visión de la realidad muy distinta a la mirada conservadora del viejo Kurt.
Como era esperable, las adaptaciones en televisión y cine no se hicieron esperar. En Suecia ya se hicieron versiones de todos los libros. El año que viene, Paul Verhoeven piensa llevar a la pantalla Pisando los talones, con lo que Kurt Wallander hará su entrada en el universo de Hollywood. Un mundo tan lejano y distinto al del pueblo de Ystad que seguramente inspirará a Mankell algún caso para que lo resuelva Wallander. El padre o la hija.
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