libros

Lunes, 10 de junio de 2002

ENTREVISTA

Sobrevivientes

La nueva novela de Claudio Zeiger, Tres deseos, piensa la ciudad como una trama compleja de deseos en cada uno de cuyos nudos se inscribe una conciencia compleja. Es por eso que el libro, introspectivo como hacía tiempo no se veía en la literatura argentina, opta por contar esos dramas de conciencia.

Por Jonathan Rovner

Quizás una de las mejores ideas que haya podido imponer esa amalgama de teorías llamada “pensamiento psicobolche” sea que la libido humana no se mueve tanto por el impulso de la vida como por el de la historia. Seguramente, en algún extremo de esa concepción cabe también su reverso complementario, la certeza de que para conocer y comprender nuestra historia, no habría testimonio más fehaciente que la inmediatez del propio deseo, aún cuando las relaciones deseantes deban inscribirse en una sociedad que no deja lugar más que para el mero entrecruzamiento de soledades compartidas, aun cuando al deseo sólo le esté permitido colarse por entre los intersticios que quedan entre lo que los otros no cuentan, lo que no escuchan o lo que no se dicen a sí mismos. Pero sobre todo, cuando la madurez sólo se alcanza atravesando el colapso de una época y atravesado por la necesidad de elegir entre una fuga que no siempre es posible o una fuga que no siempre es la propia. Esa es la atmósfera en que viven los personajes de Tres deseos, la nueva novela de Claudio Zeiger, y eso es precisamente lo que la convierte en una detallada radiografía de la época.
–Muchas veces –explica Zeiger–, uno escribe pensando aquello que le gustaría leer y no encuentra. La falta de personajes en la literatura argentina me parece notable. Yo quise hacer un aporte en ese sentido. Básicamente, personajes que sin pretensiones de caracterización social, sin caer en el cliché, sean portadores de ciertas marcas de identidad claramente reconocibles y situados en espacios bastante reales, como pueden ser estos estudiantes o docentes de carreras humanísticas, desertores de la vida común. Me parece que no son representativos de la gente normal, sino más bien de sus líneas de fuga, instantes en que todavía les es necesaria la persecución de un ideal. Traté más que nada que fueran personalidades complejas pero sin pretensiones de sofisticación.
En efecto, Carla, Julián y Alicia (sus vidas y sus conciencias), sucesivamente, organizan el relato y lo hacen avanzar por los caminos de sus respectivos deseos, apenas convergentes en casuales encuentros, apenas conectados por vínculos tan precarios como incompletos. Mucho más que la trama novelesca, estas tres subjetividades comparten el desarraigo y la deserción de toda pertenencia convencional a la normalidad. Carla, chica de Artes, independiente y solitaria, un día dice “basta de filósofos de café y actores que no actúan”. Se enamora sin querer de “un Mick Jagger del Abasto” al mismo tiempo que elabora una certeza: quiere hacer un viaje, sola. Julián, de Psicología, descubre y explora el componente revolucionario de su deseo homosexual con el mismo gesto que lo pone de frente ante las limitaciones de sus propios prejuicios: a Julián, educado y de clase media, le gustan los morochos de la provincia. Se hace amigo de Alicia trabajando en el Departamento de Investigaciones en Antropología Social y Urbana de la Universidad de Buenos Aires, cenando en casa de ella y contándole sus correrías callejeras. Alicia, la mayor, egresada de la UBA, militante en agrupaciones de izquierda durante los últimos años de la dictadura, fue durante los últimos años de la dictadura, sucesivamente, novia del revolucionario más carismático de Filosofía y Letras a ser la amante de un señor casado que trabaja en un banco.
De los tres, su estilo quizás sea el más anodino, pero a la vez es ella la única que tiene alguna conciencia del desgarro histórico que permanece por detrás, como trasfondo del desencuentro generalizado. Es el personaje con que termina el relato: “Mientras camina, Alicia pide tres deseos para el futuro: pide que haya futuro, pide que haya deseo... Y no hay mucho para agregar salvo que empieza a imaginar las mejores maneras de sobrevivir porque en definitiva, ya cree saberlo, son sobrevivientes”. Minucioso en la observación del mundo que narra, Zeiger se permiteironizar sobre sus personajes sólo en la medida en que los mismos personajes son capaces de burlarse de sí mismos.
–Los personajes de Tres deseos –explica Zeiger– son básicamente el resultado de mezclar la propia experiencia con la pregunta personal de qué hago con la literatura, después de haberme pasado años leyendo, yendo y viniendo de la carrera de Letras, yendo a la Feria del Libro, entrevistando a escritores, trabajando de periodista, por un lado, y juntando un capital de experiencia urbana por el otro. Eran dos caminos que se abrían demasiado y debían unirse. De la novela anterior, Nombre de guerra (1999), me quedaba una deuda con lo femenino, que decidí saldar a través de Alicia que es, para mí, el personaje que cierra y da un sentido a lo que les pasa a los otros.
En conjunto, estos personajes representan a buena parte de nuestros intelectuales de izquierda, o por lo menos, a buena parte de su público. Educados en los márgenes de una tradición psicobolche ya demasiado entrampada por su propio devenir histórico, constituyen un mundo del que, en el mejor de los casos, sólo encuentran la salida, paradójicamente, a través del encierro sobre sí mismos. Se reconocen entre sí por los libros y los discos que duermen en sus bibliotecas, se acercan y se alejan los unos de otros, como es el caso de Julián respecto de Alicia, prácticamente sin saber por qué: “se daba cuenta de que la había perdido antes del primero de esos encuentros, y esa pérdida era el resultado de una decisión dura de su parte, esa clase de resoluciones que se toman con empecinamiento, tienen una considerable dosis de absurdo y se justifican en algo que en realidad está muy lejos del blanco de la decisión”.
En el contexto de una literatura argentina que tiende cada vez más a coquetear con el público internacional, a través de lo que Zeiger llama con lucidez “el recurso del freakismo”, Tres deseos nos regala una historia que no necesita alejarse del mundo real para ser literaria, una constelación humana que no necesita de nuestro cinismo para ser entendida y un narrador que sabe ser austero sin por ello prescindir de la elegancia.

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