Domingo, 6 de febrero de 2005 | Hoy
ADIEU
Ephraim Kishon fue un humorista judío que hizo reír a los alemanes. “Me causa satisfacción que los nietos de mis verdugos hagan cola para escucharme”, declaró alguna vez. Acaba de morir a los 80 años.
Por Ariel Magnus
Ephraim Kishon dijo alguna vez en una entrevista que él no era escritor sino humorista. “Los humoristas se transforman en escritores sólo después de muertos.” La semana pasada, poco después de cumplir los ochenta, se sentaron las bases para la posible metamorfosis: Kishon murió en su casa de Appenzell, Suiza, y fue enterrado en Tel Aviv. Dejó, además de tres hijos, siete nietos y una esposa (la tercera) sensiblemente más joven que él, medio centenar de volúmenes, editados en casi 40 idiomas y prolíficamente premiados. Sus Historias familiares pasan por ser el libro hebreo más vendido después de la Biblia, aunque de la tirada total de su obra (43 millones de ejemplares) dos tercios corresponden a la edición alemana. “Me causa satisfacción que los nietos de mis verdugos hagan cola para escucharme”, dijo alguna vez en una entrevista con un medio alemán.
El israelí Ephraim Kishon se llamaba en realidad Hoffmann Ferenc y nació en 1924 en Hungría. A los 16 años ganó un concurso de literatura; el resto de su juventud la pasó en campos de concentración. Cuenta en su biografía (Nada de qué reírse, 1993) que se salvó de los nazis por ser un buen jugador de ajedrez. Después de atreverse a discutir una jugada con “Dios en civil, el comandante del campo”, fue nombrado su secretario y contrincante favorito. En 1945 huyó a último momento de las cámaras de gas; después de la guerra se instaló en Budapest y empezó a trabajar como guionista teatral y redactor en un periódico satírico. Cuando los soviéticos le pidieron redactar una obra sobre El liderazgo del proletariado industrial, Hungría perdió su gracia; ese mismo año huyó hacia Israel.
En su país de adopción aprendió hebreo, tarea que siempre recordó como una tortura, y judaísmo, pues venía de una familia completamente asimilada donde ni siquiera se hablaba idish (“nosotros no hablamos ese polaco medio crudo, no somos gallegos”, dice que decía su padre). Sus libros y sus columnas en un diario lo convertirían muy pronto en el humorista más leído del país; el salto a la fama internacional le llegó en 1959 con Dese vuelta, señora Lot (elegido por el New York Times como el libro del mes). Hacia fines de los ‘60, y a lo largo de toda la década siguiente, sus libros ocuparon repetidamente los primeros puestos entre los best-sellers dentro de Alemania. Nunca se le perdonó, sin embargo, que su editor y amigo en Alemania fuera el mismo que editaba los libros de David Irving, historiador revisionista filonazi.
Además de prolífico escritor, Kishon incurrió también en el teatro y en la pantalla (dirigió varios unitarios televisivos y otras tantas películas, por las que obtuvo dos nominaciones al Oscar y tres Golden Globe), coqueteó con la política y nunca dejó el ajedrez. Según contó: “Contra Kasparov alcancé a hacer tablas. Y Karpov es el único jugador de ajedrez que conozco con sentido del humor. Le dije que me rendía y me respondió: ‘Puedo entenderlo’”.
Es fama que amaba su país de adopción, las mujeres y las motos. No así la escritura: “Amo el bebé, pero no las contracciones del parto. Escribir es una tarea triste y fatigosa”.
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