LIBROS DE MUCHO(S) PESO(S)
› Por María Gainza
“Estoy en el negocio del dolor”, declaró Louise Bourgeois el 25 de diciembre último al cumplir noventa y tres años. Una leyenda viva del arte contemporáneo, la abeja reina en su panal de ideas, la francesa Bourgeois sigue de pie, con el mismo aire desafiante con que a los quince años creó su primera escultura: la silueta de su padre hecha de migas de pan y escupitajos a la que más tarde, sobre la mesa familiar, procedió a amputarle las piernas. Para exorcizar el dolor, Bourgeois ha insistido, como el sempiterno martilleo de un edificio en construcción, en darle significado y forma al sufrimiento y la frustración. Y para ello ha tejido el entramado de su producción a partir de recuerdos precisos pero frágiles como hilos de araña. “Un chico no es más que lo que los padres han vertido en esa pequeña vasija. Mi infancia nunca ha perdido su magia y mucho menos su drama.”
Bourgeois ha visto el siglo pasar, ha ido y venido entre las mesas de la fiesta surrealista, y aunque ellos la reclaman para sus filas proclamando su abierta relación amorosa con el inconsciente, la artista ha negado su vínculo directo con el partido. Es cierto, el grueso de su obra no proviene de los sueños sino de experiencias concretas, de los instantes en que Bourgeois se obligó a permanecer con los ojos bien abiertos, observando su infancia, desde adentro. Es ahí, a las heridas abiertas que no deja cerrar, adonde entra y sale como un explorador en busca de material. En otras personas, esto podría volverse sentimentalismo empalagoso, pero en Bourgeois aparece siempre teñido, indeciso, habitando una tierra fronteriza entre lo tierno y lo cruel. Pocas veces en el siglo XX un artista revistió la dignidad de un escultor de la antigüedad clásica como Louise Bourgeois; la capacidad de conjurar rigor formal y poesía desbordada en una misma pieza y la lucidez implacable para abordar los grandes temas del hombre: cómo aprender a escapar del miedo, para más tarde conjurarlo, hasta finalmente conquistarlo. Ella sostiene que sus memorias han sido sus documentos: “Hay que diferenciar entre las memorias. Hay que distinguir si uno está yendo hacia ellas o si ellas están viniendo hacia uno. Si vamos hacia ellas, perdemos el tiempo: la nostalgia es muy poco productiva. En cambio si son ellas las que vienen, entonces tenemos ahí las semillas de todas las obras futuras”.
Un libro-catálogo editado por el Museo de arte contemporáneo de Bordeaux junto a la Serpentine Gallery de Londres recopila parte de sus últimos trabajos: las arañas gigantes, las celdas lóbregas, las parejas de lana entrelazadas hasta la claustrofobia, los vestidos ominosos como esculturas de la experiencia. Y sobresale un texto de Louise Neri, Los efectos personales de una mujer sin secretos, en donde la curadora traza un recorrido inteligente y a la vez –oh, agradable sorpresa– sensible, sobre la obra de Bourgeois. Escapando a los clichés, sin el rollo freudiano o lacaniano que han leído continuamente en su obra y de la que la misma artista es fuertemente escéptica: “La teoría psicoanalítica prometió mucho pero entregó poco al estudio del arte. Estaba ladrando bajo el árbol equivocado”, el texto es de los mejores –y de los menos pretenciosos– que han aparecido en los últimos años. Y la nota más afinada que se puede emitir sobre el corazón de una artista inmensa.
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