Dom 24.04.2005
libros

HOMENAJES

Viejos lobos de mar

Operación Mauricio es la cuarta de veinte novelas que escribió Patrick O’Brian sobre la Armada Inglesa. Edhasa la publica acompañada por Hombres de mar y guerra, una simpática guía en la que el autor explicó el trasfondo histórico de sus aventuras.

› Por Sergio Kiernan

Hace cinco años que Patrick O’Brian murió con sus 85 cumplidos y dejando veinte novelas navales y un síndrome de abstinencia que no afloja. El falso irlandés, nacido en Londres, hijo de alemanes que se inventó una nueva identidad al abandonar su familia, resultó maestro absoluto de un género chico de la novela histórica: el que toma la vida naval británica en tiempos de Nelson. Los “maestros” de género chico suelen ser así declarados por diversas tribus de nerds, de esos que saben todo de un tema y son asnos en el resto. La ciencia ficción, el policial o las novelas de cowboys –devoradas por Hitler– tienen sus “maestros” que resultan subliterarios, insoportables para el no iniciado. Lo raro es el Ross Macdonald, el Raymond Chandler y el Philip K. Dick que trascienden su género y hacen literatura. O’Brian es, por lejos, un trascendedor del barquito y la aventura.

Todo empezó en los 60 cuando O’Brian, autor de una estupenda vida de Picasso, traductor al inglés de Sartre y autor de novelas poco vendidas y muy respetadas, recibió un encargo extraño. Se había muerto C. S. Forester, raudo best seller de toscas novelas navales, y sus editores en Londres le buscaban reemplazante. Alguien recordó al falso irlandés que vivía en un pueblito de la Cataluña francesa, haciendo vinos y proponiendo golazos como traducir ese librito tan simpático, Papillon. O’Brian era barato, entregaba en fecha y ya había escrito dos novelitas muy exactas sobre oficiales navales a fines del siglo XVIII.

El resultado fue Master and Commander –editado en castellano como Capitán de Mar y Guerra– que aterró a los editores porque no era en absoluto la novelita de aventuras que esperaban sino una continuación de Jane Austen con personajes que navegan. Así fue que O’Brian comenzó una carrera de vender en los pocos miles, vivir del vino y las traducciones, con un núcleo duro de fans desperdigados por el mundo –como el comandante de la flota de submarinos de la URSS– y nula presencia en el radar. Esto hasta los noventa, cuando un editor de la revista del New York Times lo leyó y le comunicó al mundo lo que había encontrado.

Un setentón O’Brian alcanzó a disfrutar de la fama y de algún dinero. También terminó y publicó veinte novelas contando la vida y peripecias del capitán Jack Aubrey y su “amigo peculiar”, Stephen Maturin. Operación Mauricio (publicado por Edhasa), es el cuarto libro del ciclo y tiene como centro el poco conocido teatro de guerra del Indico, en el que los ingleses terminaron de expulsar a los franceses de la India en su interminable y global conflicto con Napoleón. Deliciosamente, el libro empieza en tierra firme, en la Inglaterra rural de Austen, con suegras, párrocos y costumbrismos corteses, para trasladarse al combate de escuadras a medio mundo de distancia.

Al mismo tiempo, llega un librito “de compañía” que O’Brian preparó como introducción al aspecto naval de su obra. Hombres de mar y guerra araña las cien páginas bien ilustradas, lo que alcanza para hablar de barcos, hombres, comida, armas, escalafones y vela básica. Lo más interesante y lo que el autor más destaca es, sin embargo, el sistema social de la época, verdadero centro de todo lo que escribió.

Mientras, en inglés y como homenaje, la Norton editó 21, el fragmento que O’Brian alcanzó a escribir pero no a nombrar de lo que hubiera sido justamente el volumen 21 de la saga. Es un artefacto emotivo y una ventana a los mecanismos creativos de un escritor veterano, asentado. El libro reproduce fotográficamente el manuscrito, con sus borrones y tachaduras, y transcribe la versión pasada a máquina –a máquina y no a computadora–, coleando con varias páginas escritas a mano, “en crudo”. Leerlas permite descubrir tanto que O’Brian no había perdido un gramo de lucidez a los ochenta como entender por qué revisaba tan obsesivamente antes de publicar: el grueso de las sesenta páginas transcurre en Río de Janeiro, sistemática y erróneamente identificada como Buenos Aires.

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