Domingo, 13 de marzo de 2005 | Hoy
UNA ORIGINAL AUTOBIOGRAFíA “HABLADA” ACERCA LA MEMORIA DE JUAN JOSé ARREOLA, EL MAESTRO DE LA BREVEDAD, Y EL RECUERDO DE UN NOVELISTA CAUDALOSO COMO FERNANDO DEL PASO.
Memoria y olvido de Juan José Arreola
Fernando del Paso
Fondo de Cultura Económica
269 páginas
Por Patricio Lennard
La transcripción y edición de las casi cien horas de entrevistas grabadas que Fernando Del Paso le realizó a lo largo de un año al mexicano Juan José Arreola (1918-2001) dieron forma a un texto que entra en la rara especie literaria de las autobiografías escritas por terceros. A diferencia de la autobiografía que Borges le dictó a Norman di Giovanni, la labor de Del Paso (autor de importantes y dispares novelas como Palinuro de México, Noticias del imperio o Linda 67) en la organización del material (que omite todas sus preguntas e intervenciones en pos del “yo” que surca la escritura) justifica sin duda su autoría. Autoría que, por cierto, tiene la forma equívoca de una banda de Moebius, en tanto Memoria y olvido –según el propio Arreola– no es un libro escrito, sino “un libro hablado”.
La decisión de hacer un recorte en la vida del escritor jalisciense –considerado un maestro del cuento corto por piezas como “El guardagujas”– traza un arco que sin ser riguroso va desde su infancia hasta 1947, poco después de una experiencia que es central en el texto: el viaje que Arreola realiza a Francia a mediados del ‘45, una vez terminada la guerra. El autor, de este modo, repite conscientemente un lugar común en la formación de ciertos escritores (“Un latinoamericano con vocación artística no se sentía puesto de pie y en equilibrio si no había pasado por París. Lugones, Darío, Vallejo, Huidobro: todo el mundo pasó por París”), al tiempo que condimenta el interés de su historia con sus encuentros con personas eminentes. Así, Pablo Picasso, Paul Eluard, Tristan Tzara y Gabriela Mistral (que acababa de ganar el Premio Nobel) son algunos de los que alternaron en París con el joven Arreola, quien –ante el miedo de tratar las depresiones que sufría– faltó a una cita que le habían arreglado con Carl Jung en su propio consultorio.
Un capítulo aparte merece su relación con Juan Rulfo, junto al que forma en la literatura mexicana una suerte de dupla que se explica –en parte– en el hecho de que ambos escribieron una obra breve. Cuando se conocieron, Rulfo era el único empleado en una oficina gubernamental de Migraciones que quedaba a menos de una cuadra de El Occidental, el diario en que Arreola trabajaba. “Me parecía una persona intermedia entre José K. de Kafka, y Bartleby de Melville –recuerda Juan José–. De hecho los dos adoptábamos actitudes de personajes de libros que habíamos leído”. Ya trabajando en el Fondo de Cultura Económica, Arreola será uno de los que promueva la publicación de sus cuentos, y quien lo ayude a darle los últimos ajustes a la primera edición de Pedro Páramo.
Pero más allá de las celebridades literarias que son motivo de varias de las deliciosas anécdotas que el autor de Confabulario atesora, Memoria y olvido (que fue escrito en 1994) también pone en escena entrañables postales de su infancia y juventud en Zapotlán el Grande; ese pueblo en que Arreola fue –entre otras cosas– un empleado de mostrador que escribía poemas en hojas de papel para envoltura: “En medio kilo de sal, en un kilo de azúcar se fueron mis primeros trabajos literarios”. Así es que esta “vida contada”, este “memorario” –para usar un neologismo que el autor inventa– se funda en la prodigiosa memoria de su protagonista y en sus dotes de hablador infatigable. Junto con El último juglar: Memorias de Juan José Arreola –libro en que Orso Arreola repasa treinta años de la vida de su padre–, Memoria y olvido no sólo es uno de los pilares de su legado autobiográfico, sino también una puerta que abre paso a la magia de una de las grandes plumas de México.
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