EN ESTE POEMA EN PROSA SE ENCUENTRA LA PIEDRA BASAL DEL AUTOR DE AUSTERLITZ.
La biblioteca de la vida
Del natural
W. G. Sebald
Anagrama
Barcelona, 107 páginas
Por Patricio Lennard
Cuando W. G. Sebald murió en un accidente automovilístico, tras sufrir un infarto y estrellarse contra un camión, en diciembre de 2001, hacía poco que había alcanzado la cumbre de su talento literario: el esplendor de Austerlitz, su última novela publicada antes de su muerte, es la evidencia más clara de ello. Su oficio de contador de historias y recuerdos de otros, la oscilación entre autobiografía y biografía, entre novela y ensayo que recorre sus textos, su pasión por los archivos, y el método de “ficción-no-ficción” por el que fotos, dibujos y mapas funcionan en las páginas de sus libros como aparatos documentales, tienen en Austerlitz un momento de clímax que explicita la coherencia del programa sebaldiano.
Considerado como un “poema en prosa”, Del natural (1988) es el primer libro que Sebald publicó y, en más de un sentido, la piedra basal de su proyecto literario. El texto –que no se adecua del todo al género que lo rotula, tanto por la inestabilidad del registro poético como por una versificación por momentos arbitraria que lleva a preguntarse por qué Sebald, directamente, no se inclinó por la prosa– está dividido en tres partes. La primera se ocupa de la figura de Matthias Grünewald, el pintor de motivos religiosos del siglo XVI, autor del magnífico Retablo de Isenheim, cuya biografía se teje a partir de escasas fuentes históricas y de observaciones acerca de sus pinturas. En la segunda se echa luz sobre la vida de G. W. Steller, un estudioso alemán de las ciencias naturales que vivió en el siglo XVIII, y que formó parte de la expedición encabezada por Vitus Bering que buscó trazar la ruta entre los puertos árticos de Rusia y Alaska. En ambos casos, Sebald cultiva su interés por retratar personajes históricos, por superponer lo biográfico a lo “novelesco”, y por hallar en la historiografía un campo de experimentación estética.
Pero es en el tercer apartado, en que emerge una pulsión autobiográfica, donde Del natural se muestra –de manera concluyente– como apoyatura del edificio sebaldiano. Más allá de que el libro en su totalidad concentra gran parte de los temas que serán recurrentes en su obra (la destrucción de la naturaleza, la melancolía, las ruinas de la modernidad, los meandros de la memoria, el exilio y el viaje, etc.), es en ese poema donde se activa el proyecto que hace de la literatura una excusa para ordenar la propia vida. Las fotos familiares –aunque no se reproduzcan– funcionan allí como articuladoras del recuerdo: “Si veo ante mí la nervadura / de mi vida pasada, en una imagen, / pienso siempre / que tiene algo que ver con la verdad”, se dice al principio. De este modo, Sebald plantea implícitamente dos preguntas que serán centrales en su obra: cómo escribir organizando la memoria y la experiencia, y cómo administrar literariamente los recuerdos.
El relato del modo en que la madre del narrador ha olvidado el bombardeo aéreo de los aliados sobre Nuremberg y la postal de esa ciudad ganada por las llamas, no sólo delinea la hipótesis que Sebald postula en Sobre la historia natural de la destrucción (en torno del trauma de los alemanes ante la devastación de sus ciudades en la Segunda Guerra), sino también constituye una de las tantas pruebas de por qué Del natural es una suerte de esbozo del resto de sus textos. Así, este libro se torna necesario para saber por qué para Sebald escribir se asemejaba a “pasear por la historia y la biblioteca de la vida”. Para ver el big bang de una de las obras más exquisitas de los últimos tiempos.