Domingo, 13 de marzo de 2005 | Hoy
Ultramarina
Malcolm Lowry
Tusquets
223 páginas
Por Rodrigo Fresán
La leyenda épica/etílica del tambaleante Malcolm Lowry –inevitablemente ligada a esa magistral criptoautobiografía que es Bajo el volcán– parece haberse no devorado pero sí bebido el resto de su turbulenta obra. Los motivos para ello son obvios: la caída libre del cónsul Geofrey Firmin es sin duda alguna lo mejor que firmó el inglés; buena parte del resto quedó inconcluso y apareció de manera póstuma (más allá de que capítulos de Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, Ferry de octubre a Gabriola y la aún inédita en castellano La mordida, así como varios de los relatos de Escúchanos, Señor, desde el cielo tu morada aguanten con elegancia y sin esfuerzo la densa sombra del Popocatépetl); y lo publicado en vida antes y después de Bajo el volcán suele ser descartado como papeles juveniles o memoirs precoces, funcionando como esos temblores que prenuncian la gran erupción. Lo que no es del todo justo para con Piedra infernal –el relato manicomial y alucinatorio basado en una internación en Bellevue, en el que trabajó desde 1934 hasta un año antes de su muerte en 1957– y, sobre todo, con el primerizo pero experimentado Ultramarina (1933).
Compuesto a partir de un diario de navegación del joven aspirante a escritor de diecinueve años durante un viaje al Lejano Oriente, la relación de su autor con Ultramarina es, sí, inequívocamente lowryana. Es decir, catastrófica: Lowry trabajó cortando y agregando y publicando extractos varios durante seis años; un primer original le fue robado a un editor (recordar que el manuscrito de Bajo el volcán también se extraviaría y sería recuperado; y que toda una novela, In Ballast to the White Sea, ardería en 1944 durante el incendio de una de las muchas casas del autor); lo que autorizó a Lowry a zambullirse en una colosal farra alcohólica como preliminar a uno de sus múltiples intentos de suicidio. Pero alguien encontró justo a tiempo una copia en papel carbónico; el suicidio –en cámara lenta y a lo largo de toda una vida– quedó para más adelante; y el día de su publicación Lowry fue ingresado de urgencia en un hospital por una disentería contraída en España. Las críticas –a pesar de tanta propensión al desastre– fueron, por lo general, buenas y alguien precisó que “las semillas de Lawrence y de Joyce parecen estar germinando, y Lowry es el fruto de la primera cosecha”. Una pena, claro, que Captain Bottell del hoy casi olvidado James Hanley –otra vanguardista novela marina– hubiese desembarcado una semana antes y abordado a buena parte de las páginas literarias. En cualquier caso, el interés en Ultramarina no fue reflotado sino hasta muchos años después con el sonido y la furia de Bajo el volcán.
Aquí y ahora, en perspectiva –y bajo la apariencia de otro relato de iniciación marinera con destellos alternativos de Melville, London y de Conrad– se aprecia en Ultramarina tanto su ya inconfundible y huracanada “prosa púrpura” como las maniobras experimentales de un Lowry dispuesto desde el vamos a ser diferente: alguien que entendía a cada uno de sus libros, casi desde el principio, como partes inseparables de una tan monumental como interminable obra a titularse El viaje interminable donde el mar y México adquirirían resonancias cósmicas y el héroe bogaría –como Dante– surcando las llamas del infierno hasta alcanzar los cielos del paraíso.
Lo que narra Ultramarina es, entonces, el principio de ese viaje en la persona del muy transparente alter-ego Dana Hilliot. Un inglesito que se enrola en el Oedipus Tyrannus (en la primera edición el barco se llamaba Nawab, pero fue posteriormente alterado de puño y letra por el autor en los márgenes de un ejemplar para que coincidiera con el navío que se menciona en Bajo el volcán) para conocer mundo y, fundamentalmente, dejar atrás esa imperial isla donde nació. Ultramarina –con visitas a burdeles chinos, el desprecio de los otros tripulantes hacia un jovencito burgués a quien consideran un inútil, fantasías de venganza en esta claustrofóbica lucha de clases bajo cubierta, impresiones y conversaciones portuarias, aburrimiento en altamar y libre flujo de conciencia a la hora de la fidelidad a Janet, primer amor de Dana– es, también, el bautismo de agua del cinetismo cuasi patológico de Lowry. Un hombre que no podía quedarse quieto, que en la quietud se hundía hasta las cejas en alcohol para seguir viajando y así, en la posterior resaca, poner por escrito todas esas visiones. Como bien precisa Gordon Bowker en su definitiva Pursued by Furies. A Life of Malcolm Lowry (1993), Lowry fue siempre un ser inquieto en el sentido más extremo del término. Alguien –sería más exacto pensar en Lowry como en un compulsivo cronista de sí mismo más que como en un novelista– que utilizó a la literatura como vehículo para trasladarse de un lado a otro y de una a otra botella (en alguna ocasión confesó haberse bebido toda una botella de aceite de oliva “al confundirla con una de tónico para el cabello”) y, finalmente, como herramienta para automitificarse y paliar así las muchas imperfecciones de su persona entre las que, dicen, no dejaba de lamentar un pene extremadamente pequeño y en peligro, según él, de ser cercenado por monstruosos y alegóricos mexicanos.
Hacia el final de su vida –puntuada siempre por pequeños e inmensos cataclismos que incluyeron el intento de estrangular a una compañera de bebida, la pérdida de pasaporte en el momento exacto de cruzar una aduana peligrosa, o accidentes domésticos con una sierra mecánica fuera de control–, sus sufrientes amigos solían tener siempre listas y empacadas un par de maletas junto a la puerta de sus casas para pretextar un viaje inmediato en caso de que Lowry se presentara sin aviso, los enloqueciera con sus últimos proyectos (entre los que se contaba la reescritura de esta primera novela) y, de paso, les vaciara el carrito de las bebidas para después encallarlo en algún ventanal o acuario o cuna o lo que fuera.
Antes de todo eso existió este Lowry, el de Ultramarina, donde las tormentosas y atormentadas velas de la autodestrucción y del genio ya han sido izadas, pero todavía no se han desplegado en todo su oscuro esplendor. Un libro aventurero, juvenil y emocionante en el que el barco aún no ha sido –pero no demorará en ser– tragado por la botella.
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