Dom 08.05.2005
libros

DOS LIBROS FESTIVOS Y UN NUEVO PROYECTO EDITORIAL AL RUEDO.

Muchacho beatnik

Manos arriba y Bellas Artes
Ojeda Ortiz de Chile
Malas Palabras buks
320 páginas cada uno

Por Juan Pablo Bertazza

Firma sus libros poniendo el apellido y lugar de origen: Ojeda Ortiz de Chile, porque no se siente para nada parte de la literatura argentina. A los 18 años, luego de una pelea con los padres, se fue de la casa, escribió su primera novela y empezó su carrera de artista pobre o mortal, como le gustaba llamarse con sus compañeros de ruta. A partir de –más o menos– el año 1999, y luego de haber hecho de todo menos vivir de la literatura (trabajó de corrector de pruebas de imprenta, hizo varias historietas para las revistas Humor y Fierro y hasta fue director creativo del Show de Videomatch empezando la década del 90), tuvo la idea de crear una editorial propia, la editorial Malas Palabras buks.

A pesar del mote de la editorial, en las dos primeras novelas publicadas por la serie Gane fortuna y fama con un lápiz casi no hay malas palabras. Y es que tal vez los veinte años de espera no fueron tan fútiles como proclama el tango, y esas malas palabras sólo sean la etiqueta que, desde un presente algo más serio, se les pone a recursos eficaces y caprichosos de Ojeda como el uso de chilenismos y argentinismos o la escritura de palabras extranjeras a lo bruto, según como suenan (como “silvuplé”, o la misma “buks”).

Son veinte años entre escritura y publicación que van a determinar también el desdoblamiento del narrador. Por un lado, está el narrador de las novelas y por el otro el narrador autor que va contando cómo, cuándo y por qué las escribió, el tiempo perdido sin editar y todos los vericuetos de la tardía pero segura publicación. Este narrador autor va a utilizar una letra diminuta, como relleno para tapar los baches de la escritura de la juventud y alcanzar la obsesiva cantidad estándar de 320 páginas, repetida en los otros cuatro libros que van a completar esta serie: Danza clásica, Buenos Aires, La sucia calle y Yo invento muy poco; y además se caracteriza por el uso de una risa (jajajaja) molesta, pertinente y terriblemente ambigua con la que la madurez (el señor Ojeda) parece burlarse del romanticismo maldito del joven escritor pobre.

En Bellas Artes, segundo libro de la serie, es donde más aparece la atmósfera festiva y dionisíaca a partir de una generación de estudiantes de la Escuela de Bellas Artes en Santiago de Chile, que, liderada por el Chino Ponce (una especie de traducción al castellano del Dean Moriarty de On the Road) no hace sino volver realidad el viejo sueño de la vanguardia: borrar todas las diferencias entre el arte y la vida.

En Manos arriba no se hace asco a ningún medio (hay correspondencias, confesiones existenciales, testimonios personales, historias de bisabuelos, padres y primos) para localizar y contar la vida del chico Nicolás, un artista maldito que vagabundea por Buenos Aires y luego por Europa en busca de mujeres y de trabajo para llegar a poder vivir sin trabajar. El chico Nicolás se carteará con Oje, el narrador que hace las veces de autor. Y a través de esta especie de poliladron literario entre autor y personaje lo que se vislumbra es que ese chileno de 58 años que se llama Eduardo Ojeda Ortiz es la resta equivocada, imperfecta pero inquietante y colmada de valor artístico entre un señor bastante acomodado, que ya no escribe, disfruta de su familia y publica novelas y aquel enfant terrible e inconformista deslumbrado con Buenos Aires, la New York latinoamericana donde había por doquier mujeres, librerías y clubes deportivos. O tal vez Ojeda Ortiz de Chile sea menos que la suma de sus partes. Tal como lo marca la caricatura que hace las veces de tapa de Manos arriba: ese hombre que luego de querer seguir una dirección por la que vuelven camiones blindados, tanques de guerra y hasta misiles primermundistas, logra nadar contracorriente y –finalmente– llega. Con muchas reglas encima, tal vez con menos libertad, con más panza y menos pelo. Pero llega.

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